Fuente: ejércitoremanente.com

Álex N. Lachhein

Últimamente, debido a una galopante falta de tiempo, había dejado de redactar “posts” de mi puño y letra, colgando únicamente los textos y artículos de otros autores sin apenas comentario por mi parte. Sin embargo, ante la gravedad de las opiniones expresadas por el periodista David Jiménez García en su último artículo del 1 de julio 2021, titulado «En Defensa de la Vacuna Obligatoria», y publicado nada menos que en «The New York Times», pues no tengo más remedio que sacar tiempo de debajo de las piedras y comentar algo al respecto.

En su texto de marras, el señor Jiménez García suelta una infinita colección de mentiras y falsedades. Habla de los esfuerzos estériles de los Gobiernos por convencer a la ciudadanía de la necesidad de una vacunación total, argumentando que las nuevas cepas y variantes del virus son muy peligrosas si no se vacuna a todo el mundo. Falso. Dice que las convicciones personales nunca pueden estar por encima de la ciencia y el bien común, y que la seguridad y eficacia de esas vacunas está más que probada científicamente. Falso de nuevo. También argumenta que una postura anti-vacunas es lícita, solo cuando no afecta a la salud de terceras personas, lo que según él, no es el caso. Otra vez falso. Y remata su alegato, mezclando los éxitos de la vacunación a lo largo de la historia y aventurando que la batalla contra el virus solo se ganará si el cien por cien de la población acepta inocularse, para lo cual insta a los Gobiernos a imponer la vacunación obligatoria y un pasaporte general de inmunización contra el virus que certifique vacunación, anticuerpos o PCR negativos. Falso de toda falsedad.

A mí, lo que me gustaría saber, es cuánto cobra este sujeto de los distintos interesados en todo este negocio, para mentir tan descaradamente en un medio de comunicación. Pretende hacer creer al lector que los ciudadanos reacios a inocularse los caldos de Pfizer, Moderna o Astrazéneca, son fanáticos del movimiento anti-vacunas cuando en realidad, la inmensa mayoría de esas personas son todo lo contrario y titulares de una cartilla de vacunación completa. Para ello, claro, lo que hace es mezclar churras con merinas, y llamar vacunas a unos fármacos génicos experimentales en fase 3, basados en una tecnología nunca probada antes en humanos a nivel general, desarrollados en nueve meses, de los que se desconocen sus efectos a largo plazo, que no inmunizan, y que no están aprobados por ningún regulador sino solo autorizados en uso de emergencia. Y a eso, este señor, se empeña en llamar vacunas.

Los más grandes sabios (incluido algún premio Nobel), llevan avisando desde hace meses que son estas mal llamadas vacunas, quienes producen las nuevas cepas y variantes; y que sus efectos, serán devastadores. Y lo estamos viendo ya en algunos países. En Inglaterra por ejemplo, con un índice de inoculaciones altísimo, y con los contagios disparados. O en Chile, con quince millones ya de inoculados con los dos pinchazos (de una población de diecinueve), y con los contagios nuevamente por las nubes y las UCI’s a rebosar. La lista de países con problemas, aumenta paralela al índice de inyectados. Y nadie habla de esto en televisión. ¿Sirven para algo acaso estos fármacos, más allá de evitar que te mueras si te contagias? Sí como nos venden, el inoculado está a salvo de todo mal, ¿por qué temen que los jóvenes puedan contagiar a unos mayores ya supuestamente protegidos con las dos dosis? ¿No se fían de su propio fármaco, que lo quieren hacer obligatorio, incluyendo a los menores en tamaño experimento?

Las personas que no quieren inocularse estos caldos están siendo acosadas y discriminadas. El pincharse o no, obligatoriamente, tiene que ser un acto voluntario, consentido e informado. A nadie pueden obligar a que preste su cuerpo a la experimentación científica, y encima… gratis. Se adivinan tiempos oscuros y de dictadura abanderada por un supuesto e inexistente consenso científico.

Los de sangre pura serán perseguidos, y puede que hasta encarcelados en aras del bien común. Preparan para la vuelta al cole una cuarta ola devastadora, en la que acusar al pueblo de irresponsable por relajarse durante el verano liberándose del bozal, y del mantenimiento de las distancias sociales. Tienen miedo. Los menores de 50 años ya empiezan a decir “no, gracias”. Y eso, es contrario a su negocio global. Quieren inyectados a nuestros hijos a toda costa, y no pararán hasta conseguirlos. De los padres depende. De aquellos que logren acceder a la información completa, y resistan numantinamente…

Para muestra de todo esto que digo, dos botones en vez de uno. Hace unos días, antes de que David Jiménez García vomitara su artículo en «The New York Times», otro periodista, Emmanuel Lechypre, un columnista francés empleado en varios medios de comunicación, se empleó a fondo contra los pura sangre en una emisión de la RMC. Cito textual:

-«Hay que arrastrar a los no vacunados con los dientes, los gendarmes y las esposas para vacunarlos a la fuerza. Estoy haciendo todo lo posible para que [los no vacunados] se conviertan en parias sociales […] Vemos que convencer a la gente no es suficiente […] ¡vacunaremos a la fuerza!».

Lea también: Francia quiere extender la obligatoriedad de la vacuna Covid a personas de 24 a 59 años

Ni que decir tiene que sus comentarios generaron una polémica estratosférica, costándole varias denuncias ante el Consejo General Audiovisual (CSA).

Lo dicho, se avecinan vientos de guerra. Unos tiempos oscuros, y de lucha por preservar los derechos y libertades que nuestros padres y abuelos tanto lucharon para que tuviéramos.

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