Durante más de 2000 años, la glándula hipófisis fue reconocida como asiento del alma y ventana hacia otras dimensiones. Desmerecida con el paso del tiempo, la ciencia enfoca nuevamente hacia las funciones ocultas del “ojo vestigio” o “tercer ojo”.
La posibilidad de que un órgano visual tenga la capacidad de percibir un tipo de percepción de partículas más finas que las moléculas convencionales es, al menos de momento, completamente indemostrable desde la perspectiva científica. Sin embargo, el cuerpo pineal, pequeñísimo tesoro glandular alojado dentro del cráneo, justo por encima del accidente óseo conocido como “fosa pineal”, no solo es capaz de percibir estados lumínicos externos, sino que su estructura molecular anteromedial se asemeja a un ojo corriente en el estado más primitivo.
Por supuesto, mientras que para los círculos esotéricos este “ojo” representa mucho más que un órgano vestigio, los científicos aún no terminan de discernir las funciones de este complejo fotorreceptor al que llaman “retina-pineal”.
Aunque hoy en día se reconozca a la pineal como una glándula destinada de forma exclusiva a la secreción endógena, lo cierto es que, en el ser humano, todavía puede apreciarse una importante capacidad fotosensorial, reconocida científicamente como vital para el desempeño de un ciclo circadiano (o “reloj biológico”) normal.
Un hecho asombroso es que, si ambos globos oculares fueran extirpados y la vía anatómica desde el área frontal hacia la mencionada glándula se encontrara liberada bajo condiciones lumínicas, este órgano aún podría responder al estímulo de manera similar a como lo hacen los ojos físicos.
Este hecho lleva a pensar a muchos científicos que la glándula pineal es mucho más que un ojo atrofiado, y que algunos fenómenos enigmáticos en torno al cerebro (como la formación de imágenes o la interacción del cerebro con espacios físicos compuestos de partículas hipotéticas más pequeñas que las conocidas) podrían tener como coprotagonista a este pequeño centro neuronal, resumido en un espacio cónico de tan solo 5 mm. de diámetro.
Según el Doctor Sergio Felipe de Oliveira, Master en Ciencias por la Facultad de Medicina de la Universidad de San Pablo y director de la Clínica Pineal Mind, el incremento de la actividad pineal se encuentra estrechamente relacionado con las actividades psíquicas, tales como visiones o meditación. Según Oliveira, la glándula pineal actuaría como un pequeño receptor de ondas, en el cual pequeñas calcificaciones del órgano conocidas como “acérvulos” jugarían un rol especial.
Además, entre las múltiples funciones endógenas de la pineal (controlar los centros hipotalámicos, ritmos biológicos, efecto desintoxicante de radicales libres y protector de drogas anticancerosas) se encuentra la de liberación de la DMT, conocida en la jerga científica como la “molécula espiritual”.
La liberación de esta molécula se ve incrementada por la glándula durante el estadio de sueño, estados de meditación y la inminencia de muerte. Estudiosos de lo paranormal entienden estos tres estados como momentos en los que se potencia un tipo de interacción entre el cerebro y otros planos dimensionales adyacentes.
Esta perspectiva suele ser cuestionada por los escépticos, que limitan los fenómenos relacionados a estos tres estados como efectos físico-químicos limitados al órgano cerebral. Sin embargo, no existen al momento hipótesis válidas que justifiquen la liberación de DMT y la consecuente formación de imágenes en la pineal, en relación con los estadíos cercanos a la muerte.
Tal como lo reconoce Rick Strassman, célebre protagonista en exhaustivos estudios de los efectos de la DMT en humanos, la glándula pineal no sería más que el sexto ‘chakra’ o ‘ajna’ del cual habla la tradición védica, la ventana de ‘Brama’ que se nombra en el hinduismo, el ‘Tianmu’ (ojo celestial) del cual hablan los antiguos chinos, el palacio Niwan que los daoístas conocen, o el “asiento del alma” al que hacía referencia René Descartes (1596-1650).
En cualquiera de los casos, la ciencia y la realidad parecen haber encontrado un posible punto de roce en un espacio milimétrico, extraviado justo en el centro del cerebro.
Artículo publicado originalmente en la revista 2013 y más allá