Por Carlos Esteban – La Gaceta de la Iberosfera
A medida que los gobiernos de todo el mundo empiezan a plantearse la posibilidad, tajantemente descartada en la Convención de Nürenberg, de dividir a los ciudadanos en primera y segunda clase, imponiendo un ‘pase covid’ para hacer vida normal, resucitando las peores pesadillas de totalitarismos pasados, la locura de los grupos protegidos de la modernidad abre interesantes coartadas a la picaresca.
En Francia es ya la ley: para poder subirte a un autobús, hacer la compra, tomarte una copa o ir al cine, hay que presentar un pase demostrando estar vacunado o haber pasado con bien una prueba de diagnóstico de covid en las últimas horas. Ni hablamos, claro, de quienes pierden sus empleos por no vacunarse.
Los franceses, que todavía conservan un amor residual por la libertad y la costumbre de hacer política en la calle, se han lanzado a ella en multitudinarias manifestaciones en todas las ciudades de algún peso, que los medios convencionales han ignorado con su acostumbrada unanimidad soviética.
En Gran Bretaña están en lo mismo, justo después de que Boris Johnson, su primer ministro, declarara el Día de la Liberación de la pandemia, una ocasión inusitadamente efímera. Otro tanto meditan los poderes en Estados Unidos, en España y por el mundo adelante.
Pero hay un modo de librarse del pinchazo: la objeción de conciencia. No, no hablamos de los católicos y sus reservas a beneficiarse de un medicamente en cuya preparación se han usado células de niños abortados. No están de suerte, y no solo porque el viento político no sopla precisamente a su favor, sino porque el propio Vaticano se ha encargado de poner las cosas difíciles a sus fieles más escrupulosos al decretar que hay que vacunarse y punto, aborto o no aborto.
No, me refiero a los grupos que cuentan de verdad. Así, The Telegraph informa que en ningún caso podrán las empresas o institutos públicos imponer el requisito de vacunación a sus empleados veganos. Las vacunas, todas, cuentan con componentes animales o han sido probadas en animales, así que los veganos de estricta observancia están exentos de la vacunación obligatoria o de cualquier trato discriminatorio por no vacunarse. Y estamos hablando de una población que supera holgadamente el millón solo en Gran Bretaña. Todo surge de la sentencia de un tribunal, que ha declarado el veganismo una creencia protegida por ley. ¿No es maravilloso?
Porque para ser vegano solo hay que declararlo. Nadie va a contratar a un detective privado para sorprenderte devorando un lomo alto con patatas, por no hablar de que la carne (nunca mejor dicho) es débil y el mejor escribano echa un borrón. Bastaría con extremar la prudencia en las comidas de empresa.
Es algo así como ser trans en España: basta declararlo. No hay que cambiar absolutamente nada; uno puede seguir con su vida normal, sin necesidad siquiera de afeitarse o cambiar de nombre -(¿quién es el machista opresor que dice que una mujer no se puede llamar Carlos?)- para empezar a disfrutar de las 79 ventajas legales de las que disfrutan las mujeres en España según un inapreciable hilo de la tuitera @iBarbarellah.
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Es precisamente lo que ha pensado el actor británico Laurence Fox, entendiendo que reforzar la identidad vegana con la transexual establece un ‘combo’ imbatible, y así lo ha anunciado desde su cuenta de Twitter: “De hoy en adelante me identifico como trans vegano. Solo comeré alimentos basados en plantas y filetes de solomillo poco hecho”. Añadiendo el ‘hashtag’ #TransVeganRightsAreHumanRights.