Existen dos argumentos principales que arguye la izquierda internacional y sus medios para declarar al fascismo y al nazismo como movimientos de “ultraderecha”, el primero de ellos es que Hitler y Mussolini lucharon contra los comunistas y socialistas, lo cual es completamente cierto, pero esto no se debe a que unos fueran de derecha y otros de izquierda, sino precisamente a visiones encontradas de socialismo, por una parte los bolcheviques a través del Comintern querían internacionalizar su movimiento, y Hitler y Mussolini creían en un socialismo nacionalista y autárquico por motivos raciales; además de esto, y aunque pueda sonar descabellado, Hitler consideraba que él representaba el auténtico socialismo, y que los marxistas eran representantes del más vil capitalismo internacional dominado por los judíos; es decir, para Hitler, el marxismo era capitalista, y ni qué decir de la socialdemocracia.

A lo largo de ese ensayo llamado Mein Kampf, que posteriormente daría vida al movimiento nazi, el padre del nacionalsocialismo alemán, Adolf Hitler, en numerosas ocasiones refiere que Karl Marx era una simple herramienta del judaísmo internacional capitalista, por lo que él consideraba que su movimiento debía atraer a todos los simpatizantes de la extrema izquierda, los cuáles eran su público objetivo:

“La fuente en la cual nuestro naciente movimiento deberá reclutar a sus adeptos será, pues, en primer término, la masa obrera. La misión de nuestro movimiento en este orden consistirá en arrancar al obrero alemán de la utopía del internacionalismo, libertarle de su miseria social y redimirle del triste medio cultural en que vive, para convertirle en un valioso factor de unidad, animado de sentimientos nacionales y de una voluntad igualmente nacional en el conjunto de nuestro pueblo”.

“El hecho de que en la actualidad millones de hombres sientan íntimamente el deseo de un cambio radical de las condiciones existentes, prueba la profunda decepción que domina en ellos. Testigos de ese hondo descontento son sin duda los indiferentes en los torneos electorales y también los muchos que se inclinan a militar en las fanáticas filas de la extrema izquierda. Y es precisamente a éstos a quienes tiene, sobre todo, que dirigirse nuestro joven movimiento”.

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Los principios de la economía nazi

El segundo argumento utilizado es que los nazis “defendían la propiedad privada”, lo cual es completamente falso. Tal y como ocurrió con la Italia fascista, Hitler permitió la subsistencia de la “empresa privada” con la condición sine qua non de que la misma se abocara a producir por y para el Estado. En ese sentido existía en la Alemania nazi un Betriebsführer, quien fungía como líder o dueño de la fábrica o comercio, junto a los Gefolgschaft, que representaban la masa obrera; pero estos debían subordinarse bajo el principio del Führerprinzip, según el cual las empresas debían funcionar bajo principios jerárquicos igual a la rama militar en orden ascendente, brindando obediencia absoluta, donde, por supuesto, Hitler era la cabeza. Para este fin el Führer designaba un Gauleiter, el cual era una especie de líder zonal al cual los Betriebsführer debían obedecer; era el Gauleiter bajo la supervisión de Hitler quién determinaba qué iban a producir las empresa, cuánto, cómo, de qué forma se distribuiría, cuál era el salario que ganarían los trabajadores, cuál era el horario de trabajo, incluso determinaban los precios que se cobrarían y la estructuración entera de todas las compañías.

El empresario o patrono solo era una representación nominal del propietario, pero era el Estado nazi quien disponía de la posesión de los medios de producción, pues este ejercía los poderes sustantivos de propiedad, a los cuales además le sustraía las ganancias vía impuesto. El economista Ludwig von Mises los clasificaba de la siguiente manera: “La posición de los supuestos propietarios privados, se reducía esencialmente a la de pensionistas del gobierno”.

En el año 1935 se desarrolló un debate sobre economía en el ambito del partido nazi, por un lado se encontraba Hjalmar Schacht junto a Friedrich Goerdeler, quién se encargaba del control de precios y le advertían a Hitler que debían abandonar el proteccionismo, reducir la intervención económica, abandonar el proyecto autárquico y, por supuesto, abogar medidas de libre mercado; su contrincante era Hermann Goring, quien era partidario de continuar por la senda actual, al final, Hitler escuchó a Goring, por lo que Schacht renunció, y el partido nazi continuó promoviendo un estatismo controlador ferrero hasta sus últimos días.

