Por Carlos Esteban

¡Ah, qué gusto ver cómo las cosas vuelven a la normalidad! Vuelven los bombardeos a Oriente Medio, de esos que le valieron a Obama un Nobel de la Paz, esa inocente diversión del Pentágono que el aguafiestas de Trump negaba a los militares!

En teoría, la opinión demócrata se basaba parcialmente antaño, en los lejanos tiempos de Bushitler, en los viejos hippies del No a la Guerra, los pacifistas hijos de las flores, de sentadas y We Shall Overcome. Pero como nunca es qué y siempre es quién, las paces de Trump se les atragantaban y las guerras demócratas, cómo decirlo, son otra cosa. Porque ha de saber, amigo lector, que hay guerras y guerras, y lo importante es siempre el talante, el estilo y la perspectiva de género.

Por ejemplo, no sé: Irene Montero y su “sí es sí”, o las indignadas actrices y figurantes del #MeToo, esas que recordaron veinte años después que algún productor de Hollywood les había pedido hacer cosas lascivas para poder convertirse en estrellas. Para eso todo son “Yo te creo, hermana”. Pero si te llamas, digamos, Andrew Cuomo, pues a lo mejor “no” es “sí” o ya veremos.

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Porque el carismático gobernador demócrata de Nueva York ha sido verosímilmente acusado de acoso sexual por una colaboradora suya y los grandes medios se han llamado andana. Y es que no es lo mismo, y esto es como todo, como Eguiguren liándose a paraguazos con su mujer, algo que le puede pasar a cualquiera y algo habrá hecho la señora.

Lindsey Boylan, demócrata que llegó a presentarse por un distrito de Nueva York, ha acusado a Cuomo de acoso. Según su testimonio, durante sus más de tres años como asesora económica del gobernador, Cuomo “aprovechaba cualquier ocasión para tocarme en la parte inferior de mi espalda, brazos y piernas”, la comparaba con una de sus supuestas ‘amiguitas’ del momento y en una ocasión le propuso, bromeando, jugar una partida de ‘strip poker’.

“Cuando iba a salir de sus despacho y estaba ya junto a la puerta abierta, él se puso delante y me besó en la boca. Quedé anonadada, pero seguí adelante”, escribe Boylan en su blog personal.

Boylan lanzó su primera acusación contra el gobernador en Twitter en diciembre, y el gobernador respondió que nunca había observado una conducta inapropiada con su colaboradora. “Sencillamente, no es cierto”.

Y aquí, nótenlo bien, “no” deja de ser “no” y a la “hermana” ya no hay que creerla. Es Cuomo, gobernador de Nueva York, hijo de Cuomo, gobernador de Nueva York (las “extraordinarias coincidencias democráticas” de las que hablaba Chesterton), uno de los políticos más poderosos de América, el ‘católico’ que aprobó entre aplausos y globos la ley del aborto más espeluznante del país, por la que si un ‘procedimiento de interrupción del embarazo’ fallaba y el feto seguía vivo, se le dejaba morir tranquilamente.

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Cuomo pudo ser candidato presidencial, Cuomo se barajó como fiscal general de la Administración Biden. ¿Qué importaba que se tomara sus inocentes libertades sexuales con una insignificante colaboradora?

Durante la pandemia, Cuomo se comportó ‘a la Sánchez’: un número récord de muertes, restricciones caprichosas, draconianas y cambiantes que arruinaron cientos de negocios en el estado y, sin embargo, la acostumbrada cara de adamantium de presentarse como modelo en la lucha contra el covid. Llegó, en una medida que despertará amargos recuerdos en el lector español, a devolver a las residencias a ancianos diagnosticados con la enfermedad, provocando una oleada de muertes en asilos sin parangón en todo el país.

Pero es de los nuestros, que es lo que cuenta.

Fuente: gaceta.es

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