Por Aurelio Valarezo Dueñas

El feminismo debería estar en las calles gritando y cantando, de preferencia no desnudas, en contra de las acciones de Biden que, entre avalancha de órdenes ejecutivas de su primer día de gobierno, incluyó una que ha sido calificada como una victoria para atletas transgénero que quieren participar en los deportes universitarios y colegiales según su “género percibido”. El problema es que en los Estados Unidos ambos son la puerta para becas deportivas y, posteriormente, el primer paso al profesionalismo. Lejos de ser una decisión justa, permitir que hombres participen en divisiones de mujeres trata de atender a la corrección política de la masa y Biden, como buen populista, ha tomado una decisión satisface a sus seguidores, pero que afectará negativamente a la mitad de la población que tanto pretenden representar.

Las políticas estatales deben tomarse bajo el principio de la “economía del beneficio” y, como los ideólogos del liberalismo social, responsables del nefasto concepto de justicia social, han establecido, la meritocracia debe estar abierta a todos en condiciones de equidad de oportunidades (John Rawls, “A Theory of Justice”, “Principles of Justice”, “The Law of Peoples”, etc). Como frecuentemente hay intereses contradictorios en la sociedad es imposible satisfacer a todos. En aquellos casos debe adoptarse la decisión que beneficie a la mayoría. Pero Biden y la mayoría de la progresía no han leído a sus ideólogos, solo quieren satisfacer el clamor de la corrección política.

Según el último censo (2010) el 50,9 % de la población estadounidense eran mujeres (143.368.343) mientras que el Manual de Diagnóstico y Estadística de Desórdenes Mentales (DSM-V 2013) estableció que los hombres con disforia de género o transexuales son entre el 0,005 % al 0,014 % de la población. Es decir, que los hombres que se autoidentifican como “mujeres atrapadas en el cuerpo equivocado” son entre 6903 y 19.327 individuos, en una población de 328 millones de personas. La decisión de Biden, sin duda, beneficia a ese 0,014 % en detrimento del 50,9 % de la población.

La realidad, que tanto se rechaza en estos tiempos, es que las diferencias entre hombres y mujeres no son solamente una construcción social. Los rangos normales para una mujer (nacida con cromosomas XX) de testosterona es de entre 15 a 70 nanogramos por decilitro de sangre, 1/10 a 1/20 de la cantidad normal para un hombre (XY).

En 2018 un estudio realizado por científicos australianos, suecos y franceses publicado en el Endocrine Reviews (David Handelsman, Angelica Hirschberg and Stephane Bermon; “Circulating Testosterone as the Hormonal Basis of Sex Differences in Athletic Performance” Endocrine Reviews 39, 5 (2018): 803–829) llegaron a la conclusión de que el importante dimorfismo sexual entre hombres y mujeres tiene directa relación con la testosterona disponible en el torrente sanguíneo que trae como consecuencia inmensas diferencias en masa muscular, fuerza y hemoglobina circulante en el sistema del individuo, lo que da como resultado diferencias insalvables en el desempeño de atletas hombres y mujeres; razón por la que las disciplinas se han dividido en estas dos básicas categorías. Hombres y mujeres.

Basados en el estudio, el grupo de científicos llegó a la conclusión de que una cantidad de 5,0 nmol/L o mayor de testosterona debería descalificar a las mujeres de las competencias atléticas por considerarse una ventaja injusta. El número de mujeres con niveles superiores de testosterona a esa cifra, sin ayuda de químicos (doping) es tan pequeño que no amerita crear una excepción, insinúan los científicos. El estudio evidencia lo que todos hemos sabido siempre. En la inmensa mayoría de los deportes donde se aplica el principio olímpico de “más rápido, más alto, más lejos” los hombres tienen un mejor desempeño atlético.

La ventaja que la testosterona otorga es inmensa. Tomemos en cuenta los resultados de las olimpiadas de Río de Janeiro en 100 metros espalda. Rayan Murphy de los Estados Unidos ganó la medalla de oro con un tiempo de 51,97 segundos. La medalla de plata fue para Jiagu Xu con 52,31 es decir 0,34 segundos atrás, y David Plumer ganó el bronce con 0,43 segundos de diferencia. El octavo lugar, es decir, el último de los competidores en la final, hizo un tiempo de 53,50 segundos. Mientras tanto la húngara Katinka Hosszu ganó la medalla de oro en 100 en la misma modalidad, pero damas, con 58,45 segundos, es decir, 4,95 segundos más lenta que el último lugar de las finales de la misma disciplina hombres.

La realidad es que, si todos aquellos atletas que no llegaron al medallero en la disciplina para caballeros hubiesen decidido autoidentificarse como mujeres, ningún competidor mujer (XX) hubiese llegado al medallero, probablemente ninguna mujer hubiese llegado a la final siquiera. Las universidades ansiosas de mantener el prestigio de sus programas atléticos decidirán fácilmente entre en fichar a una “mujer” (XY) que sin dificultad ganará fácilmente a sus competidoras (XX). Si la presión de la corrección política es efectiva sobre el Comité Olímpico y acogen una decisión de similar injusticia, las mujeres serán excluidas de los deportes de alto rendimiento en corto tiempo. El progresismo y la corrección política se han convertido en una ideología de “sentirse bien” sin importar los resultados de esa fachada. No es de extrañarse que menos de una de cada cinco mujeres en el Reino Unido y los Estados Unidos se identifiquen con el feminismo. Biden, feminista, progresista, aliade y políticamente correcto acaba de colocar un techo de acero a las deportistas mujeres para quienes será, ahora, casi imposible obtener becas deportivas, y, si el pernicioso populismo de Biden se extiende, difícilmente podrán volver a pararse en el podio olímpico.

Aurelio Valarezo Dueñas es licenciado en Derecho y doctor en Historia (Ph.D) por la Unversidad de Notre Dame (USA). Consultor en el Parlamento Europeo.

Fuentes: panampost.com

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