Básicamente Hitler aplicó una especie de keynesianismo militar, con el que la inversión pública y el gasto se dispararon gracias a los bonos Mefo, la cual era una empresa fantasma que fungía como intermediaria entre las empresas de armamento y el Estado nazi, junto a las provisiones que brindaban los botines de guerra; el sobreendudamiento y la impresión monetaria descontrolada para financiar obras generó una burbuja de prosperidad momentánea en la que se construyeron autopistas, ferrocarriles, presas hidroeléctricas, se fabricó el Volkswagen (el auto del pueblo), se financió el “Estado de Bienestar nazi” y, por supuesto, se consolidó la industria armamentista.

En estas dos falacias, en las que Hitler combatió al comunismo por ser de derecha, y que apoyó a la empresa privada, se construye el mito del nacionalsocialismo como un referente de “ultraderecha”, pero no se queda allí, afortunadamente para los que queremos evaluar objetivamente la historia, Adolf Hitler escribió un libro que inmortalizó su pensamiento, y esto no puede ser alterado, en él, uno de los más grandes asesinos de la historia dejó frases como:

“Lo colectivo prima sobre lo individual”.

“La posteridad olvida a los hombres que laboraron únicamente en provecho propio y glorifica a los héroes que renunciaron a la felicidad personal.”

“Si uno se preguntase, cuáles son en realidad las fuerzas que crean o que, por lo menos, sostienen un Estado, se podría, resumiendo, formular el siguiente concepto: espíritu y voluntad de sacrificio del individuo en pro de la colectividad. Que estas virtudes nada tienen de común con la economía, fluye de la sencilla consideración de que el hombre jamás va hasta el sacrificio por esta última, es decir, que no se muere por negocios, pero sí por ideales”.

En ese sentido queda totalmente claro que Hitler no creía en el individuo, y que consideraba que lo colectivo debía estar siempre por encima de lo individual, un principio básico del más puro marxismo, solo que tal como hemos venido aclarando, el padre del nazismo consideraba que el marxismo, junto a la socialdemocracia obedecía descabelladamente a los intereses del capitalismo internacional, tal como afirma en “Mein Kampf” durante lo que él da a conocer como «Las causas del desastre»:

“La internacionalización de la economía alemana había sido iniciada ya antes de la guerra mediante el sistema de las sociedades por acciones. Menos mal que una parte de la industria alemana trató a todo trance de librarse de correr igual suerte; pero al fin tuvo que ceder también ante el ataque concentrado del capitalismo avariento que contaba con la ayuda de su más fiel asociado: el movimiento marxista.

La persistente guerra que se hacía a la industria siderúrgica de Alemania marcó el comienzo real de la internacionalización de la economía alemana tan anhelada por el marxismo que pudo colmarse con el triunfo marxista en la revolución de noviembre de 1918. Justamente ahora que escribo estas páginas, es también cosa lograda el ataque general dirigido contra la empresa de los Ferrocarriles del Reich que pasa a manos de la finanza internacional. Con esto ha alcanzado la socialdemocracia «internacional» otro de sus importantes objetivos”.

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La izquierda real soy yo

Hitler estaba plenamente convencido de que él era el auténtico revolucionario de izquierda que defendía la soberanía nacional alemana, y que tanto socialdemócratas como marxistas formaban parte de ese eje dominado por los judíos que simplemente buscaban crear un falso conflicto para apoderarse del mundo y su preciada Alemania:

