Por Juan Carlos Sánchez

Un análisis a fondo sobre el impacto de la esclavitud en la configuración del constitucionalismo de Estados Unidos permite ilustrar el desacuerdo que, tras la declaración de Independencia, experimentaron la filosofía abolicionista de los patricios blancos y el proyecto esclavista de la colonia.

Si los primeros priorizaban la aplicación de los principios de los derechos naturales del hombre para reducir los poderes del antiguo régimen a favor del republicanismo, los enemigos de la abolición de la trata no sólo abogaban por preservar la esclavitud sino también por negarse a reconocer la ciudadanía de los nacidos en África y sus descendientes.

Para los hacendados del sur -esencialmente para los más ambivalentes y menos comprometidos con el ideal de la república-, el derecho a la propiedad prevalecía sobre el derecho a la libertad. O lo que es lo mismo: dentro del nuevo proyecto de independencia, la libertad constitucional y política de los blancos delimitaba la libertad civil de los negros, no contemplados dentro del concepto de su ciudadanía legítima. 

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Por el contrario, en las colonias del norte y del centro afloraban cada vez más argumentos radicales en contra de la institución de la esclavitud. James Otis, en su conocido panfleto “Rights of the Brithish Colonies” de 1764, despliega la idea de que todos los hombres, “blancos y negros”, por ley natural “nacen libres”. En tanto, Samuel Cooke, en el sermón que pronunció con motivo de las elecciones de Massachusetts, en 1770 afirmaba que al tolerar la esclavitud de los negros “nosotros, defensores de la libertad, hemos infamado el nombre de cristianos y rebajado la naturaleza humana casi hasta el nivel de las bestias sin alma”.

En ese sentido, el artículo primero de la Declaración del Congreso Continental de Virginia, en 1774, constituye un cuerpo doctrinal preclaro, arraigado en el pensamiento político-constitucional de la élite patriótica americana, comprometida con la proclamación de leyes civiles y derechos como la vida, la libertad, la propiedad, la reunión pública y el juicio con jurado que se presumían extensibles en poco tiempo a todos los ciudadanos.

De esta forma, las ideas liberales rivalizaban contra el racismo originario del republicanismo.

Sin embargo, la historiografía de la izquierda radical -en Estados Unidos y en buena parte del mundo- se empeña en negar el sentido antiesclavista de los cuerpos doctrinales que sustentaron la revolución americana de 1776.

Inspirado en la Declaración de derechos de Virginia de Mason, cuando Jefferson recoge en la Declaración de Independencia que la defensa de la natural igualdad y los derechos naturales de todos los hombres es el fin de todo gobierno legitimado por el consenso, está confirmando que la causa contra la esclavitud también sería defendida por los principales líderes de la revolución. A partir de entonces, ya será imposible para los patricios americanos -defensores radicales o graduales del abolicionismo- distinguir entre la libertad política de la nación y la libertad civil de todos los ciudadanos.  

Republicanismo versus esclavismo

Llama la atención un párrafo que formó parte del articulado inicial de la Declaración y que posteriormente fue suprimido en la aprobación final por el Congreso, presionado por los intereses de Carolina del Sur y Georgia. 

En el texto censurado se establecía que Gran Bretaña: “Ha declarado cruel guerra a la misma naturaleza humana, violando sus más sagrados derechos a la vida y a la libertad en las personas de distantes gentes que jamás la habían ofendido, capturándolas y conduciéndolas a otro hemisferio para someterlas a esclavitud o haciéndolas sufrir la más miserable de las muertes durante su transporte hacia aquí”. 

La originaria inspiración libertaria de la Declaración, con independencia de la evolución ideológica posterior de algunos de sus autores, representó para muchos de sus contemporáneos revolucionarios europeos e hispánicos, el mejor ejemplo de una consolidación de las ideas republicanas en el seno del liberalismo americano que veía en la esclavitud el régimen opresivo que ellos mismos detestaban de la tiranía británica para echar andar la nueva república.

En las obras de los ilustrados revolucionarios americanos es posible reconstruir la evolución que adoptó la doctrina de los derechos naturales del hombre en consonancia con el avance de los proyectos libertarios y antiesclavistas impulsados por el pensamiento liberal.

Para Jefferson el derecho fundamental, del cual se derivan todos los demás, es el derecho a la vida. Cada persona tiene el derecho moral de vivir sin la interferencia coercitiva de los demás. Y para vivir es necesario que el individuo sea libre para trabajar, adquirir propiedades y para “perseguir la felicidad”. Y aunque no La formulación jeffersoniana despeja cualquier duda sobre posibles ambivalencias frente a la esclavitud. En la maduración de su ideario constitucional, Jefferson demanda ya no el fin de la trata sino la abolición de la esclavitud misma. 

