Por Estaban Zapata
Muy poco se ha hablado de la “generación perdida”: jóvenes entre 18 y 35 años que están liderando las últimas protestas a nivel mundial y que, el intentar buscar igualdad y justicia, los llevó a ser ideológicamente radicales y abrazar las ideas de izquierda. No por algo las protestas de BLM, la de Perú (“la generación del bicentenario”) y las protestas de Chile (“la generación del cambio”) del 2019 fueron realizadas por estos jóvenes adoctrinados.
Los datos reflejan esto. En Estados Unidos, 61 % de la Generación Z (los nacidos en 1995 en adelante) ve de forma positiva el socialismo. En la encuesta que realiza anualmente Victims of Communism Memorial, el 47 % de los Millennials y el 49 % de la Generación Z ve favorable el socialismo, un aumento de 9 puntos con respecto al 2019. Y según la encuesta Pew Research Center, 64 % de los Millennials y el 70 % de la generación Z quiere que el Estado le resuelva sus problemas.
En el caso de Chile, el 61 % de los jóvenes entre 18 y 29 años fue parte en alguna manifestación durante la revolución del 2019 y se calcula que del porcentaje de jóvenes que votó para el plebiscito, 91 % lo hizo para cambiar la Constitución. En el caso de Perú, la mitad de los jóvenes entre 18 y 24 años participaron en las protestas de noviembre. Esto grafica algo importante: la generación actual de jóvenes nos lleva rápidamente hacia el socialismo y no hay nadie que los detenga.
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El factor principal: falta de religión
Una de las explicaciones sobre el por qué se ha dado esta situación, es la falta de sentido de pertenencia que tiene esta generación. El libro iGen de la psicóloga Jean Twenge refleja que la generación Z tiende a ser más solitaria y aislada debido al uso continuado del Smartphone, lo que ha provocado un aumento de la ansiedad y la depresión.
Esto ha creado una situación insólita: al ser aislados socialmente, tienen falta de amigos y pareja por lo que dejan de pertenecer a una religión, algo que las generaciones previas no les pasaba porque tenían un grado de sociabilidad que les permitía conocer personas. Las consecuencias han sido desastrosas: según datos estadísticos de Pew Research Center, las personas que no están afiliadas a una religión, tienden a votar a la izquierda.
La razón de esto la entrega el psicólogo Ara Norenzayan, en su libro Big Gods: How Religion Transformed Cooperation and Conflict, explica que cuando las personas dejan de creer en un Dios, reemplazan esta creencia por el culto al Estado. La razón se debe a que el gobierno entrega vigilancia (que facilita la cooperación y la confianza a gran escala), consuelo ante la adversidad y el sufrimiento y vigilancia cuando la sensación de control personal está amenazada, tal como lo hacen las religiones.
Así se tiene que un 1/3 de la Generación Z y de los Millennials en EE. UU no profesan alguna religión. En Chile, la encuesta CEP de noviembre del 2018 mostraba que el 36 % de los jóvenes entre 18 y 34 años no tenían denominación religiosa y en Perú, el 40,4 % delos jóvenes entre 18 y 29 años se considera ateo. Estos jóvenes no han creado una era secular donde el capitalismo y la ciencia reinarían, sino que ha sucedido lo contrario: ellos han recurrido mayoritariamente al activismo político de izquierda como forma de llenar ese vacío espiritual que les falta.
La generación adoctrinada
Como dice el sociólogo Musa al-Gharbi: “Desamarrada de la tradición religiosa, la gente a menudo busca el fundamentalismo político para dar un sentido de identidad y propósito a sus vidas”. Esa es una de las razones del término Great Awokening, concepto creado en 2019 que evoca el renacimiento religioso del «Gran Despertar» de mediados del siglo XVIII y que ha creado la radicalización identitaria que vemos.
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Los jóvenes aceptaron con mucho gusto la lucha de clases, la dicotomía opresor/oprimido del comunismo y las políticas identitarias progresistas de tratar a la gente en base a la raza, etnia, sexo, orientación sexual, etc., estas ideas se convirtieron en un sustituto religioso, del cual carecen. Esto explica las imágenes de gente blanca arrodillada tratando de expiar sus “privilegios” raciales que se vieron el año 2019 en EE. UU.