“El mismo problema, pero esta vez en proporciones mucho mayores, se le había vuelto a presentar al Estado y a la nación. Millones de personas emigraban del campo a las grandes ciudades para ganarse el sustento diario como obreros de fábrica en las industrias de reciente creación. Mientras la burguesía no se preocupa de problema tan trascendental y ve con indiferencia el curso de las cosas, el judío se percata de las ilimitadas perspectivas que allí se le brindan para el futuro y, organizando por un lado, con absoluta consecuencia, los métodos capitalistas de la explotación humana, se aproxima, por el otro, a las víctimas de sus manejos para luego convertirse en el líder de la «lucha contra sí mismo»; es decir, «contra sí mismo» sólo en un sentido figurado, porque el «gran maestro de la mentira», sabe presentarse siempre como un inocente atribuyendo la culpa a otros. Y como por último tienen el descaro de guiar él mismo a las masas, éstas no se dan cuenta de que podría tratarse del más infame de los fraudes de todos los tiempos.

Veamos cómo procede el judío en este caso: Se acerca al obrero y para granjearse la confianza de éste, finge conmiseración hacia él y hasta parece indignarse por su suerte de miseria y pobreza. Luego se esfuerza por estudiar todas las penurias reales o imaginarias de la vida del obrero y tiende a despertar en él el ansia hacia el mejoramiento de sus condiciones. El sentimiento de justicia social que en alguna forma existe latente en todo ario, sabe el judío aleccionarlo, de modo infinitamente hábil, hacia el odio contra los mejor situados, dándole así un sello ideológico absolutamente definido hacia la lucha contra los males sociales. Así funda el judío la doctrina marxista. Presentando esta doctrina como íntimamente ligada a una serie de justas exigencias sociales, favorece la propagación de éstas y provoca, por el contrario, la resistencia de los bien intencionados contra la realización de exigencias proclamadas en una forma y con características tales, que ya desde un principio aparecen injustas y hasta imposibles de ser cumplidas.

De acuerdo con los fines que persigue la lucha judía y que no se concretan solamente a la conquista económica del mundo, sino que buscan también la supeditación política de éste, el judío divide la organización de doctrina marxista en dos partes, que, separadas aparentemente, son en el fondo un todo indivisible: el movimiento político y el movimiento sindicalista.

Políticamente el judío acaba por sustituir la idea de la democracia por la de la dictadura del proletariado. El ejemplo más terrible en ese orden, lo ofrece Rusia, donde el judío, con un salvajismo realmente fanático, hizo perecer de hambre o bajo torturas feroces a treinta millones de personas, con el solo fin de asegurar de este modo a una caterva de judíos, literatos y bandidos de bolsa, la hegemonía sobre todo un pueblo”.

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La trampa metanarrativa de la izquierda

Es evidente que Hitler consideraba que el nacionalsocialismo era el auténtico socialismo, a partir de esta lucha contra el marxismo internacionalista se vende esta premisa de lucha entre polos ideológicos opuestos, entonces empieza a construirse la metanarrativa de que el nazismo, junto a su compañero de batallas, el fascismo, fueron movimientos de ultraderecha; en ese sentido, el filósofo alemán Peter Sloterdijk declaró:

“Que el fascismo de izquierda le haya gustado presentarse como comunismo, era una trampa para moralistas. Mao Tse Sung nunca fue otra cosa que un nacionalista chino de la izquierda fascista, que en sus inicios hablaba con la jerigonza de la Internacional Comunista de Moscú. Comparado con la placentera exterminación promovida por Mao, Hitler parece un cartero raquítico. Sin embargo, la comparación entre monstruos no es agradable a nadie. El engaño ideológico más masivo del siglo XX fue precisamente, que después de 1945 la izquierda fascista acusó a los derechistas de fascismo, para quedar finalmente como sus opositores. En realidad se trató de una autoamnistía. Cuanto más se expusieran como imperdonables los horrores de la “derecha”, más desaparecía la izquierda del campo visual”.

El filósofo, jurista y economista austriaco, Friedrich Hayek, en su obra más celebre Camino de servidumbre, también aclara sobre los principios ideológicos fundacionales del nacionalsocialismo:

“En Alemania, la conexión entre socialismo y nacionalismo fue estrecha desde un principio. Es significativo que los más importantes antecesores del nacionalsocialismo —Fitche, Rodbertus y Lassalle— fueron al mismo tiempo padres reconocidos del socialismo. Mientras el socialismo teórico, en su forma marxista dirigía el movimiento obrero alemán, el elemento autoritario y nacionalista retrocedía temporalmente a segundo plano”.

