Por Agustina Blanco
El 11 de 2020 diciembre pasará a la historia de la República Argentina como el día en el que una mayoría representante del Gobierno progresista de Alberto Fernández enarboló el primer paso hacia la legalización del aborto como un “derecho” y una cuestión de “salud pública”. Con 131 votos positivos, 117 negativos y 6 abstenciones el aborto legal fue aprobado en la Cámara de Diputados.
Un claro ejemplo al respecto es el de la diputada opositora perteneciente al “Frente de la Concordia Misionero” cuando en el año 2018 votó en contra del proyecto:
Mientras que este año se dio vuelta como un calcetín:
Es ley
Es ley que cuando uno retrocede, el otro avanza. Es simple. En Argentina la oposición retrocedió, cedió tanto espacio que su figura se esfuma lentamente y termina siendo servicial. Y esta vez no ha sido la excepción.
El presidente Alberto Fernández prometió en su campaña electoral que conseguiría finalmente que el proyecto de legalización del aborto tuviera la mayoría necesaria para ser aprobada y finalmente fuera ley. El “Aborto legal, seguro y gratuito”, más que una frase o un lema, fue uno de los postulados principales de su campaña.
Pero este año ha sido caprichoso con todos y los políticos no fueron la excepción. Fernández no pudo salirse con la suya y enviar el proyecto a principio de este año, podríamos decir que tuvo que ocuparse de “otras cuestiones” un poco más urgentes que atender producto de una tal pandemia por un tal virus “COVID-19”.
Así pues, comenzó su mandato presidencial. Con una pandemia a cuestas y no tuvo mejor idea que presentar el problema pandémico como una dicotómica elección entre “la vida y la economía” —como si fueran conceptos excluyentes entre sí y no se tratara de algo concomitante—. El proyecto del aborto tuvo que esperar. Y esperó hasta hoy cuando finalmente Alberto alcanzó su cometido. Si bien aún no es ley (porque sólo obtuvo sanción en una de las dos Cámaras), sí logró que la legalización del aborto diera un pasito más. Pero ¿a costa de qué?
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Y ahora viene lo llamativo, lo desopilante y es que el precio de ganar implica que, a veces, hay que perder. Repasemos algunas cifras del mandato presidencial de Fernández, que sólo lleva un año en el poder: “Una economía que se cae se levanta, pero una vida que se pierde no se recupera más”.
Según el último informe presentado por la Universidad Católica Argentina (UCA), titulado “Pobreza más pobreza: deterioro de las condiciones de subsistencia económica en tiempos de pandemia”, en Argentina durante el segundo trimestre, “la tasa de indigencia habría sido de 13,6 % y la tasa de pobreza de 47,2 %. Estas tasas representan un aumento del 79 % y del 32 %, respectivamente, con respecto a las tasas de igual período del año 2019”.
Por su parte, el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), en su último informe señaló que en el segundo trimestre de 2020: “aumentó la brecha de ingresos entre los más pobres y los más ricos. Así, en los últimos 12 meses, aumentó de 20 a 25 veces la distancia de los ingresos familiares por persona entre el 10 % más rico —que recibió el 33,5 % de la torta— y el 10 % más pobre, que percibió sólo el 1,3 %”.
En lo que respecta a las cifras que la pandemia dejó, hasta el día de la fecha, Argentina se encuentra segundo en nivel de casos confirmados en Latinoamérica. Brasil se encuentra primero con 6.781.799 y Argentina lo secunda con 1.482.216, seguido por Colombia, México, Perú y Chile. De igual manera, Argentina ocupa en el séptimo lugar de la tasa de mortalidad provocada por el COVID-19 a nivel mundial en un ranking de 150 países.
En efecto, mientras la Presidencia de Alberto Fernández tiene a la mitad del país bajo la línea de pobreza, y más de 40.000 fallecidos por COVID-19 (casi 900 habitantes por millón de habitantes aún sin haber superado la primera ola y esperando una segunda), los suyos y los ajenos (oposición) se ocupan de aprobar un proyecto de ley en el que no sólo se lleva puesta la Constitución Nacional y los Tratados Internacionales sobre la protección de los Derechos del Niño, sino que, además, lo hace en un momento en el que existen niños que mueren por desnutrición o por el virus chino, en un país que supo ser “el granero del mundo”.
