Por Orlando Avendano – elamerican.com
Las economías quebradas, casi todas. Millones de muertos, no solo por el virus, sino de pobreza, miseria y el colapso de los sistemas sanitarios. Familias distanciadas, apartadas. Hijos que no pudieron velar a sus madres fallecidas; abuelas que no conocieron a sus nietos al nacer. Y qué haremos si resulta que detrás de toda esta tragedia, que sumió al mundo entero en una crisis sin precedentes por más de un año y que aún hace estragos, hay un responsable.
Muy convenientemente las grandes organizaciones hicieron lo posible para ocultar lo que a leguas se veía como evidente. La Organización Mundial de la Salud, principal vocera de la pandemia pero ya bastante desprestigiada, se esforzó en evitar lo que ahora el mundo pide a gritos: una investigación seria, rigurosísima, sobre los orígenes del coronavirus.
¿Por qué? Porque todo indica que hay un culpable. Y este culpable, digámosle Partido Comunista de China, habrá sido el responsable de uno de los atentados biológicos más letales y amplios de la historia moderna. Es más, quizá el peor atentado. Hablamos de terrorismo puro y duro.
Ignoremos por un par de párrafos la información que se ha revelado recientemente. Ya hace más de un año supimos que China persiguió y encarceló a quienes desde el seno del país se atrevieron a intentar alertar al mundo sobre lo que estaba ocurriendo. Empecemos por que China no reportó a tiempo los primeros espasmos de lo que luego se convertiría en una pandemia. Empecemos por que China alentó y permitió que millones de ciudadanos viajaran por el mundo en la víspera del año nuevo, justo cuando el virus empezaba a brotar. Empecemos por que China estafó a países con pruebas obsoletas. Empecemos por que manipuló a las grandes organizaciones para que le alcahuetearan sus imperdonables desaciertos en los inicios de la tragedia.
Era claro: China pudo haber detenido el esparcimiento del virus cuando apenas se estaba reportando. Luego, pasó bastante: resulta que en el mundo ninguna economía creció a excepción de la china. Que las cifras que salían del país asiático eran maquilladas y que realmente nadie sabía lo que estaba ocurriendo. Y en diciembre, cuando todos festejábamos bajo la más fría y cruel distancia; y bajo los encierros más draconianos, China ya había superado la pandemia.
Todo despertaba las mayores sospechas. El régimen comunista chino, avezado en la persecución de la disidencia, en el silencio de las críticas y en el asesinato de sus enemigos políticos, mentía y mentía demasiado. Entonces por supuesto que, a partir del justificado escepticismo, muchos alzaron la teoría: el coronavirus escapó del Instituto de Virología de Wuhan, a veinte kilómetros del mercado de mariscos en el que supuestamente habría empezado la pandemia (según, eso sí, las autoridades comunistas).
Y uno de los que se atrevió a hacer la denuncia fue el mismísimo expresidente Trump. Ah, más vale que no. Como fue Trump, el odiado y demente Trump, por supuesto que debía de ser mentira. Los grandes medios, progres y obsesivamente sesgados, tacharon de conspiranoica, delirante y hasta racista cualquier teoría que concibiera la responsabilidad del Partido Comunista de China en el surgimiento del virus.
El New York Times, CNN y la BBC fueron algunos de los medios que salieron corriendo a lavarle la cara al régimen asiático. Que no, que era imposible, que cómo se iba a decir que este coronavirus, que causa una enfermedad terrible que se llama SARS-Cov-2 o Covid-2019 o como sea que le quiera llamar, se filtró del instituto de virología más importante de China en el que, de hecho, especialistas llevan años investigando los coronavirus y haciendo todo tipo de pruebas con murciélagos.
Dijeron que era racista decir que el virus que salió de China había salido de China como no era racista decir que había que si la variante británica, la de la India, la de Brasil. Como no era racista hablar del Ebola, del Zika o de la Gripe Española. Pero ahora que ni se nos ocurriera sugerir o siquiera sospechar que había relación entre el coronavirus, que mata y mata gente, y el hecho de que se registró por primera vez en Wuhan a finales del 2019 y China.
Los medios mantuvieron blindado al régimen chino por más de un año, hasta que ya era imposible. Porque la verdad pesa más y el mundo, que sufrió muchísimo durante estos meses, exige respuestas. Pero el punto de inflexión fue una carta que un grupo de los más prestigiosos biólogos del mundo publicó en la revista Science. En ella, los biólogos piden que se investigue a profundidad los orígenes del coronavirus; y, además, recalcan: «Debemos tomarnos en serio las hipótesis sobre las causas naturales y de laboratorio hasta que tengamos datos suficientes».
Agregan: «Una investigación adecuada debe ser transparente, objetiva, basada en datos, que incluya una amplia experiencia, sujeta a una supervisión independiente y gestionada de forma responsable para minimizar el impacto de los conflictos de intereses».
Es decir: plantear que el virus pudo haber salido del Instituto de Virología de Wuhan es una hipótesis tan seria y fundamentada como sugerir que el virus es producto de la naturaleza.
Fauci, el experto más importante que tiene Estados Unidos en enfermedades infecciosas y un tipo con extrañas intenciones políticas, cambió el relato: luego de decir empecinadamente que China no tenía nada que ver con el virus, ahora sostiene que «no está convencido» de que el virus se haya originado de «forma natural». Ah, los chinos pegaron el grito al cielo: Fauci los había traicionado.
A todo esto le sucedió una exclusiva del Wall Street Journal: en noviembre de 2019, poco antes de que se reportara la primera persona con síntomas (vinculado al mercado de mariscos), unos investigadores del Instituto de Virología de Wuhan se enfermaron con un cuadro idéntico al que produce el coronavirus.
El diario cita un informe de inteligencia de las autoridades americanas y ha obligado al Gobierno del presidente Joe Biden a exigir un estudio detallado y riguroso para precisar si realmente el virus escapó de un laboratorio y el régimen chino trató de esconderlo.
Es grave. Muy grave. Y, vamos, a ninguno de nosotros nos sorprende de China, una especie de villano histórico en todo lo que ocurre en el mundo, sea el culpable. Lo increíble no es que el Partido Comunista esté detrás de este atentado biológico. Lo increíble es que hubo cómplices. En el corazón de nuestros países, de las sociedades libres y capitalistas. Cómplices dispuestos a lavarle la cara al régimen comunista chino, opresor y asesino. Cómplices de la que podría ser la peor pandemia en 100 años (o llamémosla atentado).
Los medios. Los que blanquearon a una tiranía por odio a un político. El mayor encubrimiento de los últimos años. Pero la verdad pesa más.