Sobre este asunto no queda lugar a dudas, y tal como afirmó Hitler, ellos debían dirigirse a captar a los jóvenes de la extrema izquierda, no en vano toda la propaganda nazi desde el punto de vista del discurso, los colores y el arte, era idéntica a la propaganda bolchevique. Sobre este asunto también se explaya Hayek:

“No menos significativa es la historia intelectual de muchos de los dirigentes nazis y fascistas. Todo el que ha observado el desarrollo de estos movimientos en Italia o Alemania se ha extrañado ante el número de dirigentes, de Mussolini para abajo (y sin excluir a Laval y a Quisling), que empezaron como socialistas y acabaron como fascistas o nazis Y lo que es cierto de los dirigentes es todavía más verdad le las filas del movimiento. La relativa facilidad con que un joven comunista puede convertirse en un nazi, o viceversa, se conocía muy bien en Alemania, y mejor que nadie lo sabían los propagandistas de ambos partidos. Muchos profesores de universidad británicos han visto en la década de 1930 retornar del continente a estudiantes ingleses y americanos que no sabían si eran comunistas o nazis, pero estaban seguros de odiar la civilización liberal occidental.

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Una guerra de izquierdas

Es verdad, naturalmente, que en Alemania antes de 1933, y en Italia antes de 1922, los comunistas y los nazis o fascistas chocaban más frecuentemente entre sí que con otros partidos. Competían los dos por el favor del mismo tipo de mentalidad y reservaban el uno para el otro el odio del herético. Pero su actuación demostró cuán estrechamente se emparentaban. Para ambos, el enemigo real, el hombre con quien nada tenían en común y a quien no había esperanza de convencer, era el liberal del viejo tipo. Mientras para el nazi el comunista, y para el comunista el nazi, y para ambos el socialista, eran reclutas en potencia, hechos de la buena madera aunque obedeciesen a falsos profetas, ambos sabían que no cabía compromiso entre ellos y quienes realmente creen en la libertad individual”.

El 19 de septiembre del 2019, el Parlamento Europeo aprobó una resolución denominada Importancia de la memoria histórica europea para el futuro de Europa, en esta determina que:

La Segunda Guerra Mundial, la guerra más devastadora de la historia de Europa, fue el resultado directo del infame Tratado de no agresión nazi-soviético del 23 de agosto de 1939, también conocido como Pacto Mólotov-Ribbentrop, y sus protocolos secretos, que permitieron a dos regímenes totalitarios, que compartían el objetivo de conquistar el mundo, repartirse Europa en dos zonas de influencia.
Los regímenes nazi y comunista cometieron asesinatos en masa, genocidios y deportaciones y fueron los causantes de una pérdida de vidas humanas y libertad en el siglo XX a una escala hasta entonces nunca vista en la historia de la humanidad; recuerda, asimismo, los atroces crímenes del Holocausto, perpetrado por el régimen nazi; condena en los términos más enérgicos los actos de agresión, los crímenes contra la humanidad y las violaciones masivas de los derechos humanos perpetrados por los regímenes comunista, nazi y otros regímenes totalitarios.

No obstante, muy probablemente a más de 70 años de aquella devastadora guerra, seguramente usted o una gran parte de la población mundial recuerda a Hitler como el propio anticristo, pero, por otro lado, tiene una opinión bastante neutra, o en algunas casos favorables hacia el régimen de Stalin o el de Mao, cuando los dos últimos asesinaron a muchas más personas, ¿no se ha preguntado por qué?

Pues la respuesta es muy sencilla, al nazismo y al fascismo los transformó la izquierda marxista internacionalista en fenómenos de ultraderecha, al servicio del capitalismo mundial, gracias a sus desencuentros, a partir de allí su mala prensa incrementa, mientras que los crímenes de Stalin han pasado en la historia por debajo de la mesa. Sin embargo, es sumamente importante que las nuevas generaciones comprendan realmente la historia para poder concretar definiciones ideológicas, Mao y Stalin fueron igual o más perversos y asesinos que el propio Hitler, y lo más importante de todo, es que todos fueron socialistas, siempre fue una batalla de izquierdas.

