Por Judith Flores – gaceta.es
José Daniel Ortega Saavedra nunca ha conocido otro trabajo que no sea vivir de la política. El 11 de noviembre cumplirá 76 años, y aunque no ha anunciado oficialmente que se postulará para un tercer periodo y cuarto mandato consecutivo, sus seguidores trabajan en función de su reelección para gobernar otros cinco años en lo que le convertiría en el mandatario con más años en el poder y que ha instaurado dos dictaduras sangrientas en Nicaragua: de 1979 a 1990, y desde 2007 hasta la actualidad.
En pocos meses Ortega cumplirá quince años consecutivos en el poder, durante su segunda dictadura, algo que ningún Gobierno de los Somoza logró.
Quienes lo conocen lo describen como un hombre sediento de poder. Su cuarto de siglo en la silla presidencial, sumado a los 16 años que gobernó desde abajo al frente de la oposición imponiendo la violencia y el terror durante las administraciones democráticas, no dejan dudas.
Ha mantenido control sobre el poder judicial que ha empleado como herramienta de extorsión, chantaje, represión y venganza contra sus adversarios y contra quienes han sido sus aliados, incluyendo al expresidente Arnoldo Alemán a quien en parte le debe su retorno al poder en 2006, gracias al pacto Alemán Ortega.
Ortega mantiene en la cárcel a cerca de 150 presos políticos a quienes pretende aplastar a través de la maquinaria represiva y judicial. De ellos, veinte han sido encarcelados en el presente mes, acusados de “lavado de dinero” y de “intento de golpe de estado”, más de 100 han sido detenidos durante y tras el estallido social de abril de 2018.
La maquinaria judicial también ha sido utilizada contra sus antiguos camaradas que gobernaron con él durante el primer régimen sandinista, y los empresarios con quien mantuvo una abierta alianza hasta antes de abril de 2018.
Uno de los episodios más oscuros del dictador es el que se refiere a las denuncias de abuso sexual contra menores en el las que está involucrado. Al menos tres de esos casos están documentados.
El primero es el de su hijastra Zoilamérica Ortega Murillo que, en 1998, interpuso una querella contra Ortega por abuso y violación sexual desde que tenía once años, cuando estaban exiliados en Costa Rica y era el inicio de la unión entre su madre, Rosario Murillo – esposa y actual vicepresidente de Nicaragua –, y Daniel Ortega.
La denuncia de su hijastra no prosperó, la entonces juez sandinista Juana Méndez – hoy magistrada de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) premiada por el caudillo- archivó la causa alegando que el caso había prescrito.
El periodista Fabián Medina sostiene en su libro “El preso 198”, un perfil de Daniel Ortega, que la denuncia de Zoilamérica es uno de los golpes más fuertes que ha sufrido el tirano, que “difícilmente habría sobrevivido políticamente sin el ‘acuerpamiento’ de Murillo”, la madre de Zoilamérica. Ese hecho contribuyó a fortalecer la mancuerna que hoy gobierna Nicaragua.
Rosario Murillo, conocida como “la Chayo”, llamó “mal agradecida” a su hija por la denuncia, y dijo sentirse «avergonzada» de su primogénita tras el escándalo. “Les digo con toda franqueza, me ha avergonzado terriblemente que a una persona con un currículo intachable se le pretendiera destruir y (que) fuese mi propia hija la que, por esa obsesión y ese enamoramiento enfermizo con el poder, quisiera destruirla cuando no vio satisfecha su ambición”, así respaldó a su marido.
Otros dos casos de violación son el de Patricia Yaneth Ortega Prado, que denunció en el 2006 ante el Ministerio de la Familia que Ortega abusó de ella desde que tenía trece años con la complicidad de su padrastro. Un informe de Gobierno revela los detalles de la denuncia que tampoco prosperó. Ninguna autoridad del Gobierno del entonces presidente Enrique Bolaños prestó atención a la denuncia a pocas semanas de las elecciones presidenciales en las que Ortega “ganó” los comicios con el 38% de los votos, gracias al pacto Alemán-Ortega que redujo el porcentaje de elección del 50% más un voto al 35%.
El tercer caso es el de Elvia Juniteh Flores Castillo, cuya familia se tuvo que exiliar en Estados Unidos por la denuncia de violación desde los 15 años.
El hermano mayor de Elvia, el abogado Juan Sebastián Flores Castillo, que encabezaba la denuncia, se encuentra encarcelado desde 2013. Ortega le acusa de “violación” y por ello enfrenta una condena de trece años. Elvia acusó a Ortega de “destruirle su vida y la de su familia” en noviembre de 2017 ante la prensa internacional, pero tres meses más tarde se retractó con la promesa de que su hermano sería liberado, según fuentes cercanas a la presunta víctima quien tiene dos hijas, de cuya paternidad biológica no quiso hablar ante la prensa.
El abogado permanece preso.
Su origen
De origen humilde, nació en un poblado rural, en la Libertad, Chontales, es hijo de Daniel Ortega Cerda, cuyo oficio era contador, y de Lidia Saavedra. El matrimonio tuvo cuatro hijos, tres varones y una mujer: Daniel, Humberto -que, junto a su hermano, fue uno de los 9 comandantes del FSLN, exjefe del Ejército Popular Sandinista-, Camilo, que falleció en combate en 1978, y Germania, ya fallecida.
No tiene profesión. En 1963, a pocos meses de haber ingresado a la Universidad y con dieciocho años de edad, abandonó los estudios para “dedicarse a luchar” con el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) contra el régimen de Anastasio Somoza Debayle.
