Por Carlos Esteban para La Gaceta
Un juez federal ha desestimado las demandas del equipo de campaña de Trump en las que se acusaba a funcionarios de Pensilvania de facilitar el fraude electoral. Alegría entre demócratas y ‘nevertrumpers’ republicanos, ya que esto permite certificar la victoria de Biden en este estado clave, dinamitando las opciones legales del presidente. Sin Pensilvania, las posibilidades de Trump tienden a cero.
O tal vez no. Quizá, es posible e incluso probable, el equipo del presidente nunca puso sus esperanzas en los jueces federales, a los que muchos consideran descaradamente sesgados contra Trump, sino que aspiran a llegar a la más alta magistratura: el Supremo.
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De hecho, la nota publicada por la cabeza visible del equipo jurídico del presidente, el legendario ex alcalde de Nueva York Rudy Giuliani, subraya este punto, señalando que la negativa del juez de Pensilvania les ayuda en su estrategia de llegar al alto tribunal.
Es muy difícil presionar a los nueve jueces del Supremo. Han llegado a lo más alto, al culmen de su carrera, su plaza es vitalicia (…) y ya no tienen que hacer méritos
Hay varias razones para desear que todo se dirima en el Supremo. Para empezar, supondría tratar el asunto como una causa única que afecta a todo el país, un inédito caso de fraude electoral de tal envergadura que pone en peligro el funcionamiento de la democracia, erosiona la confianza de los americanos en las instituciones y destapa la extendida corrupción del Partido Demócrata, de la que ya tuvimos atisbos a través de las filtraciones de WikiLeaks durante el duelo entre Berni Sanders y Hillary Clinton en las primarias.
Por lo demás, de sustanciarse, el caso tiene graves ramificaciones de política internacional, ya que parte de los votos se han contabilizado fuera de Estados Unidos y la empresa propietaria del software que ha facilitado las trampas es extranjera y ha prestado sus cuestionables servicios en las elecciones de numerosos países. No es, pues, un asunto para que lo diriman en sus aspectos parciales un tribunal menor.
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Por otra parte, la autoridad de una sentencia del Supremo está siempre rodeada de un aura casi sagrada. No hay apelación posible, y su decisión va a misa.
Por último, es muy difícil presionar a los nueve jueces del Supremo. Han llegado a lo más alto, al culmen de su carrera, su plaza es vitalicia (“no renuncian nunca y rara vez mueren”, como reza el dicho) y ya no tienen que hacer méritos. Tampoco es despreciable el hecho de que Trump se haya asegurado con tres nombramientos -Kavanaugh, Gorsuch y Barrett- una mayoría conservadora sin motivos ideológicos para ponerle palos en las ruedas.
Es decir, que un juez al que solo conocían ni en su casa a la hora de comer ha tenido sus cinco minutos de gloria y poco más. La cosa sigue adelante, exactamente por el trayecto que conviene a Trump.
Uno de los efectos secundarios de esta espera desesperante es que son muchos los que están descubriendo sus cartas antes de tiempo. Empezando por los republicanos.
Hay de los adversos de siempre, los Nevertrumpers, como Romney, y los hay sobrevenidos, como el senador Kevin Cramer, republicano de Dakota del Norte (estado famoso por estar encima de Dakota del Sur), quien ha declarado a la NBC que ya va siendo hora de iniciar el proceso de transición a la presidencia de Joe Biden. Adivinen quién no va a volver a representar a Dakota del Norte a partir de las próximas elecciones legislativas.
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También se les está viendo el plumero a los demócratas, en dos sentidos importantes. A nivel de, digamos, comentariado y base, están mostrando una afición a afilar los cuchillos y cortar cabezas que, sinceramente, da un poco de miedo. E, imagino, está confirmando a la base trumpista en su propósito de no rendirse, porque les va la vida (social, laboral, política y quién sabe).
Tenemos, por ejemplo, a un simpático hombrecillo que responde al nombre de Jerry Saltz, crítico de arte en la revista New York, que se lanza a Twitter con este reconciliador comentario: “El Republicanismo [del Partido Republicano, se entiende] ya no es un problema político; el Republicanismo es un problema social. Debe ser tratado del mismo modo en que se trata el coronavirus: tiene que ser aislado y eliminado reprimiéndolo en aproximadamente el 70% de la población general”.
¿No es tranquilizador saber que los presuntos ganadores de la contienda tienen estas ideas en sus cabecitas? No lo busquen: el aspirante a Pol Pot se ha apresurado a borrarlo. Afortunadamente, Internet es para siempre.
El otro sentido es el de los ‘nombramientos’ que está haciendo Biden, aunque por ahora haya que considerarlos de ‘mentirijillas’. La nómina de su equipo de Seguridad Nacional es como para ponerse a temblar, salvo que uno sea fabricante de bombas de fragmentación.
Imaginen lo más duro entre los ‘halcones’, gente de esa que ha estado en gabinetes republicanos y a la que le pica el dedo sobre el gatillo. Vamos, que vamos a tener guerritas imperiales para aburrir, porque las palomas, los arcoíris y el “¿es que no podemos llevarnos todos bien?” es para consumo exclusivamente interno y para octogenarios hippies que aún cantan canciones de Pete Seeger.