Por Itxu Díaz

Como columnista desde hace años, nada me hace más feliz que tener a un montón de idiotas en el gobierno. El articulista de opinión es como un cazador de patos, pero de patos tontos; importante matiz, porque hay anátidas listísimas que no interesan al que dispara con tinta y papel. El periodista de opinión lo que desea es tener el peor gobierno del mundo, sencillamente para escribir todos los malditos días que es lamentable que tengamos al peor gobierno del mundo. A grandes rasgos, en esto consiste nuestro trabajo.

Nunca termino de estar de acuerdo con la tesis de Spengler en La decadencia de Occidente, ese inmenso libro de comienzos del siglo XX que nos advirtió que nuestra civilización estaba ya en su etapa final. Si bien es cierto que las civilizaciones tocan fondo, me siento más cercano a Arnold J. Toynbee, quien coincide con Spengler en el diagnóstico del colapso, pero no cree que vayamos a desaparecer como cucarachas. Por más que a los sociólogos nos resulte fácil dividir la sociedad en puñados, lo cierto es que sigue estando formada por individuos. Ninguna civilización es un ser vivo independiente y plural, como pretende Spengler al considerar que puede morir de vieja como un animal enfermo. Eso nos da la tranquilidad de saber que incluso con Occidente agonizando, podremos seguir quejándonos de su decadencia sin miedo a desaparecer en mitad de una columna.

Sin duda, Occidente entró en crisis en el siglo XVIII y desde entonces sobrevive, pero de la misma forma en que podríamos decir que Joe Biden sobrevive. Toynbee sabía bien que toda civilización, en lugar de morir, agoniza en sus frutos. Y esto resulta sensacional también para los columnistas, porque con un poco de suerte podríamos pasarnos la vida diciendo que todo va mal, y ese todo que va mal no tendría por qué acabarse nunca. Como decía antes, el verdadero miedo del columnista es que una mañana al levantarse descubra que el Gobierno lo ha hecho todo bien. Sinceramente, no creo que exista ese peligro con Kamala Harris ahí.

A pesar de que a nadie le gusta que sus nobles ideas conservadoras pasen a la oposición, hay que admitir que la época que se nos viene encima es fascinante: Biden ha reunido a un gobierno tan mediocre que Spengler podría dedicarle sus dos gruesos tomos sobre la decadencia occidental en exclusiva. Pero como prólogo.

No es bonito admitirlo, pero hacer oposición es más divertido y rentable que gobernar. Quizá por eso, ante el repentino anti-trumpismo de ciertos medios conservadores en los días siguientes a las elecciones, se especuló con que podría tratarse solo de un cálculo empresarial, buscando salvar una cuenta de resultados que la pandemia arruinó. Sin duda, vivirán mejor contra Biden. Sea cierta o no la hipótesis, se venden más periódicos cuando puedes titular “El Gobierno está lleno de idiotas”, que si te ves obligado a decir que “el Gobierno está lleno de mentes increíblemente brillantes”, a menos que estés insinuando que la mayoría de los altos funcionarios son totalmente calvos.

demás, siempre me he sentido más cómodo en el discurso conservador, quizá porque mientras nosotros hablamos de “decadencia” o “degeneración”, los progresistas se pasan el día escribiendo cosas como “sostenible” o “resiliencia”, que significan tanto en lenguaje político como “vainilla” o “panegírico”.

Hay quien considerará una frivolidad celebrar que, ya que está Biden en el Gobierno y eso parece inevitable, al menos nos lo vamos a pasar en grande, promoviendo buscar las diferencias entre Kamala Harris y el señor Levine, haciendo poemas satíricos sobre su plan de vacunación, y buscando a Bernie Sanders criogenizado en los armarios secretos de la Casa Blanca como presunto autor de la idea de subir el salario mínimo, que es el típico abrazo socialista a los trabajadores que termina en muerte por asfixia.

Aunque comparto con muchos intelectuales la visión apocalíptica sobre el terrible estado de las cosas, a menudo, en el día a día, me siento más cercano al divertidísimo conservadurismo de mi compatriota el conde de Foxá, quien solía desarmar a sus críticos con esta brillante valoración sobre sí mismo: “soy conde, soy gordo y fumo puros, ¿cómo no voy a ser de derechas?”.

Las opiniones expresadas en este artículo de opinión son las de su autor y no son necesariamente compartidas ni respaldadas por los propietarios de este sitio web.

Fuente: westernjournal.com

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