Los líderes socialistas del nazismo y el fascismo, Hitler y Mussolini.

El fascismo, el gemelo ideológico del nazismo

Para comprender la ideología del fascismo es preciso comprender la historia del padre creador del movimiento y sus principales referentes teóricos.

Benito Mussolini fue un militar, periodista y político italiano que militó en las filas del Partido Socialista Italiano durante 14 años. En el año 1910 fue nombrado editor del semanario La Lotta di Classe (La lucha de clases), y al año siguiente publicó un ensayo titulado El trentino visto por un socialista. Su actividad periodística y su participación en manifestaciones lo llevaron a la cárcel, pero al poco tiempo fue liberado. Entonces el Partido Socialista, cada vez más fuerte y habiendo logrado una victoria importante en el Congreso de Reggio Emilia, lo pone a cargo del periódico milanés Avanti!; órgano oficial de este partido.

Luego de este activismo político intenso se sobreviene la Primera Guerra Mundial que marca un antes y después en la vida de Mussolini. En un principio el dirigente del Partido Socialista formó parte de una postura antintervencionismo, que se oponía a la participación de Italia en la Primera Guerra Mundial, sin embargo, luego se sumó al grupo intervencionista, lo que le valió la expulsión de su partido.

Mussolini participó en la guerra, y tras la misma quiso sacar provecho de la insatisfacción que había en el pueblo italiano, debido a los pocos beneficios obtenidos por el Tratado de Versalles, entonces culpa a sus antiguos compañeros del Partido Socialista por ello, y es cuando da inicio a la formación de la Fasci Italiani di combattimento, que posteriormente se convertiría en el Partido Fascista italiano.

Basados fuertemente en los sentimientos nacionalistas que florecieron producto del combate, Mussolini llegó al poder de la mano de la violencia luchando contra los socialistas tradicionales, escudándose en el famoso escuadrón de las camisas negras; entonces empezaría a tomar forma el complejo ideológico del fascismo.

Las bases teóricas y el padre ideológico del fascismo

Casi todo el mundo sabe que Karl Marx es el padre ideológico del comunismo y el socialismo, también que Adam Smith fue el padre del capitalismo y el liberalismo económico, pero, ¿sabe usted quién es la mente detrás del fascismo? Es muy probable que no lo sepa, y le adelanto, el filósofo detrás del fascismo también era un socialista declarado.

Giovanni Gentile, filósofo neohegeliano, fue el autor intelectual de la “doctrina del fascismo”, la cual escribió en conjunto con Benito Mussolini. Las fuentes de inspiración de Gentile fueron pensadores como Hegel, Nietzsche y también Karl Marx.

Gentile llegó a declarar que “El fascismo es una forma de socialismo, de hecho, es su forma más viable”. Una de las reflexiones más comunes al respecto es que el fascismo es en sí, un socialismo basado en la identidad nacional. También creía que toda acción privada debía ser orientada a servir a la sociedad, estaba en contra del individualismo, para él no existía distinción entre el interés privado y público.

En sus postulados económicos defendió el corporativismo estatal obligatorio, queriendo imponer un Estado autárquico, básicamente la misma receta que emplearía Hitler años después. Un aspecto básico de los postulados de Gentile es que la democracia liberal era nociva, pues estaba enfocada en el individuo, lo que conducía al egoísmo. Él defendía “la verdadera democracia” en la que el individuo debía subordinarse al Estado. En ese sentido, promovía las economías planificadas en las que era el gobierno el que indicaba qué, cuánto y cómo producir.

Gentile y otro grupo de pensadores crearon el mito del nacionalismo socialista, ese en el que un país bien dirigido por un grupo superior podría subsistir sin comercio internacional, siempre y cuando todos los individuos se sometieran a los designios del gobierno; el fin era crear un Estado Corporativo. Hay que recordar que Mussolini venía del Partido Socialista Italiano tradicional, pero debido a la ruptura con este movimiento marxista tradicional, y debido al fuerte sentimiento nacionalista que predominaba en la época, se trastocan las bases para crear el nuevo “socialismo nacionalista”, al cual llamaron fascismo.