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La manipulación historiográfica recurre, por lo general, al recurso de la ambivalencia para asociar el patriotismo republicano con la esclavitud. El abolicionismo de Jefferson plasmado en los textos fundaciones nunca estuvo supeditado a su condición de esclavista.

Para buena parte de los patricios americanos libertarios la configuración nacional no solo se podría conseguir a través de la independencia, sino también, por medio de una nacionalidad diversa, en formación. De manera inferida, en su concepto plural de libertad e igualdad, Jefferson abre la posibilidad del acceso de los negros a la nacionalidad sin tener que pasar por la militancia a un patriciado o por la condición dialéctica hegeliana del señor y el siervo. En su propuesta se insinúa la idea de un desmontaje lento y gradual del sistema esclavista, partiendo de una innegable eliminación de la trata.

El nuevo modelo de “América”, condicionado por la plantación azucarera y algodonera y los intereses comerciales y políticos del Norte, sería progresivamente rechazado por la élite liberal. Sobre la fatalidad manifiesta del negro africano, Washington, James Madison, Thomas Jefferson, John Jay, Patrick Henry y muchos otros –en el marco de una lógica pluralidad ideológica y política sobre el abolicionismo-, amonestaron la esclavitud como “un mal lamentable”, “la enfermedad de la ignorancia”, “el dominio opresor” o “una inconsistencia que no se puede excusar”.

La palabra nación, al igual que la de patria, impulsa en el proceso de concreción de la república un conjunto de definiciones inclusivas y afirmaciones históricas entre las élites blancas. De ahí que, de manera gradual pero firme, los patricios americanos condicionan el derecho civil de propiedad a los derechos naturales de la libertad y la igualdad, que no sólo garantizaba la esencia antiesclavista del proyecto republicano, sino que además creaba uno de los referentes ideológicos más autorizados en la revolución francesa, haitiana y latinoamericana.

Patria y nacionalidad

Para los patricios libertarios, el decoro cívico, más que un lazo distintivo y privilegiado de una clase emparentada con el ideal de la patria, era una condición política del republicanismo plural, facultado para garantizar la convivencia y las libertades constitucionales de todos los ciudadanos.

Desde la Declaración de Independencia hasta la aprobación en 1865 de la Decimotercera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, en la que se abolía oficialmente la esclavitud, el republicanismo constitucional fue capaz de generar una dialéctica de experiencias revolucionarias y representativas que permitió articular los discursos de la patria y la nacionalidad dentro de un imaginario democrático de libertad política e igualdad racial.

Lamentablemente, la ocultación y tergiversación de estos textos fundacionales en las generaciones posteriores ha sentado las bases de una narrativa histórica en la que los patriotas americanos y su defensa de la libertad e igualdad son apenas mencionados.

El hecho de que una despreciable institución como la esclavitud prácticamente haya desaparecido de la faz de la tierra, ello se debió a los ideales de libertad individual y dignidad humana que inspiran la tradición de Occidente, fundamentalmente impulsados por las ideas de los patricios libertarios americanos.

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Sin embargo, la historiografía de la izquierda en Estados Unidos viene desarrollando desde los años ’60, tanto en los colegios como en el cine y en los medios de comunicación, una tesis divisoria en función de criterios ideológicos excluyentes que establece que el racismo está ligado al liberalismo y al republicanismo desde sus orígenes. Una especie de política de la memoria selectiva impulsada por quienes dicen ser “víctimas de la historia” en contra de los que ellos consideran “vencedores” del discurso supremacista blanco.

Esa es una de las razones que explican cómo, con la reciente ola de derribo de monumentos que ha tenido lugar en los Estados Unidos, la izquierda intelectual aspira a borrar un pasado glorioso de ideas sobre la patria, la república y la revolución americana con el pretexto falaz de que lo ocurrido en el pasado solo sirve para preservar la memoria del bando confederado.

La ignorancia sobre la historia, la implementación de una nueva normatividad antirracista basado en la manipulación y el odio, pero sobre todo la imposibilidad para pensar de manera crítica, no debería tener cabida en una nación democráticamente modélica y reparadora como es la de Estados Unidos, amenazada ahora por un revisionismo conspirador y oportunista.

Fuente: elamerican.com

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