Justamente la depresión y la ansiedad generaron que estos jóvenes sean más susceptibles a la adoctrinamiento. Las universidades, a nivel mundial, les enseñan a esta generación postmodernismo, postcolonialismo, identitarismo, neo-marxismo, teoría crítica racial e interseccionalismo. Así, al creer en “pecados originales” como el racismo, por ejemplo, y creer que están en “el lado correcto de la historia”, terminan declarando que estas ideas son la única verdad absoluta y buscan imponerlas por la fuerza.
Autoritarismo y violencia
Mientras estas generaciones hablan de querer acabar con el racismo y la desigualdad por su sed de justicia, lo que les termina pasando en realidad es que se convierten en intolerantes, tal como lo describen Jonathan Haidt y Greg Lukianoff en su libro La Tranformación de la Mente Moderna. No son una generación de cristal, donde todo les termina molestando y lloran por eso, sino que son una generación autoritaria que recurre a la violencia para alcanzar sus objetivos.
Los datos apoyan esta idea. En mayo del 2019, aparecía una encuesta que indicaba que uno de cada tres niños de 14 años en Chile estaba a favor de utilizar la violencia como forma de protesta. Este dato, presagió los acontecimientos de octubre de ese año, donde se saquearon supermercados, se quemaron iglesias y se destruyeron monumentos para cambiar a la fuerza el modelo económico de Chile, debido a la creencia cuasi-religiosa de la “desigualdad”.
En EE. UU., los números son muy similares. En una encuesta realizada en octubre, el 64 % de los universitarios decían que los disturbios y saqueos están «justificados” durante las protestas de BLM en junio del 2020. Y justamente, la Generación Z fue la que creyó en el concepto de “racismo sistemático” y eso fue una de las razones del éxito de estas protestas: según Business Insider, 90 % de la Generación Z apoya a Black Lives Matter.
Y no solo recurren a la violencia, sino que también a la cultura de la cancelación y los jóvenes han sido una parte esencial en este fenómeno. Al ser intolerantes con opiniones distintas a las suyas, recurren al ostracismo para eliminar a cualquier persona disidente. Los datos que se entregan son elocuentes: 55 % de los jóvenes de 18-34 años han dicho que han sido parte en la cultura de la cancelación. Y la autocensura se ha impuesto debido a esto: 68 % de los estudiantes universitarios dicen que no pueden expresar sus verdaderas opiniones por miedo a ofender a sus compañeros.
La victimización y el estatus social
Otro factor primordial en explicar por qué los jóvenes son “generación perdida” es la constante victimización que sienten ellos por estar supuestamente viviendo en un sistema “opresor”. Esta sensación de sentirse víctimas no se explica solamente por la ansiedad y depresión en la que viven. Hay otro factor importante: el estatus social.
En una nota para el New York Post, Rev Arora, hablando de la Generación Z, dice que: “las políticas de identidad hacen que muchos jóvenes renuncien enérgicamente a sus privilegios (de ser blanco, varón, heterosexual) o dedicarse a la ‘victimología’: estoy más oprimido que tú porque soy negro y gay”. Los jóvenes realizan esta victimización perpetua porque les genera estatus sociométrico, que es una forma de elitismo generada por jóvenes que les falta amistades.
El estatus sociométrico se define como la búsqueda del respeto y la admiración de los pares y los estudios indican que sería más importante que el estatus socioeconómico, como tener dinero, por ejemplo. Apoyar causas socialistas o sentirse víctimas de la injusticia social les entrega un estatus social elevado; sus pares los ven de forma positiva. Esto explica por qué los jóvenes, especialmente los de clase alta, tienden a apoyar causas progresistas y asistir a las protestas: necesitan mantener su privilegio desviando la culpa hacia los otros sectores de la sociedad, como los pobres.
La generación perdida
Es bastante obvio por qué esta generación de jóvenes es una generación perdida. Sentirse víctimas, convertir ideas políticas en una religión y apoyar causas de izquierda como estar en contra del capitalismo y apoyar el feminismo como una forma de aumentar su estatus social permiten explicar este fenómeno.
Lo irónico es que teniendo bastante información acerca de esto, muchos sectores que deberían hacer el contrapeso a este fenómeno y a la izquierda, no han podido hallar y explicar esta situación. La derecha e general no le interesa este tema, incluidos libertarios que creen, erróneamente, que la “batalla cultural” es un invento autoritario. ¿Se puede revertir esta situación? Solo el tiempo lo dirá, pero lo cierto es que el futuro no es promisorio.
Fuente: panampost.com