Por Ian Birrell – ChinaWatchInstitute.org
Hace poco más de un año, me topé con un interesante artículo científico. En él se sugería que la pandemia que asolaba el mundo estaba “adaptada de manera única para infectar a los seres humanos”; no era “típica de una infección zoonótica normal”, ya que apareció por primera vez con una capacidad “excepcional” para entrar en las células humanas. El autor del artículo, Nikolai Petrovsky, se mostró franco sobre la enfermedad cuando hablamos en su día, diciendo que su adaptabilidad era “una notable coincidencia o bien un signo de intervención humana. Incluso rompió la omertà científica [acuerdo tácito entre un fraudulento investigador y la institución en la que está afiliado] al atreverse a admitir que “nadie puede decir que una filtración de laboratorio no es una posibilidad”.
Pero aunque Petrovsky tiene excelentes credenciales -profesor de medicina en una destacada universidad australiana, autor de más de 200 artículos en revistas científicas y fundador de una empresa financiada por el gobierno de EE. UU. para desarrollar nuevas tecnologías de vacunas-, seguía estando inquieto cuando se publicó mi historia global. Su documento original se publicó en un sitio de preimpresión, por lo que no se revisó por pares, a diferencia de lo que ocurriría si se hubiera publicado en una revista médica o científica. Este tipo de sitios permite a los investigadores difundir rápidamente sus hallazgos.
Petrovsky me contó que su primer intento de colocar estos hallazgos sísmicos fue en BioRxiv, gestionado por un destacado laboratorio de Nueva York. Pero fue rechazado; finalmente tuvo éxito en ArXiv, un servidor rival dirigido por la Universidad de Cornell. La semana pasada, sin embargo, me dijo que este importante trabajo de modelización de los orígenes fue finalmente aceptado por Nature Scientific Reports después de “unos angustiosos 12 meses de repetidas revisiones, rechazos, apelaciones, nuevas revisiones y, finalmente, ahora aceptación”.
Esta aceptación es una señal más del cambiante clima político, ya que de repente se considera permisible discutir la posibilidad de que el virus que está causando estragos en todo el mundo pueda haber surgido de un laboratorio. Petrovsky tuvo que soportar lo que él llama “la legitimidad” de su artículo como publicación revisada por pares durante 12 meses críticos, y no es el único. “He escuchado demasiadas historias de otros académicos que se han visto igualmente frustrados a la hora de conseguir la publicación de sus manuscritos relacionados con la investigación de los orígenes del virus”, dijo.
Hay que tener en cuenta que, en el fragor de esta pandemia, los artículos impresos en revistas importantes fueron revisados por pares en 10 semanas; uno pasó por el proceso en sólo nueve días para Nature. Pero, al igual que Petrovsky, escuché historias similares de muchos otros expertos frustrados que se enfrentaron a la idea convencional de que este virus letal era un evento natural. Algunos ni siquiera consiguieron que se publicaran cartas, y mucho menos que se cuestionaran los artículos clave que promovían la perspectiva china y que desde entonces resultaron ser erróneos o equivocados.
Sólo ahora está surgiendo la aceptación de que el “stablishment” científico se confabuló para descartar la hipótesis de la filtración en el laboratorio como una teoría de la conspiración, con la ayuda de prominentes expertos con claros conflictos de intereses, políticos chivos expiatorios y unos medios de comunicación patéticos que en su mayoría no hicieron su trabajo. Y sin embargo, en el centro de este escándalo se encuentran algunas de las revistas científicas más influyentes del mundo. Éstas deberían proporcionar un foro para el debate palpitante mientras los expertos exploran y prueban teorías, especialmente sobre algo tan polémico y fascinante como los posibles orígenes de una pandemia global. En cambio, algunas desempeñaron un papel central en el cierre de la discusión y en el descrédito de las opiniones alternativas sobre los orígenes, con consecuencias desastrosas para nuestra comprensión de estos acontecimientos.
