Por Itxu Díaz – WesternJournal.com

Consejo de odontólogo: mantenga su boca cerrada esta semana. Un montón de chatarra espacial comunista caerá fuera de control contra algún lugar aleatorio de la Tierra en los próximos días. Es poco probable que impacte contra los intereses de Xi Jinping, por más que podamos desearlo con intensidad, casi tanto como los más de mil millones de chinos sometidos a la revolución comunista. El único consuelo que la ciencia nos otorga a los habitantes del mundo libre es que sería muy mala suerte que, habiendo tanto mar, vaya a caerte a ti en la cabeza. Gracias, amigos.

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Se trata de un módulo de 50 metros y cerca de 20 toneladas, que el régimen lanzó al espacio el pasado 29 de abril, para poner en órbita un nuevo satélite que, con bastante seguridad, no emplearán para paliar el hambre de los chinos bombardeando bocadillos. No ha pasado ni un año desde la última vez que un experimento espacial chino estuvo a punto de causar una masacre, cuando un montón de escombros sobrevolaron Nueva York, y se estrellaron minutos después contra varias aldeas de Costa de Marfil.

Alguien debería enseñarles a los comunistas que una norma básica de educación es recoger tu basura. La otra es no robar lo que no es tuyo. Pero esto no lo van a entender jamás. A veces pienso que estos tipos sencillamente no fueron a la guardería. Y no tuvieron abuela.

Los de Xi Jinping han calificado la misión como “un éxito”. Y lo es, supongo, si excluimos el detalle de que, en su regreso controlado a tierra, el Long March 5B se quedó accidentalmente atrapado en la órbita terrestre, girando sin control a miles de kilómetros hora, dando una vuelta completa cada 90 minutos. Ahora la gravedad lo atraerá y será succionado por nuestra atmósfera, cayendo sin preaviso en un rango indeterminado entre Madrid y Nueva Zelanda, que es el típico margen de error que el comunismo da por bueno para cualquier cosa. Da igual que sea el control de una pandemia, que una prueba nuclear, que la planificación económica del país.

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Se calcula que los trozos del Long March 5B de esta exitosa misión impactará contra la tierra el 10 de mayo. Aunque de nuevo, hay pequeño margen de error: podría ocurrir hasta 41 horas antes o después. Esto no preocupa en absoluto a Xi Jinping, que poco a poco va extendiendo el poco respeto que tiene por la vida de los chinos al resto de ciudadanos del mundo, sin que nadie sugiera que tal vez debería probar antes estos cacharros en el salón de su casa. Para el comunismo, una, cien o tres millones de vidas no valen nada, mientras el líder de la revolución se encuentre seguro en su búnker. Hay cosas que no cambian.

Ni siquiera con la pandemia, causada por los comunistas chinos, el mundo libre ha despertado de su idilio romántico con el carnicero Xi Jinping y el resto de las ratas que lleva a bordo. Pero no estaría de más que la Casa Blanca — hola, Joe, buenos días, vamos, levántate, ¡hora de desayunar! — dijera algo sobre este nuevo atropello a la legalidad sobre experimentación espacial, y que los dinosaurios de la ONU plantaran cara por una vez al gigante comunista, aunque sea solo por el miedo a que el impacto pudiera extinguirlos.

Pero no ocurrirá. El silencio está garantizado, a menos que la chatarra impacte en el jardín de la casa de Kamala Harris. Que ya saben ustedes que la basura espacial china, al igual que sus milagrosas fábricas, son las únicas del mundo que no contaminan. Así que no esperen tampoco ninguna queja de los apóstoles del ambientalismo, que están siempre muy ocupados luchando contra el plástico de los hogares de la clase media americana y europea; por supuesto, el plástico de los chinos también es inmaculado. Tan pronto como cae al mar, el plástico chino nada hasta una isla desierta, y se autoentierra en profundo pozo sellado sin dañar el medio ambiente. Es la ventaja de ser comunista. Que tu basura huele a flores y es invisible para Greta Thunberg y John Kerry.

Solo nos queda rezar para que el Long March 5B se destruya lo máximo posible al atravesar la atmósfera, y que sus restos caigan al agua, a ser posible encima de alguna ballena en peligro de extinción, que entonces sí, tal vez, alguien decida preguntarse si hay alguna razón por la que todos los países debemos someternos a unas normas básicas de convivencia, excepto China, que puede permitirse en menos de un año provocar más de tres millones de muertos por coronavirus, por ocultar y expandir la epidemia, y pocos meses después, anunciar que un trasto de 20 toneladas viaja sin control contra la Tierra, como si fuera otra simpática travesura del simpático niño Xi Jinping.

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