La economía fascista

El fascismo nacionalizó la industria de las armas, sin embargo, a diferencia del socialismo tradicional, no consideraba que el Estado debía poseer formalmente todos los medios de producción, pero sí dominarlos. Es decir, los dueños de industrias podían “mantener” sus negocios, siempre y cuando los mismos sirvieran a las directrices del Estado, siendo fiscalizados y supervisados por funcionarios públicos y pagando una alta tributación (en el fondo, la “propiedad privada” no era tal cosa, pues se convertía en un instrumento del gobierno, tal como haría el nazismo años después a través de los Gauleiter, bajo el principio del Führerprinzip); también estableció el impuesto al capital, la confiscación de bienes de las congregaciones religiosas y la abolición de rentas episcopales. El estatismo era la clave en todo, gracias al discurso nacionalista y colectivista todos los esfuerzos de los ciudadanos debían ser a favor del Estado.

El fascismo decía oponerse al capitalismo liberal, pero también al socialismo internacional, de allí parte la concepción de “tercera vía”, la misma posición que sería sostenida por el peronismo argentino años después. Esta oposición al socialismo internacional y al comunismo es precisamente lo que ha causado tanta confusión en la ubicación ideológica del fascismo, el nazismo y también el peronismo. Al haberse opuesto a la izquierda tradicional marxista internacionalista, estos los atribuyeron a la corriente de movimientos de ultraderecha, cuando lo cierto es que, tal como se ha demostrado, sus políticas económicas centralizadas obedecían a los principios colectivistas y socialistas, contrariando abiertamente al capitalismo y al libre mercado, favoreciendo al nacionalismo y la autarquía.

En ese sentido, tal como estableció el filósofo creador de la ideología fascista, Giovanni Gentile, el fascismo es otra forma de socialismo, ergo, no era una batalla de izquierda contra derecha, sino una lucha entre diversas izquierdas, una internacionalista y una nacionalista.

De hecho, en 1943 Benito Mussolini promueve la “socialización de la economía”, también conocida como la socialización fascista. Para este proceso Mussolini busca el asesoramiento del fundador del Partido Comunista Italiano, Nicola Bombacci. El comunista fue el principal autor intelectual del Manifiesto de Verona, la declaración histórica con la que el fascismo promueve este proceso de “socialización” económica para profundizar el anticapitalismo y el autarquismo, y en la que Italia pasa a denominarse “República Social Italiana”.

El 22 de abril de 1945 en Milán, el líder fascista declararía lo siguiente:

“Nuestros programas son definitivamente iguales a nuestras ideas revolucionarias y ellas pertenecen a lo que en régimen democrático se llama ‘izquierda’; nuestras instituciones son un resultado directo de nuestros programas y nuestro ideal es el Estado de Trabajo. En este caso no puede haber duda: nosotros somos la clase trabajadora en lucha por la vida y la muerte, contra el capitalismo. Somos los revolucionarios en busca de un nuevo orden. Si esto es así, invocar ayuda de la burguesía agitando el peligro rojo es un absurdo. El espantapájaros auténtico, el verdadero peligro, la amenaza contra la que se lucha sin parar, viene de la derecha. No nos interesa en nada tener a la burguesía capitalista como aliada contra la amenaza del peligro rojo, incluso en el mejor de los casos esta sería una aliada infiel, que está tratando de hacer que nosotros sirvamos a sus fines, como lo ha hecho más de una vez con cierto éxito. Ahorraré palabras ya que es totalmente superfluo. De hecho, es perjudicial, porque nos hace confundir los tipos de auténticos revolucionarios de cualquier tonalidad, con el hombre de reacción que a veces utiliza nuestro mismo idioma”.

Seis días después de estas declaraciones, Benito Mussolini sería capturado y fusilado.


Este texto forma parte del libro de Emmanuel Rincón «La reinvención ideológica de América Latina«.

Artículo original: Panam Post

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