Por Brett Cooper – fee.org.es
eth Palmer tenía 17 años y soñaba con ser cantante para marzo del 2020, cuando el Reino Unido entró en confinamiento por el coronavirus. Un mes después, estaba muerta.
“Era una hija maravillosa, maravillosa. Era muy divertida, iluminaba la habitación”, dijo Mike Palmer, el padre de Beth. “También era muy cariñosa y afectuosa. Básicamente tenía el mundo a sus pies. Lo tenía todo, todo por lo que vivir”.
Palmer no murió por el coronavirus. Se quitó la vida.
Aspirante a cantante y estudiante de canto en el Access Creative College de Manchester, Palmer se derrumbó en su aislamiento. Su familia afirma que hasta entonces no había dado muestras de tener problemas de salud mental. Sin embargo, afirma que la orden de permanecer en el hogar la sintió como si fuesen siglos.
“No podía terminar la universidad, no podía salir a ver a sus amigos. Sintió como si ese encierro de tres meses fuese para ella 300 años”, dijo su padre en un video que se hizo viral el año pasado.
Al no poder terminar la universidad, ni ver a sus amigos, ni dedicarse a su pasión, la habitualmente vivaz y cariñosa, Palmer se volvió obsesiva en su temor a que el encierro no terminara nunca.
En las semanas que siguieron a su muerte, la familia de Palmer se pronunció sobre las implicaciones de la orden de permanencia en casa y con los fines de advertir a los padres sobre las dificultades a las que podrían enfrentarse sus hijos, diciendo que “nadie debería sentirse tan aislado como para hacer esto”.
Trágicamente, las nuevas estadísticas del gobierno muestran que la muerte de Palmer forma parte de una tendencia mundial de adolescentes que buscan escapar del castigo del confinamiento gubernamental.
Datos preocupantes del CDC
Los datos recientemente publicados por el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos revelan un aumento de las autolesiones y las hospitalizaciones por mala salud mental entre los adolescentes en 2020.
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En general, el número de visitas hospitalarias relacionadas con la psiquiatría entre los jóvenes aumentó un 31% el año pasado. Para las jóvenes como Palmer, esta cifra fue mucho más grave. Las sospechas de intentos de suicidio en las chicas aumentaron un 50.6%, en comparación con un aumento del 3.7% en los hombres jóvenes.
Como concluye el informe, las implicaciones de los encierros, como “el distanciamiento físico; las barreras para el tratamiento de la salud mental; el aumento del consumo de sustancias; y la ansiedad por los problemas económicos y de salud de la familia” afectaron especialmente a los niños, contribuyendo a un aumento generalizado de los pensamientos suicidas.
Un reciente artículo del Wall Street Journal completa el panorama pintado por el CDC al revelar que en California el suicidio de adolescentes aumentó un 24%, lo que provocó 134 muertes en 2020. En cambio, sólo 23 menores californianos murieron por Covid-19.
En concreto, en Oakland (California), los hospitales registraron un aumento del 66% de adolescentes que dieron positivo en la prueba de ideas suicidas entre marzo y octubre de 2020.
A la luz de estas alarmantes cifras, los funcionarios de la salud pública en California finalmente están comenzando a hablar sobre este tema.
Durante más de un año, mientras las enfermedades mentales y el suicidio se disparaban, estos mismos políticos y expertos de la salud ignoraron continuamente las preocupaciones válidas sobre las nefastas implicaciones de los encierros.
Está claro que, aunque en general no corrían riesgo de contraer el Coronavirus, los jóvenes, como Palmer, eran un grupo de alto riesgo para el suicidio y el gobierno no les prestó atención.
Un maestro brutal
“La experiencia”, escribió una vez el economista francés Frédéric Basiat (1801-1850), “enseña eficaz, pero brutalmente”. Trágicamente, este parece ser el caso de las consecuencias imprevistas de los encierros de COVID-19.
El aumento del suicidio entre adolescentes es sólo un ejemplo de los daños colaterales de los confinamientos -otros incluyen el aumento de la pobreza infantil, las sobredosis de drogas y el desempleo, así como una fuerte disminución de las pruebas de detección de cáncer- y no debería sorprender.
Ya en abril de 2020, JAMA Psychiatry publicó un informe sobre las posibles consecuencias de las órdenes de cuarentena, afirmando que, aunque podrían ayudar a sofocar nuevas infecciones, “el potencial de resultados adversos sobre el riesgo de suicidio es alto“.
A pesar de estas advertencias, los funcionarios de la salud pública siguieron adelante, creyendo que sus políticas protegerían a la gente del COVID-19. Sin embargo, una gran cantidad de pruebas empíricas sugiere que estos esfuerzos fracasaron.
El camino hacia el infierno, dicen, está pavimentado con buenas intenciones. Y con razón. El mundo es complejo y los esfuerzos por remodelarlo a menudo obtienen resultados muy distintos a los previstos. Precisamente por eso Bastiat enseñó la importancia de ejercer la moderación y la previsión al aplicar la política, para no perseguir “un pequeño bien ahora, al que seguirá un gran mal en el futuro”.
Esto era algo que los gobiernos no hacían en 2020.
Beth Palmer tenía una vida prometedora por delante. Ella y los demás adolescentes que lucharon por lidiar con el aislamiento, forzado por el Estado, merecían algo mejor. Así que al menos aprendamos algo de la brutal experiencia de los encierros.