Si alguien menciona hoy el principio “lo bueno es recompensado con lo bueno y lo malo con lo malo” que se ha profesado con diferentes expresiones en todas las culturas durante todos los tiempos, muchos se reirán y dirán, por ejemplo, “¿Y qué pasa con esos políticos? Hacen tanto daño, son tan corruptos. ¡Entonces muchos ya deberían estar presos o hasta muertos! Pero, mira, siguen ahí con sus buenas vidas” o “Mira a esa gente honesta, trabajadora y de buen corazón. ¡Apenas tienen con qué vivir!”
Sólo en el correr del último siglo, en la medida que la creencia en la existencia del alma y la vida eterna fue quedando relegada por los trajines de una vida moderna de poca profundidad, estas frases se fueron convirtiendo en la manera general de pensar. Pero, de hecho, muchas cosas que en la vida parecen injustas no lo son en absoluto si se comprenden los principios de la reencarnación y la retribución.
Históricamente, tanto las culturas tradicionales orientales como las occidentales han regido los diversos aspectos de la vida cotidiana bajo la comprensión de que la meta del hombre está en el Cielo –en Occidente se habla de “ascender”, mientras que en Oriente se habla de “regresar”–. Pero el proceso en ambas culturas establece una diferencia en cuanto a la retribución por los actos buenos y malos: la reencarnación. Si bien la meta final es la misma, este factor que no está en la idiosincrasia occidental –las sucesivas reencarnaciones– es clave para comprender las vicisitudes de la vida y superarlas con virtud.
Si uno generó sufrimiento a otra persona, genera al mismo tiempo una deuda con ésta, que deberá ser saldada para que el sufrimiento deje de existir
El concepto oriental de la reencarnación señala que el hombre, después de morir, retorna a la vida terrenal en cualquier forma, que puede ser humana, animal, vegetal o incluso una roca. Antes de renacer en la Tierra, se espera en otro espacio dentro de lo que se llama los ‘Tres Reinos’ (espacios dimensionales no divinos donde se encuentran todas las vidas que deben pasar por el ciclo de la reencarnación). El tiempo de espera varía según el saldo de las bondades y maldades que uno haya generado en las vidas previas.
Los sufrimientos o buena fortuna que le toquen en la vida siguiente, cuales sean sus formas, llegarán en función de aquellas “deudas” y “créditos” del pasado. Si uno generó sufrimiento a otra persona, genera al mismo tiempo una deuda con ésta, que deberá ser saldada para que el sufrimiento deje de existir. Allí está la justicia. Por lo tanto, el destino de cada uno está predeterminado por las acciones previas.
A las deudas se las llama “ye” en chino o “karma malo”, y a los créditos o virtud se los llama “de”. Estos de y ye, según las escuelas Fo (Buda) y Dao, son de existencia material que envuelve a la persona.
El de es materia blanca y se obtiene al sufrir y realizar actos virtuosos; esta materia está en armonía con el universo. Mientras que el ye es materia negra y se obtiene al realizar maldades y generar sufrimientos, por lo que es contraria a la naturaleza del universo. Ambas materias se llevan después de la muerte con el espíritu original y se traen a la próxima vida. De ahí que en la religión budista se dice, “si uno tiene de, si no gana en esta vida, ganará en la próxima”. Todo lo que se obtiene o se pierde, lo que se goza o se sufre, tiene relación con estas materias acumuladas, que disminuyen y aumentan constantemente según el comportamiento propio en la vida diaria.
Ambas materias también pueden ser heredadas de los antepasados. Es decir, se pueden acumular a través de las generaciones. Esto es porque los destinos se entrelazan. Por eso, los antiguos chinos siempre decían: “acumula de, acumula de”, porque entendían que la materia blanca y la negra se pasan a las generaciones posteriores. Este ciclo es justamente para saldar deudas: si un hijo maltrata a su padre, en una de las vidas siguientes él será maltratado alguna vez por ese padre, que habrá reencarnado quizás como un marido, jefe, suegra, suegro, maestro, esposa o amigo, etc.
