Fuente: Nehomar Hernández – gaceta.es

Mucho se pensaba que con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca el fuego verbal con el que era tratado el régimen de Nicolás Maduro podía cambiar sustancialmente. Hoy, casi seis meses después de que el demócrata tomó posesión como Presidente de los Estados Unidos, esas sospechas se han materializado en la realidad.

En poco tiempo hemos pasado de ver a Donald Trump aseverando que “todas las opciones están sobre la mesa” (incluso la militar) para resolver el caso Venezuela, a atestiguar cómo Biden ha mandado esta semana un mensaje a Maduro a través de su Secretario de Estado, Antony Blinken, donde se deja claro que el esquema de sanciones que desde hace un par de años están aplicando los norteamericanos a la tiranía chavista podría levantarse si se cumplen algunas condiciones “significativas”.

De visita en Costa Rica, para valorar temas sobre democracia y Derechos Humanos en la región, Blinken terminó fijando posición sobre el tema venezolano: “Las sanciones no son permanentes, su objetivo es generar cambios positivos en la conducta y en las acciones de un gobierno y de las personas. Siempre es posible retirar las sanciones con respecto a personas físicas y entidades del gobierno que tomen medidas significativas para restablecer el orden democrático, que se nieguen a participar en abusos de derechos humanos y que se expresen en contra de abusos cometidos por las autoridades”.

EEUU ha orbitado durante los últimos tres años en una suerte de política clásica de “zanahoria y garrote” para tratar a la tiranía Madurista: en algunos momentos se han ofrecido castigos (justamente las sanciones económicas y las amenazas retóricas son la mayor expresión de ello) a quienes sigan perpetrando crímenes al lado de Maduro, y en otros se ha pretendido premiar con incentivos a quienes abandonen las filas de la revolución (perdonar juicios pendientes, ofrecer destinos para el exilio, entre otras).

Ni una vía ni la otra han logrado romper al chavismo al punto de provocar la caída del régimen. Esto fundamentalmente porque Maduro ha asumido el riesgo de nadar contra la corriente, haciendo caso omiso de las posibles represalias militares que en algún momento podía emprender la administración Trump (nunca llegaron a materializarse en la realidad) y a la vez diseñando intrincados mecanismos en conjunto con Cuba, Rusia, China, Turquía e Irán para burlar las sanciones económicas impuestas por la justicia norteamericana; específicamente las relativas al comercio del petróleo venezolano en el mundo.

El actual Secretario de Estado de los EEUU ha terminado optando por emprender una ruta en la  que “el garrote” es cada vez más invisible, incluso desde el punto de vista retórico. Con sus últimas declaraciones Blinken ha dejado vía libre a una inercia que más bien parece una claudicación en los esfuerzos del gigante norteamericano por tratar de hallarle una solución al complejo panorama que plantea la molesta continuidad de Nicolás Maduro al frente del Palacio Presidencial de Miraflores.

Las zanahorias del estelar funcionario de la administración Biden parecen estar por doquier, cuando afirma que las sanciones –más que buscar la remoción de Maduro y sus compinches del gobierno– apuntan a: “promover la rendición de cuentas de quienes cometen violaciones de derechos humanos o actos de corrupción, o de quienes actúan para socavar la democracia”.

No se trata de giros discursivos menores. Aunque el nuevo presidente de los Estados Unidos básicamente ha dado continuidad a la política de sanciones que encabezara Trump hace un par de años atrás, la misma no estaría ya apuntando a ponerle punto final en lo inmediato a la película de terror que protagoniza el chavismo en la nación sudamericana, sino más bien a hacer que el régimen y sus funcionarios se comporten mejor. Que por lo pronto sigan manejando el poder, pero que guarden un poco las formas mientras tanto. ¿Por qué el recorte de expectativas? ¿Se trata acaso de una claudicación o de un enfoque cargado de pragmatismo?

Aunque Blinken y Biden claman por elecciones libres en Venezuela, parecen haber percibido que un escenario de cambio inmediato en el país latinoamericano es sumamente improbable. De allí que habrían tomado la decisión de ofrecerle nuevamente incentivos a Maduro y su entorno para que atiendan las formas básicas de respeto a los derechos humanos y persigan menos a la disidencia. ¿El premio? La promesa de revisar algunas sanciones y rebajar la incomodidad que representa para las figuras clave de la nomenklatura chavista el no poder acceder al dinero y bienes robados a los venezolanos y que hoy están congelados en el exterior.

¿Qué es lo que Blinken y Biden considerarían un “cambio positivo de conducta” dentro del régimen? ¿Cuáles son, en definitiva, las “medidas significativas” que espera la administración demócrata de parte del chavismo para desescalar el esquema de sanciones? Las palabras importan. Y en el caso de las pronunciadas por el Secretario  de Estado de los EEUU esta semana a propósito del estatus del caso Venezuela, éstas no llevan hacia escenarios que permitan insuflar optimismo a los venezolanos que esperan que pronto se produzca un cambio real en su país. A Estados Unidos se le perdió el garrote en el camino, y de momento solo opta por regalar zanahorias, a ver si con ello termina domesticando a un lobo feroz. 

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