Por Gerardo Garibay Camarena – elamerican.com

Hay maldad en Palestina, la maldad de Hamás, una dictadura totalitaria que alimenta la violencia, que destruye vidas inocentes, que se resiste a cualquier intento de pacificación y que ha convertido al fanatismo, el terrorismo y la provocación en las armas políticas para eternizarse en el poder, enriquecerse con las “donaciones” del resto del mundo musulmán y manejar a su capricho las vidas de millones de civiles en la Franja de Gaza.

Esa misma maldad se oculta detrás del conflicto que, una vez más, despierta las sirenas y los tambores de guerra suenan en Medio Oriente.

La maldad en Palestina tiene nombre

La prensa occidental (tan adicta a la demagogia y el dramatismo) pinta el cuento de “judíos malos y poderosos” contra “palestinos buenos e indefensos”. Sin embargo, la realidad es muchísimo más compleja.

Hay infinidad de matices en los conflictos religiosos étnicos y políticos que definen vida y muerte en esa región del mundo. Aun así, para cualquiera que verdaderamente esté poniendo atención, también queda muy claro que Hamás es especialmente maligno.

Hay maldad en Palestina no sólo porque ese grupo recurra a la violencia, que al fin y al cabo es moneda de cambio corriente en toda la región; sino porque lleva esa violencia a niveles grotescos de absurdo y de crueldad. Ha sido Hamás quien esta semana ha lanzado más de 1,000 cohetes dirigidos específicamente contra los civiles de Israel, provocando la más que comprensible reacción de dicho Estado en defensa de sus habitantes.

Lo más absurdo del caso es que Hamás sabe que la gran mayoría de esos cohetes ni siquiera llegarán a su destino: muchos chocarán y matarán gente en la propia Franja de Gaza, otros más serán detenidos por el espectacular sistema de defensa antimisiles que ha desarrollado el Estado de Israel y sólo un puñado de artefactos lograrán impactar en territorio “enemigo”.

Por lo tanto, es imposible que esos misiles se traduzcan en una victoria militar para los terroristas de Hamás. Ellos bien saben que sus misiles ni debilitan a Israel, ni los acercan a una victoria militar, pero aun así (y mientras el pueblo palestino chapotea en la pobreza) dedican todo su esfuerzo y sus recursos a fabricar y lanzar dichos artefactos.

Eso es lo más profundamente perverso del enfoque de Hamás. A lo largo de la historia, los gobiernos y pueblos han sido crueles y se han lanzado el sacrificio maldito de la guerra, pero normalmente lo hacen cuando existe una posibilidad razonable de ganar. Un nivel estándar de maldad se enfoca en matar soldados e incluso civiles del “enemigo” en aras de conseguir un objetivo estratégicamente viable. Acá es peor.

La maldad en Palestina se alimenta de los propios palestinos

Si con sus cohetes no van a derrotar a Israel, ni van a recuperar territorios por los que dicen combatir, ¿por qué lanzar esos misiles? ¿por qué provocar al Ejército de Israel, sabiendo que (dadas las condiciones del conflicto) las víctimas más numerosas y afectadas serán siempre las del propio pueblo palestino y en especial los habitantes de la Franja de Gaza?

Porque justamente ese es el verdadero objetivo de los ataques de Hamás. Hablan de destruir a Israel para conseguir fanáticos e incentivar donaciones del resto del mundo musulmán, pero en la práctica lo que pretenden y lo que necesitan es que la respuesta israelí genere víctimas colaterales y mantenga aislada a la Franja de Gaza, que de este modo sigue bajo el absoluto control de los terroristas.

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Dicho de otro modo, el verdadero objetivo de Hamás no es “conquistar Israel”, sino causar daños y matar al número suficiente de israelíes inocentes para obligar al Estado de Israel a responder la agresión, y luego aprovechar las inevitables víctimas civiles de dicha reacción.

El esquema funciona así:

Hamás lanza miles de misiles contra Israel, que debe responder para proteger a sus propios ciudadanos. El Ejército israelí ha desarrollado un extraordinario talento para lanzar represalias con mínimos daños a la población civil, pero aun así es imposible evitarlos por completo, en especial considerando que Hamás sistemáticamente coloca sus centros de lanzamiento de misiles, almacenes de armas o explosivos e instalaciones militares y de inteligencia en zonas altamente pobladas, usando a los civiles como escudo humano.

La apuesta terrorista es que, por más quirúrgicamente precisa que sea la defensa israelí, provocará víctimas colaterales, cuyos rostros e historias Hamás convierte en carne de cañón para la maquinaria propagandística que les permite recaudar donativos en el mundo musulmán y apoyos “buenoides” en la prensa occidental.

En pocas palabras, el de Hamás es un Ejército que, en lugar de lanzarse a la guerra para proteger a sus civiles, se lanza a la guerra escondido entre la población civil, con el objetivo directo, evidente y específico de maximizar el número de muertos entre su propia población, para luego usar el odio resultante de eso como un mecanismo de financiamiento.

Y los daños de Hamás a la propia sociedad palestina van muchísimo más allá de las víctimas civiles que tanto les gusta provocar. Sus campañas terroristas han obligado a Israel a levantar sendos muros alrededor de Gaza y Cisjordania, junto con otras restricciones que son indispensables para contener al terrorismo, pero que también tienen un impacto directo en el comercio y en la calidad de vida de millones de personas en ambas regiones.

Los efectos de ese aislamiento son especialmente claros en la Franja de Gaza. La prensa occidental tiene razón en denominar a dicha región como la “prisión más grande del mundo”. Pero les falta aclarar que los verdaderos carceleros no son los israelíes (que han sido espectacularmente mesurados en sus respuestas ante el terrorismo), sino los terroristas de Hamás.

Ellos utilizan la violencia, la propaganda, el fanatismo y el lavado de cerebro para someter a su propio “pueblo” a una dictadura totalitaria y corrupta que no tiene dinero para electricidad, pero sí para miles de misiles que lanzan contra Israel con la perversa esperanza de provocar la muerte, ya no digamos del “enemigo” (como sucede en el resto de los conflictos mundiales) sino de los propios palestinos.

¿Y detrás de toda esa trágica ópera bufa? Nada más y nada menos que la dictadura iraní. El régimen de Teherán tiene un longevo conflicto geopolítico con Israel, contra quien dirige sus milicias pagadas en Líbano (Hezbolá) y la Franja de Gaza (Hamás).

La tragedia de la maldad en Palestina

Sí, el conflicto de Medio Oriente es muy complejo. Involucra multitud de intereses, prejuicios, odios, venganzas y esperanzas. Eso es indudable, pero no debe cegarnos de la realidad de que hay un abismo entre Israel y los terroristas.

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Sí, en toda la región hay muchas formas de maldad, pero la más perversa es la del fanatismo supuestamente “palestino” de Hamás, que ataca específicamente a civiles judíos, para que la defensa de Israel resulte en la muerte de civiles palestinos. Una técnica que los terroristas utilizarán para mantener fanatizado al pueblo, eternizarse en el poder, conseguir donaciones millonarias y cumplir las órdenes y los intereses del régimen iraní.

Es mucho más que política o guerra. Es perversión.

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