Por Carlos Esteban
Toda información es local, me enseñaron en su día, y así aprendí a resignarme a que esa noticia tan interesante que me había preparado sobre Ruritania la leyeran cuatro gatos, si acaso. Hoy es el día de mi venganza, porque por mor de la globalización lo que está sucediendo ahora en Estados Unidos es cosa nuestra, de todos.
Y lo que está sucediendo es un autogolpe global. A Trump no solo le han vetado sine die en redes sociales, le han echado de Youtube, Shopify, Amazon, Spotify (¿tendrán miedo a que se emocione demasiado escuchando ‘Born in the USA’?), sino que su destrucción personal se ha convertido en objetivo obsesivo de quienes ni siquiera están aún en el poder formal. La PGA de golf ha cancelado el campeonato de 2022 que iba a celebrarse en Bedminster, propiedad de Trump; Deutsche Bank ha anunciado que no volverá a conceder préstamos a sus empresas y Signature Bank, que cierra dos cuentas del presidente. Porque, asombrosamente, esto lo hacen a quien aún es presidente en ejercicio de Estados Unidos.
Quieren borrar su nombre como los romanos condenaban a la ‘damnatio memoriae’ a sus tiranos caídos o el antiguo Egipto raspaba el nombre del faraón caído en desgracia de sus estelas, con una furia iconoclasta que trae a la memoria la recreación del pasado y sus testimonios en que se recreaba Stalin.
Pero no se confundan: no es Trump, son esos 75-80 millones de americanos que votaron por él los que están en el punto de mira; Trump es solo el icono, la diana inmediata, la figura sobre la que hacer un escarmiento que disuada a los disidentes.
Se está hablando abiertamente de ‘reeducar’ a los votantes de Trump y de hacerles pagar en sus posibilidades de empleo e interacción social hasta que se arrepientan de su crimen. Bienvenidos a la Gran Purga.
La presidente de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, está presionando para lograr un impeachment que acorte en unas horas el mandato del presidente, y la razón para movimiento tan desconcertante y aparentemente inútil es que el magnate inmobiliario no pueda presentar su candidatura en 2024.
Pero algo no está funcionando. Toda la eficacísima propaganda centrada en demonizar a Trump, y no está funcionando: sus niveles de popularidad, según las últimas encuestas, se mantienen intactos.
Personalmente considero un error convertir a Trump en un mártir, porque quien recoja su legado será sin duda más peligroso para la élite globalista. Podrá contar con la leyenda, pero sin los defectos evidentes de Trump y, sobre todo, habiendo aprendido de todos sus errores.
Mientras, China, el rival que ha conseguido crecer económicamente mientras el resto del mundo veía enfriarse dramáticamente sus economías, se alza triunfadora. El propio líder Xi Jinping ha hecho pública una valoración personal del panorama insólitamente optimista, presumiendo de que “el tiempo y las circunstancias” favorecen a su país en la escena internacional.
Fuente: gaceta.es