Por: Raúl Tortolero

Con Trump y su movimiento, la batalla cultural apenas va comenzando. Con independencia del desenlace de los juicios electorales en curso, más de 70 millones de ciudadanos en Estados Unidos, y muchos más en todo Occidente, se agrupan en torno a una lucha aún más épica que por la presidencia de ese país: ganar la batalla cultural contra el socialismo cool.

Llamo socialismo cool al conjunto de planteamientos progresistas, posmarxistas, cuya principal misión ya no es emancipar al trabajador de la opresión de los medios de producción, sino unificar el odio y el resentimiento de minorías histéricas para destruir todo obstáculo e imponer el globalismo, con un gobierno mundial.

¿Un socialismo buena onda? Con pasamontañas feminista en Instagram; desnudas con trapo verde en una iglesia incendiada; tomando selfies con iPhone, con mujeres policías grafiteadas y golpeadas de fondo. Con tenis Nike, bebiendo café en Starbucks tras la marcha pro adopción gay. Un socialismo simpático a los millennials que maquilla su rostro de odio, pobreza y represión en países donde es gobierno.

Ocasio-Cortez vende lo que no conoce

Un ejemplo notorio de resentimiento social llevado a la política, y que propugna por el socialismo, es el caso de la congresista por el 14 distrito de Nueva York, Alexandria Ocasio-Cortez. De ascendencia boricua, vecina del Bronx, del Partido Demócrata, tuvo una infancia dura, pero en lugar de reconocer que el capitalismo le brindó la oportunidad de salir adelante e incluso de participar en política, besa las manos al socialismo, en el que jamás ha vivido, y busca imponerlo en los Estados Unidos.

Definida como progresista, milita con la organización “Socialistas Democráticos de América”. Es fácil quemarle incienso al socialismo viviendo en Nueva York, donde nadie carece de libertad de expresión, papel higiénico, pasta dental, proteínas, acceso a medicamentos y ropa… la cruda realidad en Venezuela, Cuba, Nicaragua, entre otros enclaves de la izquierda.

Ocasio-Cortez presenta su lucha por el socialismo como algo natural, la consecuencia lógica de no haber sido acaudalada en su infancia, cuando los responsables políticos que incubaron su venganza fueron los mismos demócratas, quienes no movían un dedo por la gente que deberían representar en su distrito.

El odio como estrategia: divide y vencerás

El socialismo cool es una ideología, un “software” implantado en la mente ciudadana a través de organizaciones internacionales cuyos expertos determinan las conductas a seguir. Esto es avalado y difundido por consorcios de redes sociales y los mainstrean media.

El feminismo radical, la ideología de género, el “lenguaje inclusivo”, la deconstrucción de la masculinidad, son algunas de las principales estrategias del socialismo cool, para fomentar y exacerbar el odio de mujeres contra hombres, homosexuales contra heterosexuales, uniones civiles homosexuales contra matrimonio religioso, negros contra blancos, globalistas contra patriotas, socialistas contra nacionalistas.

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El método es la ideología progresista, el socialismo cool; la meta es el globalismo, un nuevo orden mundial. ¿Quién está detrás? El establishment, que quiere acabar con el movimiento de Trump en Estados Unidos: la élite política corrupta, la rancia oligarquía, la agenda del grupo Bilderberg, los mainstream media, los emporios de redes sociales, y corporaciones trasnacionales.

Es el mismo establishment que ha dado la espalda al trabajador y sumergido a las clases medias en Estados Unidos en la desesperanza, que olvida a la microeconomía familiar, al haberse concentrado en la macroeconomía de las guerras de control global, y en el enriquecimiento de corporaciones trasnacionales, en detrimento de latinos, blancos, negros y asiáticos de clase popular.

El globalismo aspira a un mundo gobernado por élites de emporios sin rostro que imponen gobernantes títeres. Busca gobernar a través de instrumentos internacionales, avalados por pactos entre Estados-Nación que claudican sus soberanías ante pseudo legislaciones meta constitucionales.

El socialismo cool se presenta como sexy y de vanguardia, plural e incluyente, pero en el fondo es puro resentimiento –ese que marcha incendiando negocios legítimos porque no los posee–, marketing, y desbocada ambición de corporaciones tiránicas.

Paradojas de la política: el socialismo cool habla en nombre de las libertades –de expresión, de pensamiento, de acción–, pero impone una forma de hablar (la de la inclusión), una forma de pensar (no puedes suponer que hay fraude en Estados Unidos, porque te censuran), y una forma de actuar (la masculinidad afeminada).

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La consecuencia de no tragarnos todas esas patrañas progresistas, es la “cancelación”, es decir, la muerte civil, la exclusión social decretada por los posmarxistas erigidos en policías de una ética retorcida al amparo del Estado Digital.

El COVID-19, pretexto para imponer instrumentos globalistas

Slavoj Zizek, defensor del comunismo globalista, es un filósofo marxista esloveno. Sin tapujos, en un ensayo con ocasión del Coronavirus, afirma que deberíamos ser contagiados de un “virus ideológico mucho más beneficioso”: el de pensar en una sociedad alternativa, “más allá del Estado-Nación”, que se expresa “en las formas de solidaridad y cooperación global”. El COVID-19 es un pretexto inmejorable para que el comunista más conocido del mundo impulse el globalismo.

¿Cómo empezaría el gobierno mundial, el globalismo, según Zizek? El primer modelo de una coordinación global es la Organización Mundial de la Salud, responde. Apoya que este tipo de institutos tenga “más poder ejecutivo”.

No es casual que la OMS haya sido señalada por Trump por una gestión de la crisis del COVID-19 sesgada a favor de China. Estados Unidos suspendió el financiamiento a esta entidad de salud que en ojos del mandatario americano no hizo mucho por declarar a tiempo la pandemia, permitiendo su propagación.

Byung-Chul Han –filósofo coreano asentado en Berlín–, considera al Coronavirus como una causa para justificar el Estado Policial Digital, que se vale de millones de cámaras en las calles y plazas, con software de reconocimiento facial y medición de temperatura, para controlar la epidemia.

Si a este modelo chino de hipervigilancia y biopoder le sumamos las acciones de la tiranía y psicopoder de las redes sociales como Twitter y Facebook, tenemos listo el modelo de Estado Global promovido por los patrocinadores del Nuevo Orden Mundial.

Ante estos escenarios, Trump y su movimiento social representan una amarga medicina contra el globalismo, un despertar del sopor del socialismo cool, una narrativa con fundamento patriótico, económico y religioso, que simboliza la defensa de Occidente.

Por eso, el trumpismo no se agota electoralmente: es el gran contrapeso al globalismo socialista. La batalla durará décadas.

Raúl Tortolero es consultor político mexicano, con doctorado en derechos humanos y maestría en filosofía.

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