Las enfermedades son otra forma para pagar ye. El causante de la enfermedad, que se manifiesta superficialmente en forma de virus, tumores, etc, es de naturaleza yin y oscura y llega atraído por el campo de materia negra de uno mismo, que es también de naturaleza yin. Todas las tribulaciones, los sufrimientos o la “mala suerte” son las manifestaciones del pago de esas deudas. Por eso, los sabios chinos solían decir que uno tiene que agradecer cuando enfrenta sufrimientos o tribulaciones, algo muy difícil de entender y aceptar para la gente moderna.
Los sabios chinos solían decir que uno tiene que agradecer cuando enfrenta sufrimientos o tribulaciones
En la creencia oriental, uno no puede “regresar” al Cielo con un cuerpo y una mente impuros. El proceso de la reencarnación es entonces la oportunidad que tiene cada vida dentro de los Tres Reinos para limpiarse sucesivamente y cultivarse espiritualmente en la Tierra, de manera de poder salir finalmente de los Tres Reinos y regresar. Pero este proceso se ve afectado por la deterioración de la moral de la sociedad.
Entonces, aquí está también el problema, pues cuando declina la moral con el paso del tiempo, no sólo se va haciendo cada vez más difícil pagar las deudas, sino que se empieza a acumular ye sobre ye. Cuando se deteriora el estándar moral de la sociedad, la gente comienza a tener comportamientos inadecuados con naturalidad y sin darse cuenta, ya que estos son aceptados por la sociedad.
El ye, esta materia negra que envuelve al hombre, se va haciendo más y más grueso y va aislando al espíritu humano, haciendo que no pueda percibir la naturaleza del universo, por lo que su sabiduría se hace cada vez más pequeña. Entonces llega un punto en que la persona puede cometer actos malos aun conscientemente; tal como una persona que hace algo malo una vez y se siente mal, pero tras repetirlo una y otra vez le empieza a resultar normal y deja de sentir remordimiento.
Antes, cuando las sociedades eran menos corruptas, la gente tal vez no tenía que reencarnar tan frecuentemente como un ser humano o una criatura del mundo para pagar sus deudas, porque cargaba con menos ye. Hoy en día, pareciera que el ser humano tiene más ye. Esto es también una posible repuesta a por qué en algunos lugares donde los sufrimientos son mayores, donde la gente es más pobre y hay más catástrofes naturales, nace más gente hoy que en otros donde la vida es más llevadera.
El “vacío” que llena la reencarnación en Occidente
En Occidente, en particular en el Catolicismo, se considera que después de una única vida, el alma irá al Cielo, al infierno o al purgatorio según comportamiento previo. Esta creencia también valida el principio de “lo bueno es recompensado con lo bueno, y lo malo con lo malo”, pero queda un vacío respecto de las causas de los sufrimientos y gozos en la vida.
Si bien para muchos el contenido de la Biblia no contradice al concepto de la reencarnación, la iglesia siempre lo rechazó. Analizarlo implicaría lidiar con nuevos interrogantes, por ejemplo, respecto de la creencia de que los pecados de una persona son perdonados por Dios con solo arrepentirse al término de su vida presente –previo paso por el purgatorio según el caso–, para ir luego directamente al Paraíso; ¿y qué ocurre entonces durante el proceso de espera hasta el “juicio final”?
En varios sentidos, entonces, la comprensión oriental sobre la reencarnación y la retribución complementa perfectamente a las creencias occidentales en áreas donde el hombre en esta mitad del mundo mantiene un signo de pregunta.
De hecho, muchos estudiosos de la Biblia afirman que el concepto de la reencarnación está implícito en varias frases, especialmente en el viejo testamento. Asimismo, existe la hipótesis de que había menciones más directas antes de la proclamación de la reencarnación como herejía por parte del emperador Justiniano en el siglo sexto.
Entender el concepto de la reencarnación y la retribución ayuda al ser humano a preservar las virtudes en la vida asumiendo la responsabilidad de su propia conducta; significa también una sociedad menos violenta y un mundo más armonioso, así como un ambiente capaz de dar a cada uno la oportunidad de corregir errores pasados y mejorarse. Finalmente, permite asumir que la vida es absolutamente justa.