El año pasado en una entrevista dijo que él “estaba a favor de la despenalización y legalización del aborto”, pero que “no debían dar ese debate en ese momento porque no contaban con los votos”. En efecto, queda demostrado que “los votos” son lo único que importa para los populistas, porque si bien ahora pudo contar con “los votos”, no cuenta con las condiciones del necesarias país para afrontar un debate con la seriedad y la envergadura que ameritaba y, mucho menos, con la estructura económica para ello.
¿Cómo podemos explicarlo?
Abismal tarea. Los líderes populistas tienen la capacidad de generar liderazgo debido a su “carisma”, a su “leguaje popular”, su forma de comunicar lisa y llana. Generan representaciones simbólicas con lo que sea: con su voz, con su ropa, su postura. (Comunicación no verbal y verbal). Su modus operandi es cooptar o adueñarse de “demandas sociales” —en términos laclaunianos— y transformarlas en bandera. En un punto clave de su gobierno. En una promesa que puede cumplirse o no.
A Alberto se le dificultó con la pandemia poder cumplir esa promesa. Pero una promesa no cumplida es una garantía de poder. Es el “Condicionamiento Clásico” de Pavlov, es el sistema de “premios y recompensas”. Es darle atarle la zanahoria al burro para que siga caminando y no se canse o se tire a reposar.
Para Alberto el “aborto legal seguro y gratuito”, no significa absolutamente nada. Incluso, Cristina Fernández de Kirchner ex presidente, y actual vicepresidente de Fernández, siempre ha estado callada, jamás se animó a decir nada ni a favor, ni en contra. No podía estropear la relación con el papa Francisco. En efecto, de forma astuta lograba escabullirse del tema. Pero esa Argentina de hace 1 año, no es la misma que la de hoy. La Argentina de hoy necesitaba urgente un tema que lograra estúpidamente superar las cifras de un país devastado por un virus y por más de 70 años de peronismo.
El aborto es para Fernández (Alberto) una carta bajo la manga cuando lo necesita: para ganar una elección, para mantener encerrados a la población durante 9 meses, para no afrontar el casi 48 % de personas inmersos en la pobreza, para ciberpatrullar a la población civil, para emitir más dinero, para ganar tiempo. Es eso. Generar, mantener o recuperar legitimidad. En verdad, el proyecto sobre el aborto, es una zanahoria con la que Alberto acollaraba y pastoreaba a la masa.
El problema más grave es que son vidas las que están en juego (las vidas que la pobreza arrebata y las vidas que no nacerán), no un proyecto de suba de impuestos. Pero eso es pura y exclusivamente responsabilidad del populismo izquierdista. Y deberán convivir con eso.
Es como si nos dijera, por ejemplo, lo siguiente: “muchachos, entiendo que tenemos el 48 % de pobres, pero yo les prometí el aborto y lo estoy cumpliendo, ya veremos luego cómo solucionar lo otro. Enfoquémonos, por ahora, en que soy el gran cumplidor”.
El fenómeno es usted
Y es así que tenemos que leer o escuchar declaraciones tristes y decadentes como la del ministro de Salud argentino, Ginés González García quien aseveró que: “Acá no hay dos vidas como dicen algunos: es una sola persona y lo otro es un fenómeno que no está correctamente utilizado. Si no fuera así, estaríamos ante el mayor genocidio universal”.
Pero los no globalistas, frente a este panorama desolador, aún tienen una pequeñísima esperanza. Y es la siguiente: Esta misma Cámara de Diputados que hoy aprobó la ley, el año pasado la truncó y tras no lograr la mayoría para pasar de una Cámara hacia la otra, jamás llegó a la Cámara Alta (Senadores). Existe, pues, la posibilidad —por más mínima y remota que sea—, de que ahora el proceso resulte a la inversa, y el proyecto del aborto sea truncado nuevamente, pero esta vez desde el Senado. En la República Argentina casi la mitad del país no tiene para comer, pero quizás tengan aborto. Fenomenal.