Los padres siempre quieren darles a sus hijos lo mejor, pero ¿qué es lo mejor para ellos? Proporcionarles alimento, abrigo,  afecto y contención parece una responsabilidad implícita, pero más importante aún, los padres deben enseñarles a ser buenas personas.

Cuenta una vieja historia china que un bandido había cometido tantos delitos, que finalmente fue llevado ante los tribunales y condenado a muerte. Antes de su ejecución, el delincuente pidió un último deseo: ser acunado por su madre por última vez. El juez concedió el deseo, y cuando la madre se acercó llorando y abrió sus brazos para acunarlo, el bandido mordió con fuerza su pezón. Desconcertada y dolorida, la madre  preguntó a su hijo por qué le hacía daño a quien lo había criado por tantos años momentos antes de morir.

El malhechor, con lágrimas en sus ojos, contestó: “Cuando era chico y me aproveché de un hombre por primera vez, no me regañaste; en cambio, me elogiaste y me dijiste que era muy inteligente. Cuando por primera vez traje lo que había robado a nuestra casa, tampoco me reprendiste; en cambio, me halagaste y lo llamaste un “acto de piedad hacia la familia”. Tú eres la razón por la que me convertido en un ladrón desenfrenado que hoy está a punto de ser ejecutado; ¿por qué no me estás aplaudiendo ahora? ¡Si me hubieras disciplinado siempre que me encontrabas haciendo algo malo, hoy no estaría frente a  la guillotina!”

Un padre que sólo satisface las necesidades materiales de sus hijos deja de cumplir acaso el rol más importante para ellos: el de brindar una educación moral digna de un ser humano. Porque un niño es como a una hoja de papel en blanco, sujeto a las buenas y a las malas influencias; por eso es que cada palabra y cada acción de sus progenitores son una forma de educación para él.  La escuela buda dice que a un niño menos de 6 se puede abrir su Tianmu (ojo celestial que se conoce como Tercer Ojo) fácilmente, solo con unas palabras. Esto resta en que el niño antes de 6 todavía tiene la mente como un papel blanco, no está corrompido, ni tiene corazones desviados, es decir no tiene maldad aun. Sin embargo, esto fue en el tiempo antiguo y hoy por la deterioración general de la moralidad, un niño de 6 ya no es como un niño del tiempo antiguo, cuando el estándar del moral era más alto, la gente era creyentes en dioses, temía las consecuencias por acciones erradas y no había un multimedia contaminado.

La gente de la antigua China solía decir: “Es una falla del padre si viste y alimenta a un hijo pero no le enseña a distinguir lo bueno de lo malo”. Mientras que el sabio chino Lao Zi enseñaba: “Los padres no deberían ser demasiado tolerantes, ni demasiado estrictos. Sólo cuando hay padres sabios, hay buenos hijos. Sólo cuando hay padres afectuosos, hay hijos respetuosos. Los padres deberían ser conscientes de esto”.

Cada persona madura a un ritmo diferente, pero la educación de una persona antes de su adultez generalmente tiene la mayor repercusión en su carácter. Durante la Gran Revolución Cultural en China, a los jóvenes alistados como “Guardias Rojos” se les enseñaba que linchar a aquellas personas consideradas como “enemigos del partido comunista”  era patriótico y un acto de heroísmo. Como consecuencia, la antigua cultura  fue pisoteada y la tradición del pueblo chino se perdió. Este tipo de enseñanza generalizada llevó a que los niños crecieran con valores distorsionados y que en la sociedad de la China actual quede muy poca de la disciplina y los principios morales que los habían hechos famosos en el transcurso de la historia.

Se hace cada vez más difícil encontrar bondad y sinceridad en los niños de hoy. Si un niño es capaz de distinguir correctamente lo bueno de lo malo, la bondad de la maldad y la verdad de la mentira, será capaz de hacer buenas y sabias elecciones; si en la Gran Revolución Cultural a aquellos “Guardias Rojos” se les hubiera enseñado los valores morales tradicionales, no se hubieran perdido, ni cometido tantos crímenes a tan corta edad; si a los niños del mundo se les enseñase a ser sinceros, amables y compasivos, no tendríamos que preocuparnos por la posibilidad de que hagan malas elecciones y arruinen sus vidas, porque una vez que los niños aprenden a distinguir lo bueno de lo malo, son impermeables a la presión social que los induce a hacer cosas malas.

Procuremos que el bajo nivel moral de la sociedad de hoy no tenga un impacto mayor en las vidas de nuestras futuras generaciones. A fin de enseñar a nuestros niños a distinguir lo que está bien y lo que está mal, los padres tenemos que saber distinguirlo primero, nosotros mismos. En una sociedad caótica como la de hoy, esta parece ser la única forma de crear un ambiente positivo para nuestros hijos; los futuros adultos.

En la antigua China no sólo se hablaba de formar niños virtuosos a una edad temprana, sino que ya desde la gestación se pensaba en prestar especial importancia a su educación.

Según los registros históricos, la madre del Emperador Wen (1099–1050 a. C) de la Dinastía Zhou, tuvo estrictos requisitos mientras gestaba al futuro líder: “Mientras la Sra. Tairen estaba embarazada, se abstuvo de ver cosas malas, escuchar sonidos obscenos, decir malas palabras, o comer comidas extrañas (sabores acres, sazonados, amargos o astringentes)”. Se cree que esta es una de las razones por las que el Emperador Wen pasó a la historia como uno de los gobernantes chinos más capaces y benevolentes.

En otro antiguo registro chino, Wang Xiang, un especialista en educación infantil durante el final de la Dinastía Ming, escribió: “Cuando una mujer está embarazada, debe tener cuidado cuando se sienta, no dar pasos inestables mientras camina, abstenerse de ver cosas malas, escuchar  sonidos obscenos, decir malas palabras o comer comida extraña. Debería hacer buenas acciones que promuevan la lealtad, la piedad filial, el afecto y la caridad. Por este camino ella dará a luz a un niño de sabiduría, virtud y capacidad excepcional. Todo esto es llamado educación prenatal”.

Artículo publicado originalmente en la revista 2013 y más allá

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