Por Emmanuel Alejandro Rondón

27-11-2020 fue la fecha en la que cumplí mis veinte años de vida. Lo hice lejos de casa y de la tierra que me vio nacer, básicamente porque me tocó vivir y huir la tragedia chavista en Venezuela. ¿Por qué me fui junto a mi familia? Porque busqué tres cosas: vida, felicidad y libertad.

En Venezuela no hay forma de vivir una vida plena con las libertades intactas. Para la enorme mayoría del país lo que toca es afrontar la existencia mediante el mero instinto de sobrevivir y proteger a los tuyos. Por ende, no hay vida, tampoco hay libertad; dos cuestiones que danzan juntas, si se separan, no existe la otra. Al final son uno y, sin esas dos, tampoco hay felicidad.

Mi experiencia no me da la certeza, pero sí una idea de lo que ocurre bajo el yugo del Partido Comunista de China (PCCh), el régimen que, al fin, en este 2020, se terminó de quitar la careta para mostrar su verdadero rostro autoritario.

Un monstruo anti libertad

Detrás del gran crecimiento económico chino, de su evolución industrial, tecnológica, de la potencia en la que se ha convertido; existe una brutalidad tremenda que se ensañó contra las libertades individuales.

La naturaleza del Partido Comunista chino no concibe ni convive con el respeto al proyecto de vida de los individuos. A menos que te subyugues a su sistema, que al final sería su proyecto, ese monstruoso Estado.

Días atrás, 3 activistas hongkoneses, Joshua Wong, Agnes Chow e Ivan Lam fueron puestos bajo custodia por el régimen chino. ¿Sus delitos? “Una protesta ilegal”.

“Tal vez las autoridades deseen que me quede en prisión. Pero estoy convencido de que ni los barrotes de la prisión, ni la prohibición de las elecciones, ni ningún otro poder arbitrario nos detendrá del activismo”, fue lo que dijo Wong, una de las caras más representativas del movimiento democrático hongkonés.

¿El repudio internacional? Poquísimo, la noticia, de hecho, no tuvo gran relevancia, al menos no la que debería.

Xi Jinping pronuncia un discurso a través de un vídeo en la ceremonia de apertura de la 17ª Expo China-ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) en Nanning, en la provincia de Guangxi, en el sur de China, el 27 de noviembre de 2020. 

El régimen que tiene carta blanca para destruir la libertad

Pero sin irnos muy lejos, durante todo el año, el régimen chino ha reprimido la libertad de expresión de sus ciudadanos como nunca antes. Si algo hizo Partido Comunista chino fue vendernos su “éxito” controlando, la pandemia. Y Occidente, como buenos imbéciles, lo compramos. Bueno, no todos, pero sí los cómplices aduladores de la tiranía china.

El régimen chino persiguió, censuró y encarceló a los “periodistas civiles” que informaban sobre el coronavirus y la pandemia. Una acción imperdonable para un régimen que quiso controlar la narrativa en torno a la pandemia desde el día I.

Pese a que el Partido Comunista chino fue el principal responsable de la rápida proliferación del COVID-19; con su inacción inicial, con su secretismo para revelar detalles, con su criminal y monstruosa decisión de no alertar al mundo del peligro del virus en complot con la OMS; también fueron los responsables de exportar los confinamientos / cuarentenas. Un remedio que, en muchos casos, ha resultado ser incluso peor que la enfermedad.

Los encierros a los que todo el mundo se sometió, no hicieron otra cosa que coartar las libertades en el planeta. Quizás, en algunos casos, funcionó para frenar la curva de contagios, pero en muchos ciudades y países ni eso.

Después de casi un año entero con esta trágica pandemia, aún muchos políticos se plantean los confinamientos como soluciones al aumento de contagios, todo ello pese a las cifras de pobreza, desempleo y economías quebrándose —por demás terroríficas—.

No nos equivoquemos, estos políticos que venden y promueven las cuarentenas no son más que tiranuelos —sedientos de imponerse—. A menor libertad ciudadana, mayor es su clímax. Argentina, España, Venezuela, algunos estados demócratas en EE. UU., todos vivos retratos de un “modelo sanitario” exportado desde China.

Lo peor es su carta blanca. Nadie le pone un stop, nadie se atreve a decir: ¡Ya basta! Trump, quizás, fue el único en dar esa batalla, pero pocos lo acompañaron y su reelección pende de un hilo muy delgado.

El Partido Comunista chino viola derechos humanos, destroza el medio ambiente, controla la autonomía de países más pequeños como Venezuela y varios del continente africano. También exporta sus formas de censura, persigue a sus ciudadanos y tiene una gran injerencia en los organismos multilaterales.

Los grandes medios de comunicación, en lugar de denunciarlos y apuntarlos con el dedo, alaban sus propagandas. Sí, incluso los grandes diarios occidentales lo hacen.

El otro día leía con mucha angustia cómo el régimen de Xi Jinping estaba presionando para imponer un sistema de rastreo global usando códigos QR, esto con la excusa de, supuestamente, monitorear a las personas con cualquier exposición potencial al coronavirus. Detrás de todo eso, por supuesto, existe una gran extralimitación del totalitarismo chino para mejorar sus métodos de control social.

Si este modelo de rastreo se exporta como las cuarentenas, sería algo similar al fin de todo ápice de libertad que aún poseemos. Algo muy parecido a las pantallas del Gran Hermano de 1984 observándote y siguiéndote donde quiera que vayas.

El Partido Comunista chino ha creado un nuevo arte, el de destruir todas las libertades y no pagar las consecuencias. Y la cobardía de Occidente cómplice de ello, por supuesto.

Fuente: elamerican.com

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