Por Carlos Esteban – gaceta.es

Desde Roma pueden intentar parchear, como hizo la carta del prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Luis Ladaria, a los obispos estadounidenses para que no se precipitasen en negarle la comunión al ‘católico’ ultraabortista Joe Biden, pero en la Universidad de Notre Dame, jesuita y no especialmente famosa por rigorismo alguno, se han saltado la tradición de conceder al nuevo presidente un doctorado honoris causa.

Todo, supongo, tiene un límite.

Biden será el primer presidente desde Clinton en no asistir a la ceremonia de inauguración del curso lectivo de la Universidad de Notre Dame, después de que más de cuatro mil alumnos y antiguos alumnos firmaran una petición urgiendo a las autoridades de la universidad a no invitar al presidente por su posición brutalmente proabortista.

Un alto funcionario de la Casa Blanca confirmó a la Catholic News Agency (CNA) el pasado 11 de mayo que el presidente había sido invitado a dar el discurso inaugural del curso y a recibir un doctorado Honoris Causa de la institución, pero que no podría asistir por cuestiones de agenda.

Bueno, pues ya no tiene que pensar en quién enviar en su lugar: no habrá discurso inaugural por parte de ningún representante de la Administración Biden.

El último en ser invitado, Donald Trump, tampoco pudo asistir debido a un viaje previsto a Arabia Saudí, pero fue en su lugar su vicepresidente, Mike Pence, que impartió el discurso inaugural. Notre Dame presume de ser la universidad norteamericana que más presidentes ha tenido como conferenciantes de sus discursos inaugurales aunque, curiosamente, también dejó fuera al único presidente católico anterior a Biden: J. F. Kennedy.

De Biden no puede decirse que su condición de católico haya sido un dato irrelevante en su carrera política o, menos aún, en su campaña presidencial. Ha hablado con frecuencia de su fe, es rutinariamente definido en la prensa convencional como “devoto católico” y se ha hecho fotografiar a menudo con un rosario en la mano, una imagen que al líder italiano de la Liga, Matteo Salvini, le valió la condena explícita de la jerarquía católica italiana.

El problema es que este “devoto católico” es partidario del aborto provocado como procedimiento lícito. Más: es en este aspecto tan extremo que adelante en su vesania contra el nasciturus a cualquier presidente hasta la fecha, apoyando los extremos más difícilmente ‘vendibles’ -como el aborto por nacimiento parcial- y, sobre todo, amenazando con aprobar el aborto provocado y sin limitaciones como un derecho mediante una ley federal, anulando así la paciente estrategia de los grupos provida.

Y es que, en Estados Unidos, el problema del aborto no es que los estados lo aprueben, ni siquiera que lo apoye la legislación federal, sino que fue el Tribunal Supremo en los años sesenta el que, en la sentencia del caso Wade vs Roe, lo definió como derecho constitucional, negando así a las legislaturas estaduales o federales la posibilidad de restringirlo. Y no hay autoridad por encima del Supremo, que hace las veces de único intérprete legítimo de la Constitución.

Por eso el legado más importante que puede dejar un presidente es ‘colar’ un nuevo miembro entre los nueve jueces del alto tribunal, porque allí está la única esperanza de que la política abortista quede confirmada o revisada.

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