Por Gabriela Moreno
Ser cubano y fumar habanos, tomar champagne, tener casa en la playa, vacaciones en París, auto de lujo y disfrutar banquetes en restaurantes exclusivos alrededor del mundo es posible, pero sólo para quienes integran la dinastía castrista.
Entre sus miembros más jóvenes hay una contradicción evidente entre su vida y la proclama política de sus jerarcas. Sandro y Tony, dos nietos del fallecido dictador Fidel Castro, son una muestra del “olimpo de glamour” que disfrutan como herederos del líder comunista. Ambos pasean en Mercedes Benz y toman sol en la Riviera francesa sin disimulo.
En sus redes sociales comparten su cotidianidad y olvidan la de sus compatriotas, rodeada de miseria, a quienes el régimen cubano propone comer avestruces y jutías como remedio contra el hambre.
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Ellos no saben de eso. “Aunque son sencillos sacan a pasear los juguetes de la casa” presumió Sandro en un video difundido en Twitter por el activista Féliz Llerena.
Más favorecidos
Pero Sandro y Tony no son los únicos sin restricciones. Paolo, Raúl Alejandro y Fidel Ernesto, nietos de Raúl Castro también gozan de las arcas de la dictadura.
Paolo es hijo de Mariela Castro Espín y el italiano Paolo Titolo, uno de los empresarios extranjeros más importantes en la isla, director general de Amorim Negocios Internacionais S.A., la representación cubana del Grupo Amorim, una empresa europea vinculada a escándalos de fraude, corrupción y lavado de dinero, entre ellos los relacionados con Isabel dos Santos, la mujer más rica de África.
A él le gustan las navidades en la ciudad italiana en Palermo o en París porque coincide con el aniversario de sus padres. Es “intranquilo y malcriado”, “alardoso y creído”.
De Italia le gusta Porto del Sole. De hecho, la foto que usa desde 2018 en la portada de una de sus varias cuentas de Facebook fue tomada en aquellas Navidades que pasó allá, frente a ese Mediterráneo.
Cuba por obligación
Cuba, en cambio, es una obligación trazada por el destino de ser un Castro. No es un país como Italia sino “una empresa cuya dirección en las sombras los espera. Un negocio-país que nadie, demasiado lejos del clan de los Castro, puede heredar porque se correría el riesgo de hacer peligrosamente escrutable una fortuna familiar de la que muy pocos saben la verdadera magnitud” revela el sitio Cubanet.
En La Habana Paolo frecuenta Casa de la Música de Miramar o el bar Sangri-La, solo para coger impulso. Después, a continuar la fiesta hasta el amanecer en el Bar Saltzucar, donde una mesa en la zona VIP cuesta más de 300 dólares.
Pero los precios no son obstáculo para el hijo de Mariela y Paolo. “Ser mitad Castro, mitad extranjero lo coloca por encima del bien y el mal y le facilita muchas cosas”.
Raúl Alejandro y Fidel Ernesto Castro Calis, los dos hijos de Alejandro Castro Espín con su primera esposa Marietta Calis Lauzurica, son quienes “más gustan de frecuentar discotecas, vacacionar en sus casas de la playa y salir de fiesta con los amigos de la universidad. Mostrar que son bien divertidos y tan normales” como cualquiera”.
Un abuelo excéntrico
La nueva generación castrista o sus miembros más millennials —como quiera verse— no podían ser distintos cuando su abuelo, Fidel, presumió de una paradisíaca isla privada conocida como Cayo Piedra, sumado a más de veinte mansiones, una marina con yates, cuentas bancarias cifradas, una mina de oro, criadas, cocineros uniformados y hasta una fábrica de quesos para su uso personal.
Tuvo buena vida. Nadie puede negarlo cuando Juan Reinaldo Sánchez, el guardaespaldas del dictador por dos décadas, reveló que “mientras exportaba al mundo la imagen de un sacrificado revolucionario que nunca se tomaba vacaciones, en realidad vivía como un capitalista con todos los placeres de un monarca del siglo XVI y manejaba Cuba como si fuera un señor feudal».
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En La Deseada, un coto de caza situado en la provincia de Pinar del Río, Fidel pasaba los fines de semana en la temporada de lluvias —acompañado de su segunda mujer, Dalia Soto del Valle— y disparaba a los patos que emigraban de Florida a la isla.
El resto del año, sobre todo en agosto, prefería cayo Piedra, una pequeña isla cercana a Bahía de Cochinos con un radio de exclusión marítima de tres millas. Ahí, en ese paraíso con piscina de agua dulce, delfinario, criadero de tortugas, helipuerto y guarnición permanente arribaban sus yates “Aquarama II” y “Pionera I” con familiares y amigos.
También ostentó una fábrica de quesos, yogures y helados para su propio consumo o de quien él decidiera, de nombre Portugalete en la localidad de Nazareno, a unos dos o tres kilómetros del llamado punto cero, la casa habanera del dictador en Siboney.
Pasar trabajo no fue lo suyo. Para ello, contó con equipo de cocineros uniformados que se turnaban para prepararle la comida y varias criadas se ocupaban de la casa y hasta tenía un doble a quien paseaban en su auto con su uniforme por las calles de La Habana cuando Fidel estaba hospitalizado.
Izquierda inmoral
El lujo en los comunistas es un dilema. La izquierda ha defendido a lo largo de la historia más los ideales de fraternidad e igualdad que el de libertad. Pero para ser de izquierdas es totalmente necesaria. Y “si exiges o impones a alguien una indumentaria es también una serie de valores y una ideología. Ocurrió con Mao en China y ocurre en Corea del Norte. Existe un conflicto cuando por defender dos valores sacrificas uno de ellos” analiza al respecto la revista Vanity Fair.
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A un líder de izquierdas debe exigírsele —como mínimo— que sus prendas se conjuguen con los valores de la izquierda, incluida la sostenibilidad del planeta, y que se respeten los derechos creativos pero “el conflicto de la izquierda con la moda es por considerarla un lujo”.
Los lujos para esta corriente siempre encontrará excusas. Las más recientes se las aporta el escrito británico, Aroon Batasni, quien propone un comunismo luxxury a partir del uso de la tecnología. Utopías que siempre juegan a favor de intereses.
Fuente: panampost.com