Muchos científicos se mostraron consternados por su actuación. “Es muy importante hablar de las revistas científicas: creo que son parcialmente responsables del encubrimiento”, dijo Virginie Courtier-Orgogozo, una destacada bióloga evolutiva francesa y miembro clave del Grupo de París de científicos que desafían la opinión establecida sobre estos temas. El rechazo de la hipótesis de la filtración en el laboratorio, argumenta, no se debió a la intervención de Trump, sino al resultado de que “las revistas científicas respetables no aceptaron discutir el asunto”.
El Grupo de París, por ejemplo, presentó a principios de enero una carta a The Lancet firmada por 14 expertos de todo el mundo en la que pedía un debate abierto, argumentando que “el origen natural no está respaldado por argumentos concluyentes y que no se puede descartar formalmente un origen de laboratorio”. Esto no parece polémico. Pero se rechazó alegando que “no era una prioridad para nosotros”. Cuando los autores cuestionaron esta decisión, fue reevaluada y devuelta sin revisión por pares por el editor jefe Richard Horton con un escueto despido diciendo “hemos acordado mantener nuestra decisión original de dejar pasar esto”. Los autores acabaron publicando su declaración en un sitio de preimpresión.
Sin embargo, se trata de la misma revista prestigiosa que publicó a principios del año pasado una declaración infame en la que atacó las “teorías conspirativas que sugieren que el Covid-19 no tiene un origen natural”. Claramente, esto se diseñó para suprimir el debate. La firmaron 27 expertos, pero más tarde se descubrió que se redactó de forma encubierta por Peter Daszak, el científico británico con amplios vínculos con el Instituto de Virología de Wuhan. Para empeorar las cosas, The Lancet creó entonces una comisión sobre los orígenes y, por increíble que parezca, eligió a Daszak para presidir su grupo de trabajo de 12 personas, al que se unieron otras cinco que firmaron esa declaración desestimando las ideas de que el virus no era algo natural.
Horton fue mordaz con los fallos del gobierno británico en la pandemia, e incluso publicó un libro en el que arremete contra ellos. Tal vez haría bien en dirigir su fuego crítico hacia los fallos de su propia revista a medida que se acerca su 200 aniversario. Se trata, recordemos, del mismo órgano que inflamó el movimiento antivacunas al promover las tonterías de Andrew Wakefield sobre los efectos de MMR [vacuna contra sarampión, paperas, rubeola y varicela] , y luego tardó 12 años en retractarse del perjudicial artículo. Pero no es el único. El Grupo de París estuvo recopilando detalles de científicos disidentes, cuyas cartas o artículos críticos fueron rechazados por revistas clave que incluyen Nature y Science, dos de los vehículos más influyentes del mundo para el debate científico.
La postura de Nature fue especialmente cuestionable. Más o menos al mismo tiempo que se imprimió la carta de Daszak, empezó a aparecer una declaración en la parte superior de algunos artículos publicados anteriormente, como uno sobre “investigación de ganancia de función” del virólogo estadounidense Ralph Baric y Shi Zhengli, la experta en “murciélagos” de Wuhan, titulado “Un grupo de coronavirus de murciélago similar al SARS muestra potencial para la emergencia humana” . En esta nota, cuidadosamente redactada, se afirmó que dichos trabajos se utilizaron como “base de teorías no verificadas de que el nuevo coronavirus causante del Covid-19 se diseñó por ingeniería”, y se añadía que “no hay evidencias de que esto sea cierto; los científicos creen que un animal es la fuente más probable del coronavirus”.
