Dennys Caldera Boka, 41 años, comunicador social, docente e investigador, nacido en Venezuela y residiendo en Argentina desde 2012.

“Toda sociedad que priorice a la igualdad por sobre la libertad, no merece ninguna de ellas y terminará perdiendo ambas” – Milton Friedman

Es un día cualquiera en Peronia, un “mundo paralelo” donde las cosas funcionan de manera muy diferente al resto de los mundos, a excepción de Chavezuela, mi mundo de origen y primo-hermano de Peronia, de donde partí hace poco más de ocho años para llegar aquí.

Las cosas siguen una lógica bastante particular en Peronia: el éxito es una palabra tabú, extrañamente estigmatizada por quienes creen que “denigra” a los menos afortunados. El deseo de superación es visto con sumo recelo, ya que aparentemente es señal de una inconformidad malsana. Es inevitable sentir el famoso deja vú; es que en Chavezuela ya respiraba el mismo aire, denso y pesado, cargado de culpa por querer ser un poco mejor cada día.

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El mérito cada vez importa menos aquí. Aspirar a más y hacer un esfuerzo para obtener aquello que se anhela es síntoma de avaricia y mirado con recelo por los demás

La sana competencia es tóxica en Peronia, así que solo “participar” es suficiente. Si llegaste en primer lugar, o fuiste el último, no hay diferencia (salvo en el fútbol, donde irónicamente la jerarquía sí es venerada). El trabajo duro paradójicamente termina jugando en contra, ya que, por cosas de la vida, quien menos esfuerzo hace parece terminar recogiendo los frutos.

Ser productivo es un concepto poco discutido en Peronia, excepto para criticar a quien lo sea y quitarle lo más posible, para redistribuirlo de manera “equitativa” entre todos aquellos que, por diversas razones, no produjeron en la misma medida. Ya lo había visto en Chavezuela, donde al grito de “¡exprópiese!”, se le “sustraía” al que tenía “demasiado” por “el bien común” (que comúnmente no hace ningún bien).

Por algún misterio del universo, la legítima defensa ante la agresión criminal es considerada “inhumana” en Peronia. Es usual escuchar el calificativo “fascista”, palabra que se usa temerariamente para describir -con tinte despectivo- a todo aquel que pida mano dura para los delincuentes. Los derechos humanos, sorpresivamente, han perdido la “humanidad”. Así como en Chavezuela, donde por razones que escapan al sentido común, la honradez es un lujo de oligarcas, y delinquir es una necesidad de las pobres víctimas de la injusticia social que, por raro que parezca tras por lo menos 2 décadas de justicia social, nunca parece disminuir.

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El lenguaje ha sufrido extrañas variaciones en Peronia, tendiendo a lo que muchos llaman la inclusividad. El simple hecho de no adherir al nuevo léxico y preservar el uso del vocabulario tradicional ahora es considerado discurso de odio, y oponerse a tal aseveración es discriminativo para con las minorías oprimidas que, a la luz de lo que se ve, hoy poseen más visibilidad y aceptación que nunca.

Y así en Peronia el concepto de libertad se ha erosionado con el tiempo, y ha quedado a la sombra de una de sus consecuencias lógicas: la desigualdad. 

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En otros mundos, donde la sensatez es de uso corriente, ser diferentes no representa un problema. Evidentemente uno no escoge donde nace, ni tampoco bajo qué circunstancias; es menester de quienes gobiernan garantizar la única igualdad que les compete: la igualdad ante la ley. La igualdad de oportunidades es una ilusión, por el mismo hecho de que no todos arrancamos desde el mismo punto de partida. Pavimentar el camino para que sea menos complicado de transitar para los menos privilegiados, es un objetivo más noble y accesible.

Sin embargo, la peor utopía de todas es la igualdad de resultados. Esa es la dictadura invisible que rige en Peronia; esa que va minando la iniciativa, el esfuerzo, la creatividad, el entusiasmo y el talento de todos aquellos que desean realizarse y vivir su vida en sus propios términos; esa que aniquiló a Chavezuela hace unos años, despojándola perversamente del esplendor que alguna vez llegó a tener. Es esa dictadura que hace de la mediocridad la norma, y del fracaso el único resultado aceptable.

Y es así como salí de la ya desértica y estéril Chavezuela, buscando mundos más fértiles, y aterricé con grandes esperanzas en Peronia, mundo lleno de gran riqueza, para al poco tiempo darme cuenta que, lamentablemente, estaba de nuevo frente al mismo espejismo, ese al que algunos llaman socialismo.

Fuente: Derecha Diario.

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