Fuente: actuall.com
Por Pedro Fernández Barbadillo
El inglés es el antiguo azúcar con el que se endulzaban los jarabes amargos. Si un mindundi quiere aparentar más de lo que es, se hace escribir el cargo en inglés. Y cuando toca pagar la factura de un consultor (ay, el timo de la consultoría, ¡cuándo caerá!) si éste pone en el membrete que es Chief Research and Development Officer (CRDO, y no me lo he inventado) la factura descomunal se paga con menos disgusto, ¿verdad?
Los medios de intoxicación le han cambiado el nombre a compartir piso, esa experiencia que tenían millones de varones cuando existía la ‘mili’ y ahora le llaman ‘coliving’. Así lo presentó El Confidencial hace unos meses: “Los españoles se apuntan a vivir en ‘coliving’, el modelo residencial basado en alquilar una habitación y compartir áreas comunes entre personas con valores e intenciones similares”.
Lea también: Bill Gates vuelve a decir que debemos comer carne falsa para ‘salvar al planeta’
Las personas con valores e intenciones similares suelen ser compañeros de estudios o de trabajo o bien personas que cobran poco dinero y tienen que reducir gastos. “Modelo residencial.” Como si con el inglés desapareciesen los pelos ajenos en el lavabo y los platos sucios amontonados en la fregadera. No hagamos más comentarios y pasemos a la siguiente noticia.
Los medios de manipulación disimulan el empobrecimiento creciente disfrazándolo como tendencias con nombres en inglés
¿Cómo camuflar la precariedad y el encadenamiento de un empleo con otro? Con el neologismo ‘job hopping’. Que además no afecta sólo a profesores o enfermeras, sino también a “los perfiles laborales más demandados”. ¿Ves, Ana Belén Sánchez, de Talavera? Eres como un programador informático de Silicon Valley o un ‘coach’. Salvo en la nómina, pero todo es empezar. Pregúntate quién se ha llevado tu queso y corre, persigue tu sueño, sé tu propio jefe, trabaja para ti, el mundo te espera, emprende, vuela, inventa, adáptate, disfruta.
Pero mientras llega tu oportunidad y te compras una de esas casas que provocan emociones construida por la neuroarquitectura, o bien vives con tus padres, o bien lo haces con desconocidos en un piso realquilado. El País, el periódico favorito de los progres, los ricos y los dueños de ABC, ofrecía el domingo pasado una nueva tendencia de diseño para hacer tu vida menos miserable y frustrante: pisos sin cocina, o sea, la ‘nocina’.
Una redactora del diario progresista entrevistaba a una arquitecta catalana becaria de Harvard (¡de Harvard, mireusté!) para debatir sobre si las casas del futuro deberían prescindir de algo tan capitalista, machista, patriarcal y ultra como la cocina para sustituirla por comedores colectivos. Sin cocina propia, no te queda otra que salir y mezclarte con los vecinos, aunque no te apetezca. Así eliminas tu individualismo burgués y cristiano. Haces barrio. Por narices.
Lea también: Hipocresía ambientalista: el régimen chino esclaviza a minorías para tener energía solar
La precariedad se llama ‘jobhopping’ y el compartir piso con desconocidos ‘coliving’
Además, tienen “un componente de reivindicación de género”, ya que los suelen llevar mujeres (en estos casos sí está bien que ellas cocinen). Introducen la variedad alimenticia, reducen la generación de gases de efecto invernadero y hasta sirven para detectar ‘violencia de género’. En España los comedores colectivos se surtirían de los huertos urbanos de Carmena y Colau. Y así tampoco hace falta que salgamos, no ya de nuestra provincia de residencia, sino de nuestra ciudad. De esta manera, no se contamina, no sufre el planeta y Greta sonríe.
Otra ventaja de estas cocinas, nos dice la becaria, es que “sirven de radar social”. ¿Hay que ponérselo en mayúsculas, amigo lector? Me pregunto si la arquitecta catalana vive así o, como tantos arquitectos famosos, deja sus adefesios para los horteras ricos, mientras ellos se compran un caserón de piedra maciza que rehabilitan.
El futuro que nos ofrece el globalismo es como la vida en Leningrado en los 50: racionamiento, controles, pasaportes y chivatos
El Poder nos lleva hacia una vida espantosa, muy similar a la que podían tener los súbditos soviéticos en Leningrado en los años 50: cartilla de racionamiento, cocinas colectivas, permisos para salir al campo, controles de la Milicia, vecinos chivatos, pisos compartidos. Pero con estilo futurista, como La fuga de Logan y Blade Runner. Con Amazon y censura en Facebook.
¿Y cómo los poderosos consiguen que la generación más preparada de la historia, los wokes, los empoderados y las solas y borrachas no se rebelen, o al menos no protesten? Pues mediante la propaganda que, por un lado se dedica a la creación de enemigos del pueblo o del clima como los cazadores, los voxistas/trumpistas, los que se duchan a diario… y, por otro lado, envuelve con un lacito de la bandera LGTB la basura que nos quieren hacer tragar.
En la ‘nueva normalidad’, a vivir realquilado en un piso compartido, sin cocina y sin ascensor lo llaman modernidad. Y si quieres ganar más dinero, te apuntas como repartidor de Deliveroo. Quizás así hasta ligues, chaval, porque también se van a acabar la monogamia y el amor romántico. Es que los jóvenes os quejáis de todo. Y eso que hoy se es joven hasta los 45 años, aunque los directores de recursos humanos ya te pongan en la puerta a esa edad.