Fuente: Minghui.org
A lo largo de los 5000 años de civilización, la fe en el Cielo y en Dios, así como el principio de que el bien será recompensado con el bien y el mal será castigado, han estado profundamente arraigados en el corazón de la gente. Generación tras generación, los antiguos contaron interminables historias explicando las relaciones de causa y efecto. Buscaban recordarle a la gente no ignorar su conciencia yendo en contra de sus valores morales para su beneficio personal porque, tarde o temprano, el Cielo los castigaría en consecuencia.
La siguiente historia nos recuerda que no es posible esconder nuestras malas acciones después de la muerte. Es importante apreciar la vida que se nos ha dado y ser tan buenos como podamos en todo momento.
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Hubo una vez, un erudito que siempre quiso ver un fantasma pero nunca pudo.
Una noche clara con una hermosa luna colgando en el cielo, el erudito ordenó a su sirviente que llevara una gran jarra de vino al cementerio. Miró alrededor y gritó: “Es tan aburrido beber solo en esta hermosa noche. Mis amigos del inframundo ¿Podría alguno de ustedes venir a beber conmigo?”.
No mucho tiempo después, escuchó un murmullo y vio sombras de fantasmas a la distancia. Había 13 de ellos.
Sirvió vino en un gran recipiente y lo colocó entre él y los fantasmas, quienes inmediatamente se inclinaron para inhalar su ofrenda. A uno de ellos le gustó tanto que le pidió más.
Mientras servía más vino, el erudito preguntó: “¿Por qué no reencarnan?”.
Un fantasma respondió: “Aquellos de nosotros que aún posean buen yeli (karma) se reencarnarán, mientras que los culpables de los peores crímenes irán al infierno. De nosotros 13, cuatro esperan reencarnarse en humanos, mientras que los otros nueve no podrán. Tendrán que pagar por sus actos pecaminosos del pasado”.
“¿Por qué no te arrepientes de tus malas acciones para que no tengas que ir al infierno?”, dijo el erudito.
“Solo puedes arrepentirte cuando estás vivo”, dijo el fantasma. “No hay forma de arrepentirte después de la muerte”.
Cuando la vasija estuvo vacía, el erudito la dio vuelta para mostrarle a los fantasmas que ya no había más.
Mientras los fantasmas comenzaban a alejarse, uno de ellos giró para decirle: “Como fantasmas hambrientos, no tenemos nada y no podemos compensarte por el vino que amablemente nos has ofrecido. Puedo darte solamente una advertencia: “Arrepentirse solo funciona mientras estás vivo””. Luego, desaparecieron.