Por Gabriela Moreno – Panampost

El nombre de Raúl Castro desaparecerá —al menos formalmente— de todos los documentos del Partido Comunista Cubano, a partir de ahora. A sus casi noventa años —los cumplirá en junio— el último vestigio del clan revolucionario se despidió de la presidencia de la organización con más poder en la isla.  El octavo congreso de la tolda política fue la ocasión escogida para ello.

Él “se había preparado mucho para ese momento y postergarlo era correr el riesgo de morirse en el puesto”. Sin embargo, a pesar de las lecturas que ingenuamente hablan de una separación de sus funciones, para muchos que han seguido de cerca cómo los Castro se han atornillado al poder por años este es un falso adiós al apellido que ha regido Cuba por 62 años.

“El castrismo es más que un hombre y su clan. Se trata de una manera de manejar la política, controlar los medios de prensa, gestionar desde el sector militar la economía, definir los planes de estudio, llevar las relaciones internacionales y estructurar la propaganda ideológica”, asegura la activista Yoani Sánchez en Twitter.

Imaginar un cambio o un giro en la administración de La Habana es absurdo y hasta ilógico, porque sobre los hombros de los sucesores que designó Raúl Castro queda la responsabilidad de concretar las urgentes reformas que necesitan para superar no sólo la pandemia, sino la crisis económica que tiene al 65 % población sumida en el hambre por sobrevivir con un dólar diario.

Cumplir con el cometido luce escabroso. Más aún cuando la ruta para esos cambios implica desarmar un sistema marcado por el voluntarismo, la ineficiencia y la intolerancia. Aparte de ello, implicar también transformar el modelo impulsado por Fidel Castro, posteriormente maquillado por su hermano con las flexibilizaciones de la década pasada que condujeron a la instauración de una forma de comportarse dentro del poder.

“Poco importa si el apellido ya no estará en las actas.  Mientras los herederos del poder no desmonten el legado, será como si ambos hermanos todavía estuvieran al mando de la nave nacional”, acota Sánchez.

La encrucijada del heredero

“Creo fervientemente en la fuerza y ​​ejemplaridad y comprensión de mis compatriotas, y mientras viva. Estaré listo con el pie en los estribos para defender la patria, la revolución y el socialismo» dijo Raúl en su discurso de despedida.

Es pura retórica. El reloj biológico está en picada y los focos ahora se posan en Miguel Díaz-Canel, quien queda en la encrucijada de trascender como un continuista que hundió la Isla o como un reformista que priorizó el bienestar de la gente, por encima de la oscura encomienda de prolongar un régimen disfuncional.

Decidir hacia cuál dirección enrumbarse mientras Raúl Castro respira es un reto que implica remover los pilares de un “rancio populismo disfrazado de nacionalismo soberanista y el centralismo económico con el que han controlado desde el comercio azucarero hasta la importación de un vehículo” sostiene Sánchez.

Pero en los últimos meses el pragmatismo económico le ha estado ganando la batalla a la rigidez ideológica. «No hay que olvidar que el fuerte de Díaz-Canel es su coherencia e insistencia en la pureza ideológica, la cual se articula detrás de dos mensajes que se han estado enfatizando en todo el proceso previo al congreso como los temas principales: unidad y continuidad», precisa Carlos Alzugaray, analista y exembajador de Cuba ante la Unión Europea en El Español. 

Sin esperanzas a corto plazo

Cuba no es parte de la agenda de Estados Unidos. Joe Biden no está considerando ningún movimiento en el futuro cercano que involucre a la nación insular.  Eso para la encomienda que deja Raúl Castro a Díaz-Canel es como una piedra en el zapato.

La secretaria de prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki, lo dijo sin muletillas:  «Cuba no se encuentra actualmente entre las principales prioridades de política exterior del presidente».

Y si se recuerda que los votantes cubanos en Florida ayudaron a ceder dos escaños en la Cámara de Representantes del Estado del Sol a los republicanos, el escenario se ve más complejo aún.

Sin embargo, otros más optimistas creen desde ya que «esta no es una transición dinástica” porque “el nuevo liderazgo, aunque formado por los hermanos Castro y su legado, es la próxima generación del Partido Comunista de Cuba, no la próxima generación de la familia Castro» asegura Geoff Thale, presidente en la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA) en The Hill. 

La única salida

Extirpar la confusión de que la independencia nacional solo es posible con socialismo es el gran paso que se requiere desde la cúpula que manda en Cuba y para lograr el éxito de la incisión es además imprescindible desarmar la falacia de que en Cuba rige algo parecido a un sistema de justicia social e igualdad para todos.

De esa manera, se ejecutaría el entierro del castrismo y el parlamento tendría que abrirse a la pluralidad, los estanquillos a la diversidad de prensa y las escuelas a otras versiones de la historia porque “no basta el panegírico de despedida de Raúl Castro ante una menoscabada —en número y ascendencia social— organización partidista”.

El verdadero fin se alcanzará entonces con el cese constante odio al otro, a la prosperidad, a la riqueza y a la libertad.

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