Por Talís Romero Vázquez

La postmodernidad ─que comprende desde finales del siglo XX hasta nuestros días─ está caracterizada por el subjetivismo, el escepticismo radical, una profunda sospecha de la razón y la utilización de ideologías para afirmar y mantener el poder político y económico. La postmodernidad duda del progreso, cree que la experiencia subjetiva es más importante que la objetividad en el conocimiento, es pesimista frente a los avances de la ciencia y está sumamente comprometida con el constructivismo cultural. En torno a esto último, el constructivismo cultural postmoderno se ha hecho con las llamadas “políticas de identidad” y con los movimientos sociales ─feminismo, LGBTQ+, grupos raciales y étnicos─. Esto así porque para hacerse con la verdad, los ideólogos postmodernos colocan el foco en la cultura, en lo social, para desde allí manipular y subvertir la verdad.

Los primeros ideólogos postmodernos ─tales como Jean-François Lyotard, Jacques Derrida, Michel Foucault─ que comienzan a dar a conocer sus teorías en 1960, se dedicaron a “deconstruir”. Sin embargo, los postmodernos se dieron cuenta que no hay tal cosa como la mera deconstrucción, pues se necesitan nuevas ideas que reemplacen las deconstruidas. Esto resulta muy conveniente para cualquier ideólogo. Pues luego de dicha deconstrucción, aquéllos postularon sus propias ideas como reemplazo. De esto se encargó principalmente Michel Foucault a través de la redefinición de tres conceptos ─poder, conocimiento y lenguaje─ promoviendo así la idea de que el poder construye el conocimiento o el “saber” ─y que se hallan relacionados en mutua dependencia─ y que los discursos envuelven toda una microfísica del poder. Así, dan con el “enemigo”, pues el camino que traza Foucault servirá a la postre para concluir cosas como que quienes tienen el poder, y por lo tanto el conocimiento, son los hombres, blancos, heterosexuales y occidentales, estableciendo entonces que estos oprimen a todas sus dicotomías. Es decir, los hombres oprimen a las mujeres, los blancos a los negros, los heterosexuales a los LGBTQ+, y los occidentales a otras etnias o culturas. De esta manera los ideólogos postmodernos dan con su propia metanarrativa del mundo, construyen su propia verdad y la legitiman a través del discurso de los movimientos sociales. ¿Pero no es esto acaso paradójico? En efecto, lo es, pues aquello que criticaban del conocimiento al servicio del poder, es lo que utilizan para validar sus teorías.

Ahora bien, una de las “verdades” que pretende imponerse hoy día es precisamente una de las propuestas iniciales de los movimientos sociales: la ideología de género. Dicha ideología prácticamente pretende que la ciencia deje de ser un reflejo del mundo y pase a ser un reflejo del proceso social, pues esta ideología es contraria a la naturaleza, negacioncita de la biología, y está alineada con las ideas postmodernas del individuo en tanto que individuo absolutamente autónomo, que se construye a sí mismo, el “yo” como pura voluntad auto-creadora, el individuo como su propio dios. Razón por la cual aquella ideología está emancipada del conocimiento objetivo, o, mejor dicho, niega al mismo. En consecuencia, la atención pasa del mundo “tal como es”, a centrarse en nuestras representaciones del mundo; representaciones propias del mundo tales como la idea del “género” como una construcción cultural, la del “género” reducido a la autopercepción del individuo, la del “género” trasladado al plano de lo subjetivo. Y, adicionalmente, la de la sexualidad reducida al género, y la de la identidad en general también reducida al género.

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La ideología de género, precisamente por estar alineada con las ideas postmodernas nos alejó de la dicotomía moderna entre el universal objetivo y el individuo subjetivo. En otras palabras, el límite entre lo que es objetivamente verdadero y lo que se experimenta subjetivamente dejó de ser aceptado. Por esta razón se insiste en la idea de que el sexo biológico ─lo que es objetivamente verdadero─ esté sometido a la autopercepción de los individuos ─lo que se experimenta subjetivamente─. Con esto no quiero decir que lo único que importa es la biología ─no se debería caer en reduccionismos como los postmodernos, pero al revés─ pues es evidente que los seres humanos somos más complejos que esto, pues tenemos aspectos psicológicos y sociológicos que considerar y tener en cuenta. No obstante, lo que pretendo criticar es la idea postmoderna de que el ser humano es reductible a su autopercepción, la idea —central para esta ideología— de que la biología no tiene parte en este aspecto y que el “género” no es más que subjetividad, cuando lo cierto es que el género, en tanto que noción social y psicológica, interactúa con un cuerpo material y con una biología particular.

Dicho todo esto, la postmodernidad es sin lugar a duda el imperio de la subjetividad radical y el relativismo total, en el que múltiples conocimientos y verdades supuestamente igual de válidas, son construidas por grupos de personas con marcadores de identidad compartidos ─feminismo, LGBTQ+, BLM, movimiento vegano, etc.─. De manera que, el conocimiento, la verdad, los significados, la moral, el género… son construcciones culturales, producto de culturas individuales ─nótese el oxímoron─ a las que no se les puede cuestionar, pues cuando son la subjetividad y la relatividad los que rigen la realidad, podría parecer que todos son dueños de la verdad. En consecuencia, en la postmodernidad, cualquier cosa puede ser “verdad”, incluso la ideología de género.

Fuente: elarchivoprensa.wixsite.com

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