Por Guillermo Rodríguez – El American
El gran desafío del orden civilizado es que depende del equilibrio dinámico entre dos tradiciones morales distintas y distantes que deben coexistir de manera dinámicamente eficiente para que el orden espontáneo de la civilización siga en pie.
El mayor error del hombre civilizado ha sido y será el autoengaño de ver en los llamados de una moral atávica igualitarista y envidiosa reclamos de “justicia”, puesto que es profundamente injusta esa moral atávica, los intentos de aplicarla a la sociedad extensa únicamente producen destrucción material y moral.
Sin embargo, la gratificación emocional y seguridad que promete falsamente la absurda idea de reconstruir la sociedad extensa, que evolucionó como orden espontáneo intersubjetivo milenario, mediante un constructivismo racionalista arrogantemente ignorante de la inabarcable complejidad de la información necesaria, y paradójicamente anclada en el atavismo moral —que es por desgracia compartido inconscientemente por demasiados conservadores y libertarios— es intensa e irracionalmente sentida por el hombre contemporáneo debido a los cientos de miles de años en que nuestros antepasado vivieron bajo tal orden moral, contra los poco más de una decena de miles de años en que evolucionó el orden moral de la sociedad extensa, y a partir de ella la civilización misma.
Esa diferencia temporal es vital para comprender que un atavismo ancestral como la envidia es lo único en que se sostiene el socialismo en sentido amplio. Y sería un gran error creer que nuestras alternativas van de quedamos atrapados en un emocionalmente gratificante orden social reducido de relaciones personales y supuesta hermandad amorosa, condenándonos a perder todos los frutos de la civilización y su consecuente capacidad de mantener con vida a la humanidad en cualesquiera números superiores a los del paleolítico, o avanzar hacia un orden amplio de cooperación, reglas impersonales, abstractas e iguales para todos, que garantiza mediante la libertad de acción y la estabilidad de la propiedad, la generación de riqueza y prosperidad creciente, al coste de renunciar completamente a las antiguas seguridades y cercanías tribales.
Pero el truco de elevar el atavismo moral de la envidia a un inconsistente axioma moral universal es lo único que permite la falsa apropiación de la moral por la intelectualidad socialista y lo que para ellos justifica y racionaliza “moralmente” los crímenes genocidas del totalitarismo socialista. Como indica Friedrich Hayek:
“Este conflicto entre lo que los hombres todavía emotivamente sienten y la disciplina de unas normas imprescindibles a la Sociedad Abierta es ciertamente una de las causas fundamentales de lo que se ha dado en llamar la “fragilidad de la libertad”: todo intento de modelar la gran Sociedad a imagen y semejanza del pequeño grupo familiar, o de convertirla en una comunidad en la que los individuos se vean obligados a perseguir idénticos fines claramente perceptibles, conduce irremediablemente a la sociedad totalitaria”.
Sin embargo, la solución no es desterrar la moral tribal de la faz de la tierra y someter toda interacción humana a la moral civilizada ya que, entre otras cosas, sería una pretensión de ingeniería social imposible de imponer sobre la evolución espontánea del orden intersubjetivo extenso como la contraria. Y una u otra son imposibles porque carecemos de la información necesaria debido a la naturaleza dispersa, subjetiva, circunstancial, intransmisible e incluso efímera de la misma, pero también porque los individuos que cooperan impersonalmente en la sociedad extensa requieren para su supervivencia y desarrollo de órdenes tribales limitados en los que subsiste en cierto sentido la parte evolutivamente útil de esa moral primitiva, aunque limitada a ámbitos muy específicos y subsumida en la normatividad impersonal del orden extenso.
Pero es posible reconstruir a la luz de la teoría del orden espontáneo en el orden moral. Es otra interpretación del concepto de ley natural —diferente a los de los iusnaturalismos que conocemos— como fuente de normatividad moral —y al caso adecuado de derecho— deducida de la propia naturaleza humana.
Ni la naturaleza humana, ni la ley natural de ella deducida en términos evolutivos lucirían, ni eternas e inmutables, ni históricas o racionales; porque a la velocidad relativa de la evolución social y la evolución biológica daría una naturaleza aparentemente inmutable en la categoría de la especie, mientras a la escala temporal de la evolución del individuo —y en menor medida a la del propio orden social— clave de los fenómenos intersubjetivos agregados, generacional e inter-generacionalmente, sería precisamente la tradición lo que tendería a parecer inmutable, pero únicamente porque estaría sujeta a interpretación y no a reconstrucción.
Y a lo largo de esa reinterpretación surgirían eventualmente tradiciones completamente nuevas, especialmente cuando entre los valores fundamentales de la tradición original estuviera un grado razonable de tolerancia —no aceptación sino tolerancia— con la experimentación moral que requiere el derecho a la búsqueda de la felicidad dentro de las normas generales e impersonales de la sociedad extensa, en lugar de la asfixiante calidez del microcosmos y su absoluta intolerancia con toda originalidad, novedad o diferencia destacable. La experimentación evolutiva inter-generacional tiene sus propios tiempos y sus propios riesgos.
El problema es que someter el orden praxeológico de la civilización al orden teleológico de la tribu garantizaría la destrucción de la civilización y con ella esa moral universal abstracta en la que subyace la noción misma de justicia retributiva —opuesta a la “justicia” social redistributiva que es injusticia anclada al atavismo ancestral de la envidia— y todos sus logros materiales, intelectuales y artísticos.
Así que someter al orden moral tribal a la moral de la civilización implica, no solo la supervivencia de los mejores aspectos de ese primitivo orden, sino su evolución dentro del marco de una sociedad extensa que no podría existir sin subsumir en sí ordenes tradicionales familiares y comunales, e incluso desarrollar otros nuevos de similar naturaleza.
Nunca dejaré de repetir que la civilización empieza y se reduce a poco más que la sustitución de la xenofobia tribal de violencia y aislamiento por el orden intersubjetivo de la división del trabajo y el intercambio a escala creciente.