Por Guillermo Rodríguez – elamerican.com
El ecologismo político de hoy es ya casi exclusivamente teoría crítica apoyada en una síntesis de neomaltusianismo y marxismo. Y el marxismo ha sido la principal fuente directa e indirecta de falacias del socialismo en sentido amplio por más de 100 años. Ahí se originan la abrumadora la mayoría de non sequiturs de la economía neoclásica y neokeynesiana.
De hecho, la mayor es que partiendo de un modelo ideal arrogantemente se concluya que la disparidad entre el modelado y la economía real constituiría una falencia inherente, no al modelado sino a la economía real, cosa que ocurre con asombrosa frecuencia. Es la misma influencia la que les hace a tantos presumir como algo evidente por sí mismo que las mal llamadas “fallas” del mercado deban ser corregidas por medio de legislación y regulación del Estado, como si unas dudosas “fallas” del mercado pudieran realmente “corregirse” mediante las inevitables, costosísimas y nada dudosas fallas del Estado extendido fuera de sus limitadas funciones propias.
En un análisis austríaco no existen tales “fallas” de mercado, sino interferencias constructivistas sobre el propio mercado, o sobre otros sistemas del orden espontáneo que ocasionan desajustes costosos de coordinación en la sociedad a gran escala. Y no es solo la Escuela Austríaca la que recuerda las inevitables fallas del Estado, sino la Escuela de Virginia, que al aplicar el instrumental neoclásico típico al mercado político puso el foco sobre esos fallos del Estado y reveló los costes siempre mayores de las intervenciones “correctivas” ante de los mal llamados fallos de mercado.
La síntesis neomaltusiana
En la medida que el marxismo postuló que la escasez es un fenómeno social producto de la explotación capitalista dedujo necesariamente que en la etapa superior del socialismo se alcanzaría una abundancia ilimitada. Y habiendo prometido contra la realidad económica misma, que los recursos económicos serían abundantes y no escasos en el socialismo, lucía casi imposible y difícil una síntesis marxista neomaltusiana, pero el temprano neomarxista británico B. Commoner la desarrolló afirmando que Marx creía que:
“Las clases trabajadoras se verían cada vez más empobrecidas y el creciente conflicto entre capitalista y trabajador llevaría a las situaciones de cambio revolucionario (…) una explicación de por qué ha fallado en materializarse –hasta ahora– la predicción de Marx, aparece a partir del mejor conocimiento de los procesos económicos como consecuencia de la reciente preocupación por el medio ambiente (…) Como apunté en The Closing Circle, ´Una empresa que contamina el medio ambiente está por tanto viéndose subsidiada por la sociedad; en esta medida, la llamada libre empresa no es completamente privada.´ También he apuntado que esta situación lleva a ´un efecto colchón temporal de ‘deuda con la naturaleza’ representado por la degradación de medio ambiente en el conflicto entre el empresario y el asalariado, que al llegar ahora a sus límites puede revelarse en toda su crudeza´ (…) En este sentido la aparición de una inmensa crisis en el ecosistema puede considerarse, a su vez, como la señal de una crisis emergente en el sistema económico.”
Mediante esa síntesis neomaltusiana, el marxismo renunció a prometer una capacidad de producción superior a la del capitalismo, y se dotó de una teoría ecologista de la reducción del consumo mediante la planificación central de la distribución. Así pueden justificar la apropiación estatal de los medios de producción y la planificación central de la economía como mecanismo, no de justicia redistributiva o superioridad racional de la planificación, sino de imposición del racionamiento que garantice la drástica reducción del consumo en función de una dudosa reducción del impacto ecológico.
Y son dos problemas distintos, pero también interdependientes. De una parte están los potenciales riesgos que el impacto ambiental de una civilización pudiera tener para su propia supervivencia, y aunque el propio proceso civilizatorio tiende a reducir tal impacto por debajo de un punto de quiebre, sí hay desviaciones que pueden empujar a una civilización al desastre ecológico auto infringido.
Pero la gran paradoja actual, en la que la globalización nos trajo al borde de una confluencia global de civilizaciones —al menos en términos de interdependencia económica y comercial— es que se proponga el socialismo en sentido amplio como solución global a los impactos ambientales de la propia civilización, ya que la “solución” socialista es una planificación central que carece de la capacidad de solucionar problemas de tal complejidad.
La trampa mortal
Más allá de la síntesis neomaltusiana, los diagnósticos sesgados y las predicciones falsas del ecologismo politizado, el mayor y menos discutido problema es que las costosísimas políticas de planificación a escala global en que tanto insiste ese “ecologismo” revisadas a la luz de la teoría de inviabilidad a largo plazo del socialismo postulada por Mises dejan en claro que en la medida que sea una variante del socialismo en sentido amplio la solución propugnada por expertos y propagandistas de problemas ecológicos, terminará ocasionando mediante una serie de efectos imprevistos e imprevisibles, mayor daño ambiental — además de económico— que el que pretendían evitar o corregir. El socialismo anti ecológico es obvio al ver la abrumadora destrucción ambiental del antiguo territorio o la China actual
Basar en el socialismo de sentido amplio una política ambiental garantiza el fracaso catastrófico de esa política ambiental a largo plazo. Únicamente en la dinámica del orden espontáneo evolutivo de la civilización emergerán soluciones viables a los problemas ambientales reales. Si esas soluciones no alcanzaran a corregir a tiempo efectos en cascada de ciertos impactos, la humanidad como especie estaría ya en un callejón sin salida evolutivo. Pero no es así.
La amenaza es otra, y es la convergencia del colapso económico, político, cultural y ecológico en un mismo tiempo y lugar, por la terca insistencia en “soluciones” socialistas inviables a problemas en cada una de dichas áreas. En ciertas circunstancias — hacia las que tendemos hoy en día— el socialismo “ecologista” ocasionaría un colapso civilizatorio global capaz de dejarnos al borde de la extinción.