Por Itxu Díaz – westernjournal.com

Tal vez si te plastificas, vives flotando en una piscina de placenta en el interior de un bunker, y logras respirar por un tubito que filtre todo el aire, puedes acercarte bastante a lo que desea para ti el doctor Fauci, y sus clones por el mundo. Es decir, puedes acercarte a la seguridad total. Pero entonces morirás de aburrimiento. El mundo está lleno de cosas que pinchan, cortan, o aplastan. De cosas que envenenan, muerden, o infectan. El mundo es un lugar hostil y nadie puede protegerte contra todo eso. Ni siquiera Papá Biden.

Después de un año de pandemia, ha salido a relucir lo que cada uno lleva dentro: la izquierda se siente cómoda intentando que el Gobierno garantice la seguridad total, un concepto mitológico; la derecha se siente mejor si el Gobierno estorba lo mínimo posible. La izquierda está segura de que un gobierno paternal debe proteger de todo a los ciudadanos. La derecha está convencida de que no hay nada más inseguro que confiar en el Gobierno.

En sus últimas declaraciones, Fauci ha tratado de sacudirse a los críticos de un manotazo, asegurando que se están tomando las decisiones que ordena la ciencia. Y bien: ¿quién es la ciencia para dar órdenes? ¿Qué es la ciencia? ¿En qué momento la ciencia ha dicho que hay que detener la vacuna de Johnson & Johnson? ¿Estás seguro de que ha dicho eso? ¿Qué clase de ciencia lo ha dicho? ¿Las matemáticas? ¿Las ciencias de la naturaleza? ¿La criminología? ¿La política?

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Antes de nada, conviene aclarar que la ciencia no habla. No sé ustedes, pero yo nunca he visto a un tubo de ensayo pasearse por el laboratorio, con las manos a la espalda, y diciendo: “Queridos amigos, estamos en un momento histórico y, como tubo de ensayo, no puedo estar más emocionado, al dirigirme a ustedes en este bello auditorio en una jornada tan especial”. La ciencia ofrece material para que otros mediten, decidan, y hablen. Pero la ciencia no puede ordenar nada, a menos que consideres un mandato imperativo la fórmula de la penicilina o el maldito proceso de oxidación de la fruta.

Por otra parte, desde el inicio de la pandemia hemos visto a la comunidad científica cambiar de opinión cada cinco minutos, y a los gobiernos de todo el mundo dar palos de ciego detrás, combinando medidas restrictivas excesivas con otras sencillamente ridículas. Si en Europa la moda son los toques de queda nocturnos, como si estuviéramos en guerra y el coronavirus acostumbrara a atacar aprovechando el silencio de la noche, en muchas otras latitudes se considera a la mascarilla poco menos que un escudo antimisiles del que uno no puede desprenderse ni de vacaciones individuales en la Luna. No es ciencia, es superstición.

Cuando algún grupo de ciudadanos, hartos de la sinrazón de sus políticos, deciden salir a manifestarse para pedir explicaciones, los mandatarios siempre responden lo mismo: “nosotros nos limitamos a hacer lo que dicen los científicos”, que es una manera de darle a este estúpido siglo su droga favorita. Como hemos encumbrado durante años a la ciencia a la altura de la mayor deidad, resulta improbable que una mayoría de ciudadanos puedan desconfiar ahora de su palabra.

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Ocurre que la ciencia es una cosa que basa su éxito en fallar muchas veces. Lo cual no suena halagüeño cuando lo que está en juego son vidas. Y, por otra parte, los científicos trabajan en universos paralelos, ajenos a la empresa, a la economía, y a la vida real. Si nadie en su sano juicio votaría a un partido científico, no sé, Científicos Sin Fronteras, por ejemplo, ¿por qué demonios los gobiernos están dejando todo esto en exclusiva en sus manos?

Pero incluso aunque una legión de científicos esté orientando al gobierno, casi nadie sabe exactamente quiénes son y qué les mueve. A fin de cuentas, además de científicos, supongo que serán humanos y, por tanto, sujetos políticos. Pero incluso podrían no ser humanos. No es broma. En España, sin ir más cerca, después de meses de decisiones políticas extravagantes que el Gobierno socialcomunista atribuía a un nutrido comité científico, descubrimos que el comité era inexistente. O sea, que no había tal comité. Las ruinosas y absurdas restricciones las tomaba el presidente Sánchez tras reunirse consigo mismo. O sea que cuando escuches que tal decisión se ha tomado siguiendo las órdenes de la ciencia, desconfía. Y después de desconfiar, vuelve a desconfiar. Hay quien está recuperando su sueño de un paraíso comunista en Occidente con la excusa del coronavirus. Y contra eso sí tenemos vacuna: libertad y más libertad.

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