Por Carlos Esteban
Ser inmensamente rico comporta, al parecer, una especial autoridad en el mundo del saber y la inteligencia, una autoridad tan alta, de hecho, que los mortales menos adinerados deberíamos agachar la cabeza ante sus atinados juicios y dejar dóciles que los hombres y mujeres que cuentan sus haberes por miles de millones dicten cómo debemos vivir hasta el último detalle.
Si no fuera así, ¿por qué habría nuestro presidente de recibir, a oscuras y encelado, al multimillonario Soros antes que a nadie cuando llegó a la Moncloa? O, por actualizar, ¿por qué tendría el ‘diario de referencia español’, recoger cada palabra del fundador de Microsoft, Bill Gates, y darle un desmesurado espacio en sus codiciadas páginas?
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No es la primera vez que lo hace, como hemos tenido ocasión de comentar en estas páginas, pero en la última entrega se superan ambos: el diario en servil entrega y el multimillonario en sus delirios de poder. Su papel supera en mucho el de cualquier tirano clásico, en que suma a su capacidad para influir en la política de los países -y, por tanto, en nuestras vidas cotidianas- el don de profecía: “El cambio climático tendrá efectos mucho peores que la pandemia”. Siendo quien es, uno no sabe bien si es una profecía o una amenaza.
Hace unos años, los pensadores ilustrados querían acostumbrarnos a ser gobernados por expertos y superar nuestro infantil apego por la democracia que, en su elevada visión, venía a ser como dejarle una Gillette a un orangután. Pero hemos avanzado, y ahora han decidido nombrar expertos a los multimillonarios, así carezcan, como es el caso de Gates, del más humilde título universitario. Pero lo que nos impide tomarnos a risa sus opiniones, previsiones y prescripciones es que tiene el poder para influir en los gobiernos del mundo y lograr que se apliquen.
Ahora bien, si el señor Gates fuera un modesto monomaniaco con una obsesión limitada -digamos, hacer que todos conduzcamos por la izquierda, o volver a usar la vara castellana como medición estándar-, su influencia política sería sin duda absurda e irritante, pero soportable. Pero no: Bill exige que cambies de arriba abajo tu modo de vivir y de pensar.
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Bill está empeñado en que no vuelvas a comer carne. No carne-carne, al menos. En su nuevo libre ‘Cómo evitar un desastre climático’, Gates sostiene que todos los países avanzados deberán pasarse a la carne sintética, producida en un laboratorio y no en un animal vivo.
Bill está decidido a que renuncies a tu coche. ¿Te gusta conducir? Te fastidias. Es por el planeta. No, Bill no va a renunciar a su jet privado, que frecuenta con el mismo abandono que nuestro presidente tira de Falcon. Y sospecho que tampoco tiene la intención de renunciar a un buen solomillo Strogonoff de una vaca auténtica, de las que hacen mu, o, al menos, no lo van a hacer sus amigos ultraprivilegiados.
Porque esto es una de las primeras cosas que a uno le irritan de todo este monstruoso intento de convertirnos en empobrecidos seres comedores de insectos y carne artificial, habitantes de zulos y usuarios exclusivos del transporte público: que quienes quieren imponernos este estilo de vida no tienen la menor intención de aplicárselo. Porque, si “no vas a poseer nada y serás feliz”, puedes apostar que todo eso que no posees lo posee alguien. Estoy ahora recordando el menú, exquisitamente carnívoro, de una comida oficial organizada por la ONU coincidiendo con la campaña que hacían para que nos acostumbráramos a comer cucarachas y cienmpiés. Pero sigamos con el amigo Bill y sus locuras.
Gates está decidido a reducir a cero las emisiones de dióxido de carbono para salvar el planeta de ese apocalipsis climático que lleva anunciándose desde los ochenta. Y para ello está dispuesto a imponernos las medidas que considere oportunas, que incluyen: invertir 35.000 millones de dólares anuales en investigación en el clima y las energías ‘limpias’, que todo sea eléctrico, dejar de comer carne de vaca, supuestamente responsables del 4% de los gases de invernadero, el animalito, reducir al mínimo la producción de cemento y acero y muchas, muchas locuras más.
Por ejemplo: Bill se ha dado cuenta de que producir plantas para crear su preciada ‘carne sintética’ también emite gases, así que ha invertido en una empresa que fabrica salchichas a partir de hongos. ¿No es maravilloso?
Me gustaría acabar este artículo con las palabras que pronunció en 2001 en el Parlamento británico un diputado laborista, Tony Benn: “Si uno se encuentra a un personaje poderoso -Adolf Hitler, Joe Stalin o Bill Gates-, debería plantearle cinco preguntas: “¿Qué poder tienes? ¿De dónde procede? ¿En interés de quién lo ejerces? ¿Ante quién tienes que responder? Y ¿cómo podemos deshacernos de ti?”. Si no puedes deshacerte de la gente que te gobierna, no vives en un sistema democrático”.
Fuente: gaceta.es