Las estadísticas oficiales aseguran que más de 1.000 mujeres han sido muertas víctimas a manos de hombres con los que tenían o tuvieron algún tipo de relación de tipo sentimental más allá de sus vínculos civiles desde el año 2003. La cifra, es obviamente una catástrofe.

Desde hace años, los responsables de hacer seguimiento a la llamada violencia de género (esa que sólo pueden ejercen los varones sobre las mujeres porque lo llevan en los genes, Carmena dixit) han denunciado con contumacia que se trata de un problema cultural, encastrado en nuestra sociedad desde tiempo inmemorial.

El dragón de siete cabezas que representa esa configuración social imaginaria de violencia estructural es conocida como heteropatriarcado y, a juzgar por las soflamas de la ideología de género está encastrada en el alma del hombre español.

Así tenemos las llamadas manadas, de las que sólo se da cuenta detallada cuando están compuestas por elementos celtíberos rebosantes de alcohol y testosterona. Y si por casualidad se gana la vida en cualquier institución que tenga que ver con el uso legítimo de la fuerza, pues mucho mejor. Más carnaza. Más españolazo. Y más agresor.

Mientras tanto, los grupos de supuestos agresores provenientes de otros lugares son ocultados y cualquier dato referido a sus orígenes es reo de xenofobia, racismo, discriminación y, por supuesto, fomento del odio.

Y en estas llegan los datos del Instituto Nacional de Estadística con el cierre de la estadística de «violencia doméstica y violencia de género» correspondiente al año 2020. Cinco meses para consolidar datos del año anterior, que se dice pronto.

Los datos son reveladores:

En el año de la pandemia y los encierros draconianos ha caído el número de mujeres calificadas estadísticamente como víctimas de la llamada violencia de género un 8,4%. Cabe recordar que este dato se refiere a aquellas mujeres de las que se predica que han sufrido violencia física o psicológica «por parte del hombre que sea o haya sido su cónyuge o esté o haya estado ligado a ella por una relación similar de afectividad aún sin convivencia» (sic). La estadística considera aquellos casos en los que la justicia ha dictado «medidas cautelares u órdenes de protección».

Si el heteropatriarcado es un monstruo tan omnipresente parece extraño que no se haya desatado un tsunami de hombres agrediendo a sus mujeres en un tiempo de tantas restricciones y convivencia forzada.

Otro dato revelador: la mayoría de los supuestos agresores son extranjeros, en términos relativos. Veamos los números. España tiene 47 millones y medio de habitantes. De ellos, 2.719.877 son hombres extranjeros y representan el 5,73% de la población total. Por otro lado, tenemos que en el año 2020, 10.590 hombres extranjeros fueron denunciados por violencia de género de acuerdo al INE. Representa el 36,34% del total anual de denunciados.

Dicho de otro modo: de un grupo social inferior al 6% surgen casi el 40% de los casos de la llamada violencia de género. En proporción, la estadística desmonta la teoría del heteropatriarcado cañí como fuente de la llamada violencia de género en España.

Aún más, resulta que en tasas por cada 1.000 varones, los nacidos en España son los que menos incurren en este tipo de comportamientos (1,1 por 1.000), muy por debajo de africanos (4,6); procedentes de América (3,3); originarios de otros países europeos (2,9); y nacidos en Asia y Oceanía (1,4).

Más violencia en las parejas de hecho que en los matrimonios

Una de las características del vil heteropatriarcado del imaginario feminista de cuarta ola, encabalgado en la ideología de género, es que está presente, más que en ninguna otra institución, en la familia, muy particularmente en el matrimonio, donde se fraguan todos los peligros posibles para la mujer.

Pero viene la estadística de nuevo y revienta el invento. Resulta que las formas de relación entre hombres y mujeres en las que más se producen los hechos calificados de violencia de género no son los matrimonios.

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La mayoría de los casos se registraron en formas de relación diferentes al matrimonio, circunstancia que sólo concurre en el 20,1 % de los casos si aún pervive el vínculo y un 5% si no.

Sin embargo, el 44,4% de los casos se produce entre hombres y mujeres que constituyen (o lo hicieron en el pasado) una pareja de hecho. Las situaciones así calificadas en el marco de una relación de noviazgo presente o ya concluida se elevan hasta el 29,4%.

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