Por Guillermo Rodríguez

En Estados Unidos, el nuevo socialismo demócrata revela mucho de sí mismo cuando intenta explicar por qué creció el apoyo electoral a Trump entre hispanos, afroamericanos y otras minorías, en 2020. Juan Williams en The Hill es un buen ejemplo. Su argumento es fácil de resumir: cree que aquellos miembros de minorías que votaron por Trump son estúpidos. También son machistas, misóginos, superficiales, y todos los insultos usuales del demócrata políticamente correcto al conservador americano de pie. Pero sobre todo, son estúpidos.

Puritanos de izquierda

Suena a racismo disfrazado de antirracismo. Y en Williams suena a racismo anti-hispano de una parte; y de la otra a elitismo, muy particularmente contra afroamericanos pobres, que considera ignorantes y reacios a aceptar las verdades reveladas por sus líderes intelectuales, moralmente superiores, como se autopercibe. Hipocresía no es lo único que revela de sí misma la izquierda estadounidense en estos días. Un conservador libertario estadounidense expatriado en Hispanoamérica, como Eric Clifford Graf, ve en lo de Williams una “versión ‘racialista’ del mantra de que los demócratas no son socialistas. Hemos de creer que los hispanos son tan estúpidos que no pueden reconocer la ideología de Venezuela y Cuba entre los líderes demócratas”. Advierte, además, que  “no lo ve racista sino maoísta. Y es importante resaltar la diferencia. Entre los dos sistemas de opresión, la inquisición y el apartheid, el segundo es menos pernicioso a largo plazo, porque es menos perdurable”.

Graf aclara que, aunque a veces se le parezca, “no es el racismo tradicional; es moralismo. El racismo no es sostenible empíricamente. Conocemos gente de otro color y un sistema opresivo basado en la diferencia no aguanta la experiencia, pero un sistema de opresión basado en la superioridad metafísica es más pernicioso y perdurable”. Agrega que “es importante distinguir al maoísmo del nazismo. Los maoístas de izquierda estadounidense acusan a sus antagonistas de ser nazis. Acusar a los maoístas de ser los verdaderos racistas no es preciso ni eficiente. Más adecuado históricamente es admitir que la derecha en Estados Unidos era racista. Pero ya no lo somos. La lucha por los derechos civiles no solo fue correcta sino exitosa. Pero actualmente esa lucha se ha corrompido. La moraleja de Matar un ruiseñor se aprendió y aplicó para mejorar la sociedad estadounidense. Queda por aprender todavía la moraleja de La letra escarlata”.

Y sin embargo…

Coincido con Graf en que lo de la izquierda estadounidense actual no es el viejo racismo de los Klansman demócratas del pasado. Pero como dice el viejo refrán español, la cabra siempre tira al monte. El Partido Demócrata sí fue el partido del sur y del KKK. Sin duda, la sociedad estadounidense superó aquel racismo, hasta donde es material y moralmente posible. Pero su izquierda tiene motivos para aferrarse al fantasma del racismo: es práctico. Le asegura votos de minorías encuadradas en colectivos adoctrinados. 

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Pero hay algo más profundo. El racismo como arma del puritanismo de izquierda es el último aliento del racismo moribundo. Este es un racismo moribundo hoy disfrazado de anti-racismo intelectual –la teoría crítica de la raza, por ejemplo, es racismo disfrazado de anti-racismo en clave neomarxista– regresa al hogar de su salvaje juventud. No me malinterpreten, mi argumento no es que el Partido Demócrata de hoy sea el partido del KKK. Dejó de serlo entre Truman y Johnson. Lo que digo es que una forma nueva e insidiosa de racismo, que espero sea el último aliento del racismo moribundo, se instaló ahí, en la antigua casa del viejo racismo, esa de la que fue expulsado. No veo una continuidad sino una curiosidad. El discurso “racialista” del puritanismo marxista estadounidense impera hoy donde ayer imperó un viejo racismo ya superado.

Pero lo más peligroso de lo que señala Graf, con quien ya habrán notado que coincido en lo del puritanismo inquisitorial del nuevo socialismo estadounidense –la advertencia literaria sí es La letra escarlata– es que las personas asocian todo eso con la religión, específicamente con formas tradicionalmente puritanas de cristianismo protestante o evangélico –con lo que parecen ignorar que el catolicismo del pasado sufrió del mismo mal, en su propio contexto– pero no ven que el marxismo es una religión. 

El marxismo es una religión totalitaria, con dogmas irrefutables, profecías en abundancia, y una promesa de trascendencia escrupulosamente atea –en realidad no deísta– que denomina a su espiritualismo colectivista trascendente “materialismo” y a su cuerpo de dogmas revelados “ciencia”. Es una religión cuyos reclamos de superioridad moral –motor del fanatismo puritano– se basan en elevar la envidia a la categoría de axioma moral. Es decir, su tan proclamada superioridad moral depende de pasar un vicio ancestral por virtud contemporánea y que sea difícil de ver lo hace más peligroso.

El llamado de la tribu

Graf me dice que en esos términos podríamos hablar de un nuevo racismo, pero que “ese nuevo racismo no es eco del anterior sino una nueva manifestación de una ley de la naturaleza humana. Queremos ser miembros de una tribu en contra de la otra, y para eso necesitamos esa otra tribu a la que odiar. Es decir, a nivel sociológico el racismo es inevitable, y cuando no, siempre surge algo peor aún, el moralismo o el intelectualismo”. 

Aunque coincido plenamente, agregaré que lo que estamos viendo es justamente una confluencia de ese anhelo ancestral por la tribu con un moralismo intelectualista puritano e inquisitorial, cuya religión es el marxismo y cuyo objetivo es imponer una cruzada de falsa superioridad moral envidiosa –de lo políticamente correcto a la cancelación cultural– de la peor intolerancia totalitaria sobre los Estados Unidos. No pretenden lograrlo en dos días. Tardaron más de medio siglo en llegar adonde están hoy, pero están claros en su objetivo a mediano o largo plazo, y en lo que a corto plazo, deben lograr para avanzar hacia su objetivo final. 

Fuente: elamerican.com

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