Los datos biográficos de Ortega indican que, en la edad que todo joven debe dedicarse a los estudios, Ortega se dedicó a delinquir. Robó y asesinó en nombre de la “lucha” por la libertad de Nicaragua.
Uno de los hechos delictivos más relevantes en los que participó fue el asalto a la sucursal Kennedy del Banco de Londres y Montreal, el 22 junio de 1967 donde robó 225.000 córdobas, supuestamente para financiar al FSLN, según los escritos del desaparecido exministro del Interior sandinista Tomás Borge, en el que justifica el robo como acto heroico.
El 23 de octubre de 1967 participó en el asesinato del sargento de la Guardia Nacional Gonzalo Lacayo, una confesión que el mismo Ortega hizo a la revista nicaragüense ‘El País’ en 1994.
Un mes más tarde de la ejecución de Lacayo, Ortega fue detenido durante un operativo de la Guardia Nacional, cuando se encontraba escondido en una vivienda, revelan publicaciones de esa época.
Estuvo preso más de siete años. Salió en libertad gracias a un asalto armado ocurrido el 27 de diciembre de 1974 cuando un comando del FSLN integrado por 13 hombres asaltó la casa del ministro de Gobierno de Anastacio Somoza Debayle, José María Castillo Quant, que realizaba una fiesta en honor al embajador de Estados Unidos en Managua, Turner Shelton en la que participaban miembros del gabinete somocista.
De acuerdo con reportes periodísticos de medios nicaragüenses, Castillo, que se opuso a la toma de su casa, fue asesinado de un disparo realizado por Joaquín Cuadra Lacayo -general en retiro y exjefe del Ejército-, uno de los trece integrantes del grupo de asalto.
Además de Lacayo, el “comando” estuvo integrado por Eduardo Contreras, Germán Pomares Ordóñez, Hugo Torres (disidente sandinista hoy encarcelado por Ortega), Leticia Herrera (madre de uno de los hijos de Ortega), Olga Avilés, Eleonora Rocha, Omar Hallesleven Acevedo (general en retiro y vicepresidente de Nicaragua), Javier Carrión, Róger Deshón Argüello, Hilario Sánchez, Juan Antonio Ríos y Félix Pedro Picado.
“Tras su liberación, fue exiliado a Cuba, donde recibió entrenamiento durante varios meses de guerrilla”, revela el sitio Buscabiografía.
Posteriormente, se refugió en Costa Rica. En 1978 era el inicio de su relación marital con Rosario Murillo, que ya tenía dos hijos de su primer matrimonio con Jorge Narváez: Zoilamérica de diez años y Rafael de nueve. Ambos fueron adoptados por Ortega.
Ortega tuvo siete hijos con Murillo. Carlos Enrique, Daniel Edmundo, Juan Carlos, Laureano, Maurice, Camila Antonia y Luciana. Todos ocupan cargos en el Gobierno de sus padres y dirigen los negocios obtenidos al amparo de las arcas del Estado y de la ayuda petrolera venezolana, que se estima superó los 4.000 millones de dólares.
Ortega se ha convertido en uno de los hombres más ricos: tienen el monopolio del combustible y de la energía en el país, pero del monto de la fortuna poco se sabe, es un tema que han logrado esconder porque en Nicaragua no existe acceso a la información pública.
Un hombre de pocas palabras
El dictador Ortega es un hombre de poco hablar, sin gran oratoria, pero es considerado hábil, desconfiado, frío y vengativo. Se ausenta por largos periodos del ojo público, lo que ha propiciado que algunos crean que está enfermo o muerto, pero luego aparece.
Algunos piensan que su carácter ermitaño es producto de los años de encarcelamiento, pero quienes han compartido tiempo con él aseguran que se aísla por largos periodos en su bunker en El Carmen, su residencia que también funge como casa presidencial y las oficinas de la secretaria general del partido FSLN.
Son tiempos en que recibe visitas de grupos de la Juventud Sandinista que llegan supuestamente a actividades partidarias a la secretaria, el anzuelo que emplea contra sus víctimas. Las hermanas de Elvia Flores han relatado que acudieron junto a su hermana menor un par de veces a esas visitas sin imaginar el propósito detrás.
“La cárcel -aseguran los que lo conocen- marcaría a Ortega más que a cualquier otro prisionero. Desde sus manías hasta sus compulsiones sexuales. De hecho, él ostenta el tercer mayor periodo de cárcel entre los sandinistas que cayeron presos durante el régimen de Somoza”, dice Medina en su libro.
“»Daniel padece el síndrome del prisionero. Siempre está aislado, come de pie y en sus oficinas siempre construye una especie de celda, un cuarto muy pequeño con una cama y unos libros donde se refugia cuando está atribulado”, relata alguien cercano a Ortega, que pidió no dar su nombre”, describe el autor.
Eterno secretario y candidato
Ha sido el secretario general del Frente Sandinista de Liberación Nacional desde que ese partido llegó al poder, y el único candidato de ese partido. En 1991 el FSLN le eligió como su secretario general y desde entonces nadie lo ha sustituido y ha sido el único candidato presidencial desde 1984.
Ese mismo estilo autoritario lo ha impuesto durante sus dos regímenes. En 1990 aceptó ir a elecciones debido al desgaste de la guerra que dejó más de 50.000 muertos, y a la caída de la Unión Soviética, uno de sus principales ejes de apoyo.
Esta vez Ortega no parece estar dispuesto a entregar el poder. En 2018 asesinó a más de 325 nicaragüenses producto de la represión durante las protestas. Hoy mantiene a 150 presos políticos, entre ellos cinco aspirantes presidenciales.