Por Guillermo Rodríguez – elamerican.com

Desde que un genial antepasado de la moderna humanidad en el Paleolítico descubrió la manera de obtener filos cortantes en el pedernal creando la primera herramienta humana de alta tecnología, cada nuevo proceso de producción tiende a generar sub-productos no deseados, pero mientras la producción aumenta, no crecen proporcionalmente tales desperdicios.

La contra-intuitiva realidad económica de la contaminación es que mientras más nuevas tecnologías aparecen, y la producción se incrementa, menos contaminación neta se genera como resultado de los procesos productivos. Si el resto de circunstancias permanece más o menos inalterado, menor producción implica mayor contaminación neta por unidad de producto, mientras que mayor —y más eficiente— producción ocasionará menor contaminación neta por unidad de producto. 

Se suele decir que las sociedades prósperas son las únicas capaces de demandar la reducción de las externalidades negativas en materia ambiental. Darle valor al aire y agua limpios requiere haber superado la lucha diaria por producir la cantidad de alimento necesaria para no morir. Y todo aquello es cierto, pero la clave económica de la reducción de impacto ambiental es en realidad previa a esa demanda consciente de un medio ambiente prístino.

Los desperdicios tienen dos características claves, son muy baratos como insumo, y en las sociedades prósperas la gente está dispuesta a pagar por alejarlos de su presencia. Encuentre una forma de transformar un desperdicio indeseado en algo deseable, y habrá ideado un progreso en los métodos de producción, incrementado la producción y el bienestar de la sociedad sin duda, pero también reduciendo la cantidad de desperdicios sobre el terreno. Y casi nadie lo ha hecho para reducir la contaminación, sino para enriquecerse produciendo algo que los demás desean a bajo costo. Al menos desde que otro genial empresario paleolítico descubrió que trabajando pequeños trozos de piedra con filo sobrantes de la talla de hachas de mano obtenía muy fácilmente pequeñas herramientas de precisión —nuevamente tecnología de punta— el principio no ha cambiado. Se trata de ver en el desperdicio una oportunidad de ganancia que nadie había identificado antes.

El proceso de producción de bienes intercambiables en buena parte surgió a partir de ideas sobre la forma de usar los desperdicios, no comestibles, del producto de la caza y la pesca. Los huesos y las pieles estaban ahí, se podían desechar o transformar. Y no cabe duda que las primeras industrias capaces de generar bienes especialmente útiles para el intercambio comercial —como los abalorios— usaron desperdicios contaminantes como insumos de nuevos productos, empezando con la utilización de las partes no comestibles de lo cazado.

Sí, reducir el desperdicio significa incrementar la productividad, y nadie incrementa sus ganancias desperdiciando. Todo desecho contaminante es desperdicio para el que todavía no se le ha encontrado manera rentable de transformarlo en algo útil, del paleolítico a nuestros días ¿Por qué la mayoría de nuestros contemporáneos son incapaces de aceptar algo de lo que existen milenios de evidencia? De una parte porque toda evidencia histórica o prehistórica, arqueológica o documental, se puede interpretar en varias formas, y de la otra porque el impacto ambiental decreciente se materializa claramente en una escala de tiempo generalmente mayor que el promedio de la vida humana. Y pocos de nuestros contemporáneos entienden realmente que el mundo no empezó con ellos y seguirá cuando ya no estén.

Y sin embargo algo que debería incluir el impacto ambiental decreciente en el terreno del sentido común, es la comparación entre las sociedades desarrolladas y atrasadas. Pero sobre esto cae un velo de prejuicios ideológicos, insalvables para el desinformado ciudadano promedio, que confunde su ignorancia de repetidor de mantras propagandísticos con conocimiento.

Es obvio que para una producción por habitante, de 100X de cualquier producto, con un desperdicio de 80X, y una reutilización del desperdicio como insumo de 10X, tenemos un desperdicio neto 70X.

Si la población es de 100 habitantes y el territorio de 10 mil kilómetros cuadrados, el desperdicio es de 7,200X en una producción 10,000. El resultado neto es de 0.7 de impacto ambiental sobre el territorio. Pero si la producción por habitante es de 1,000X con un desperdicio de 100X y una reutilización del desperdicio como insumo de 50X. La misma población en el mismo territorio produce un desperdicio de 5,000X para una producción de 100,000X y un impacto ambiental de 0.5. Un incremento del nivel de vida del 900 % con una reducción del impacto ambiental del 30 %.

E incluso si el impacto ambiental bruto llegase a ser temporalmente mayor por el incremento de población que permitiría la nueva prosperidad, hasta que el proceso de descubrimiento y mejora productiva que nunca se detiene lo redujese más y más, en todo momento el impacto ambiental neto sea menor con cada nuevo descubrimiento productivo. 

Y como los incrementos de producción se corresponden a concentraciones urbanas de población cada vez mayores, desde poblados neolíticos hasta ciudades de millones de habitantes, el impacto ambiental bruto concentrado en las mismas es necesariamente más alto. Lo curioso es que el común de las personas conoce la contaminación de las ciudades en que viven, con la tecnología que usan, pero apenas imaginan muy mal la contaminación de las grandes ciudades del pasado, con tecnologías mucho más simples.

La Atenas de Pericles, era mucho más pobre, sucia e insalubre que la Roma de Augusto, pero pese a los enormes avances romanos en salubridad urbana, la Roma de Augusto era más pobre, sucia e insalubre que muchas de las ciudades más pobres y sucias ciudades del tercer mundo de hoy. 

Los que se proclaman hoy socialistas ecologistas proponen reducir la producción, emplear tecnologías más simples y apelar a la organización socialista de la producción que causó los mayores desastres ambientales de toda historia humana en donde se aplicó el siglo pasado, socialistas son sin duda, pero no ecologistas de verdad porque nada hay más contaminante y destructivo, material, moral y ambientalmente que lo que defienden.

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