Nature también publicó un artículo histórico del profesor Shi y dos colegas, enviado el mismo día de enero pasado en que China admitió tardíamente la transmisión a los humanos. En él se detalló la existencia de un virus llamado RaTG13 que se extrajo de un murciélago de herradura y se almacenó en el Instituto de Virología de Wuhan. Se dijo que era el pariente más cercano conocido del Sars-Cov-2, con más de un 96% de similitud genética. Esto era muy significativo, ya que subrayaba que estas enfermedades se dan en la naturaleza, pero que, aunque están estrechamente relacionadas, habrían tardado décadas en evolucionar en la naturaleza y parecían demasiado distantes para ser manipuladas en un laboratorio.
Algunos expertos sospecharon inmediatamente de la falta de información sobre esta nueva cepa. La razón no tardó en quedar clara: su nombre se había cambiado con respecto a otro virus identificado en un artículo anterior, pero -algo inusual en una publicación de este tipo- no se citaba en Nature. Esto enmascaró un vínculo con tres mineros que murieron de una extraña enfermedad respiratoria mientras limpiaban los excrementos de los murciélagos en una cueva del sur de China, que estaba a cientos de kilómetros de Wuhan pero que Shi y sus colegas utilizaban para recoger muestras de murciélagos. Los investigadores de Wuhan llegaron a admitir que tenían otros ocho virus similares al Sars no revelados procedentes de la mina. Pero, a pesar de un aluvión de quejas que comenzó a las pocas semanas de la publicación, Nature tardó 10 meses en publicar su apéndice, que no hizo más que plantear más preguntas que siguen sin respuesta a día de hoy.
Nature Medicine, su publicación hermana, también albergó el segundo comentario clave que marcó la pauta en la comunidad científica tras la salida de Daszak en The Lancet. “El origen próximo del Sars-CoV-2″ concluía sin rodeos que “no creemos que ningún tipo de escenario basado en el laboratorio sea verosimil”. Los críticos señalaron que era cuestionable afirmar que había alguna “prueba” que demostrara que el Sars-CoV-2 no es un virus manipulado a propósito. Otros señalaron que la declaración menciona el misterioso sitio de escisión de la furina -que Nikolai Petrovksy señaló como el que permite que la proteína de la espiga se una eficazmente a las células en los tejidos humanos, pero que no se encuentra en los coronavirus más estrechamente relacionados-, pero resta importancia a su potencial importancia. La declaración sugiere que “es probable que se descubran en otras especies virus similares al Sars-CoV-2 con sitios de escisión polibásicos parciales o completos”. Esto no ha ocurrido hasta ahora.
Este documento -cuyos cinco firmantes incluyen a un experto que recibió el máximo galardón de China para científicos extranjeros tras casi 20 años de trabajo allí, y a otro que es “profesor invitado” del Centro Chino de Control y Prevención de Enfermedades- fue consultado 5,4 millones de veces y citado casi 1.500 veces en otros documentos. Es tan influyente que cuando envié un correo electrónico a Jeremy Farrar, director del Wellcome Trust y uno de los firmantes de The Lancet, para ver si su postura seguía siendo la misma, me remitió a este artículo que calificó como “la investigación más importante sobre la epidemiología genómica de los orígenes de este virus”.
El autor principal era Kristian Andersen, un inmunólogo del Instituto de Investigación Scripps de California que fue una voz muy activa en las redes sociales condenando la teoría de la fuga del laboratorio y enfrentándose a sus defensores. Sin embargo, la reciente publicación de los correos electrónicos enviados a Anthony Fauci puso de manifiesto que Andersen admitió previamente al director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, que el virus tenía características inusuales que “(potencialmente) parecen diseñadas” y que son “inconsistentes con las expectativas de la teoría evolutiva”. La semana pasada afirmó que la discusión era “un claro ejemplo del proceso científico”, pero como me dijo otro científico de alto nivel “¡Qué pistola humeante!”. Ahora la cuenta de Twitter de Anderson desapareció de repente.
