Aparece en todos los telediarios investido de una auctoritas universal cuyo criterio no puede ser puesto en duda; se apela a su palabra, a su supuesta infalibilidad científica y política; se recurre a sus análisis, que se hacen inapelables por mor de unas siglas que le emparan, la OMS, como si dicha organización fuera una iglesia cienciológica y lo que dice el profeta fuera palabra de dios.

Si el Gobierno ha descontrolado la pandemia, sus portavoces dicen que lo único que ha hecho es seguir la “recomendación de la OMS”; si el Gobierno ha dicho que las mascarillas no valen para nada y después que son obligatorias, es que ha seguido las indicaciones de la OMS; si el Gobierno ha minusvalorado los riesgos y ha alentado a la gente a participar en la bomba vírica del 8-M, es que estaba siguiendo las previsiones de la OMS, y así todo. La OMS se ha convertido en el recurso para la derivación de una culpa que queda lavada por el mero hecho de “seguir —supuestamente— el criterio de la OMS”; de tal manera que la enfatización del organismo por el Gobierno es también un recurso para blanquear posibles responsabilidades políticas, jurídicas y criminales.

Fernando Simón, que aún no ha tenido la dignidad democrática —ni la profesional— de presentar su dimisión después de confundir gravemente a los españoles, actuaba siguiendo al parecer los criterios que creía interpretar de la OMS… y del Gobierno, que a su vez se amparaba en la OMS y en Fernando Simón —“los expertos”—, de manera que al final se hacía lo que decían los lobbys del poder: asociaciones pandémico-feministas, medios de difusión afines (la comunicación y la información es otra cosa), tertulianos podemizados y beatos del nuevo orden político.

Pero ¿quién es realmente ese escudo tras el que todos estos irresponsables y cobardes se esconden? ¿Quién es Tedros Adhanom, actual presidente de la OMS?

Para empezar, este señor no es un médico (es la primera vez que la OMS es presidida por alguien que no lo es), sino un político y exfuncionario del régimen dictatorial comunista de Etiopía, de donde ha sido ministro de Salud y de Asuntos Exteriores, además de miembro destacado del Frente de Liberación Popular de Tigray, un partido socialista marxista de corte étnico.

Este señor llegó en 2017 a la presidencia de la OMS aupado por China pese a haber sido acusado de enmascarar tres mortíferas epidemias de cólera bajo la denominación de “diarreas agudas por agua”. Mientras se votaba su elección en Ginebra, grupos etíopes se manifestaban frente a la sede de la ONU para denunciar su complicidad con el régimen etíope, aliado de Venezuela, Cuba y China y que tiene en su haber innumerables y espantosas violaciones de derechos humanos, genocidios de minorías, masacres de manifestantes, torturas a disidentes y encarcelamientos políticos.

Este señor llegó al poder en la OMS gracias al voto de los miembros de la Unión Africana, la mayoría de cuyos países o son violentas dictaduras o cercenan derechos y libertades, además de vivir en una corrupción endémica y estructural. Además, a este señor le hizo presidente de la OMS el lobby del régimen comunista chino, cuyo apoyo fue absolutamente explícito.

Lo primero que hizo este señor al llegar a la presidencia de la OMS fue nombrar a Robert Mugabe como embajador de buena voluntad de esta organización en el mundo. Sí, han leído bien: Robert Mugabe, uno de los más crueles, sanguinarios y corruptos dictadores africanos, que además de promover la limpieza étnica tribal y practicar la tortura y el crimen, fue un incondicional hombre de China y un eficaz introductor de la voracidad de Pekín por las materias primas de África (un saqueo del que el continente no se recuperará).

Este señor, antes ministro de exteriores de Etiopía y ahora presidente de la OMS, es una pieza más del régimen comunista de Pekín en el tablero mundial, como en su día lo fue Mugabe.

China es el principal socio comercial de Etiopía y ha llevado a cabo además una multimillonaria inversión en infraestructuras en ese país, que pasará a convertirse en parte esencial de la nueva ruta de la seda.

Este señor, entre otros servicios prestados a sus amigos de Pekin, ha vetado a Taiwan —el enemigo íntimo de la China comunista— en las sesiones de la OMS.

Y mientras Taiwán advertía en enero del peligro de contagio en China, la OMS reclamaba no restringir los vuelos ni los intercambios comerciales con sus aliados de Pekín.

No solo eso. La OMS, este señor, se negó a declarar la pandemia hasta el 10 de marzo, pese a que ya se había extendido muy significativamente a países europeos. Italia ya estaba colapsada. España estaba en plena expansión viral, y el COVID-19 se estaba asentando con fuerza en Francia, Alemania y Reino Unido. Asia llevaba más de un mes infectada y comenzaba a detectarse en el continente americano. Nadie entendió, por eso, esta tardanza de la OMS, salvo que la misma tuviera que ver no con la guerra contra el virus, sino con la guerra de la propaganda, en la que los comunistas son unos peligrosos expertos.

Taiwan no esperó a la OMS y detuvo el virus a tiempo.

China ocultó al mundo los inicios del brote y ha falseado las cifras de infectados y de muertos, pero ha ganado la batalla de la propaganda porque la OMS, es decir, su presidente, ha elogiado ante el mundo su transparencia y eficacia.

La puesta al servicio de China de la OMS ha posibilitado infinidad de muertes e infecciones en el resto del mundo, y ya se ha convertido en una de las razones de la brutal crisis económica que se acaba de desatar.

¿Podemos pedir la dimisión de este señor?

Fuente: Panam Post.

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