Hay muchos más ejemplos. Por ejemplo, China señaló a los animales vendidos en el mercado de marisco de Huanan dos días después de admitir que había habido transmisión humana del virus. En pocas semanas, se enviaron a las revistas cuatro manuscritos que describían un virus de pangolín con un dominio de unión al receptor de picos similar al Sars-Cov-2, todos ellos basados en gran medida en los datos publicados por un grupo de científicos chinos el año anterior. Dos de estos artículos sobre los coronavirus de los pangolines fueron publicados en Nature. Inevitablemente, los artículos suscitaron un intenso debate mundial sobre si los pangolines que se venden en el mercado eran el eslabón zoonótico que faltaba entre los murciélagos y los seres humanos, similar al de las civetas con la primera epidemia de SARS.
El vínculo con los pangolines era una pista falsa tendida desde China. Sin embargo, Nature rechazó una presentación de otro disidente científico clave que mostró cómo los cuatro trabajos utilizaron principalmente muestras del mismo lote de pangolines y que los datos clave se comunicaron de forma inexacta en dos de estos trabajos. Richard Ebright, experto en bioseguridad y profesor de biología química en la Universidad de Rutgers, sostuvo que esa tolerancia de “omisiones materiales y declaraciones erróneas materiales” exponen un problema enorme. “Nature y The Lancet desempeñaron un papel importante al permitir, alentar y reforzar la falsa narrativa de que las pruebas científicas indican que el Sars-CoV-2 tuvo un punto de origen natural y la falsa narrativa de que éste era el consenso científico”.
O como dijo otro observador bien situado: “El juego parece consistir en que Nature y The Lancet se apresuren a publicar correspondencias no revisadas por pares para marcar el tono y luego retrasar los artículos y las respuestas críticas”.
Pero, ¿por qué lo hicieron? Aquí es donde las cosas se vuelven aún más turbias. Se alega que no se trata de un error editorial, sino de algo más siniestro: el deseo de apaciguar a China por razones comerciales. El Financial Times reveló hace cuatro años que Springer Nature, el grupo alemán que publica Nature, cargado de deudas, bloqueó el acceso en China a cientos de artículos académicos que mencionaban temas considerados sensibles por Pekín, como Hong Kong, Taiwán o el Tíbet. China también está gastando abundantemente en todo el mundo para ganar la supremacía en la ciencia, lo que incluye convertirse en el mayor patrocinador nacional de las revistas de acceso abierto publicadas tanto por Springer Nature como por Elsevier, propietaria de The Lancet.
Una fuente estimó que 49 acuerdos de patrocinio entre Springer Nature y las instituciones chinas tuvieron un valor de al menos 10 millones de dólares el año pasado. Estos acuerdos cubren las tasas de publicación que los autores pagarían normalmente en esas revistas, por lo que allanan el camino a los autores chinos a la vez que crean una cultura de dependencia. Funcionaron bien por ambas partes: ofrecieron a los editores acceso al creciente mercado chino y a sus bien dotadas universidades, al tiempo que ofrecieron a cambio reconocimiento y estatus internacional. Pero sabemos que el presidente Xi Jinping exige la conformidad con su visión del mundo, incluso a las empresas de propiedad extranjera, y especialmente en un tema tan sensible como el posible papel de su nación en el desencadenamiento de una catástrofe mundial.
Los críticos temen que estos vínculos corporativos con China comprometan la producción y distorsionen las agendas. “La publicación científica se ha convertido en un negocio muy politizado”, afirma Petrovksy. “Es evidente que hay que iniciar una investigación internacional sobre el papel de las editoriales científicas, su influencia cada vez más poderosa a medida que las grandes editoriales compran muchas de las revistas independientes más pequeñas, junto con su creciente politización y susceptibilidad a la influencia manifiesta. Tenemos que examinar qué impacto pudo haber tenido esto en la pandemia y qué impacto podría tener en la ciencia en el futuro”.
Ciertamente, es válido preguntarse dónde estaba la verdadera conspiración en esta vergonzosa saga que ha manchado tantas reputaciones.