Por Carlos Esteban – La Gaceta de la Iberoesfera

Algo debe haber en el clima, en el aire o en el suelo de los remotos países musulmanes que vuelve censurable hasta excusar la intervención militar una cultura, la islámica, que se vuelve excelente e irreprochable una vez que el adepto pisa Occidente.

Este curioso doblepensar se ha agudizado en prensa, redes sociales y declaraciones políticas con motivo de la súbita implantación en el Afganistán ayer ocupado por los norteamericanos de una república islámica. La reacción de la izquierda y, en general, de la progresía ilustrada ha sido tan esquizofrénica como cabría esperar: lamentar a grandes voces el cruel destino de las afganas y pedir que se actúe contra su opresión por cualquier medio -como si las afganas, misteriosamente, no participaran de la cultura afgana general-, por una parte, y por otra, demandar entusiásticamente la entrada de cuantos refugiados afganos quieran aparecer por nuestras costas.

Pedro Sánchez, naturalmente, ha atendido sus plegarias, pese a lo que demoró la salida del país de tropas y ciudadanos españoles en Afganistán. La base de Torrejón ya ha atendido a más de 1.100 evacuados afganos, de los que 613 han solicitado asilo en España, según cifras de Interior. Los pioneros de lo que será, sin duda, una oleada afgana hacia nuestro país aplaudida y apoyada por la progresía española.

La islamofilia compulsiva de nuestros líderes de opinión es bastante desconcertante. Insisten machaconamente en que el machismo que “las está matando” (por echar mano de la hipérbole favorita del feminismo radical) es una cuestión de educación, y esa es la razón por la que, en la crisis económica más terrible que ha vivido el país en muchísimas décadas, el Ministerio de Igualdad sigue recibiendo partidas millonarias del presupuesto. Y, sin embargo, se niegan a admitir el corolario obvio: que los varones criados en una cultura que desprecia los derechos de las mujeres puedan suponer un problema en este sentido.

Y no solo en este sentido, naturalmente: cuando más alejada es la cultura de la que procede un inmigrante, en valores, visión del mundo, creencia y principios políticos, más disruptiva será necesariamente su presencia en grandes números. Y aquí empieza uno de los misterios más fascinantes de nuestro tiempo: la alianza antinatural de la izquierda con el Islam.

El islam, incluso el ‘moderado’ y no violento, representa una visión de la sociedad que está en el extremo opuesto de lo que la izquierda defiende con más énfasis. Todo aquello de lo que los izquierdistas puedan y suelan acusar a la derecha, el Islam lo cumple elevado a la máxima potencia. ¿Estado secular? Imposible: el islam no diferencia entre ambos, y muchos de sus mandatos exigen una autoridad política que los aplique. ¿Ideología de género? Absolutamente ‘haram’. ¿Feminismo? No me haga reír. Pacifismo, tolerancia, libertad de expresión… Elijan el campo que quieran.

Y, sin embargo, las evidencias de una alianza táctica entre la izquierda, y especialmente la más radical, y el Islam, y especialmente el islam más radical, están por todas partes. Ante cualquier comportamiento violento de grupos islamistas, es siempre la izquierda la que muestra la reacción más comprensiva, esforzándose por ‘explicar’, minimizar o incluso justificar el acto.

Vivimos un momento de extraños compañeros de cama, de fractura de las líneas ideológicas de la posguerra y alianzas inesperadas. Ante cada nueva crisis observamos cómo ya no hay una derecha que defienda en bloque una postura, atacada también en bloque por la izquierda. Pero ninguna de estas alianzas es, como señalamos, tan violentamente antinatural como la que une al islam con la izquierda.

¿Cómo es posible, de dónde nace este estrambótico ‘pacto de suicidio’?

Lo primero que hay que entender, el sucio secreto de la izquierda occidental, es que a lo largo de la posguerra fue perdiendo su base natural, su ejército proletario, los parias de la tierra de los que canta La Internacional. El obrero fabril, lejos de cumplir las profecías de Marx y depauperarse hasta la absoluta indigencia y multiplicarse en número, mejoró de forma constante sus perspectivas económicas y nivel de vida, pasando a engrosar la creciente clase media. La izquierda, aunque mantuvo la retórica obrerista, necesitaba urgentemente otra ‘clase oprimida’ que justificara su visión y su lucha, y encontró muchas: el propio planeta, con el ecologismo; las mujeres oprimidas por el Patriarcado; los homosexuales y demás compañeros de viaje; los pueblos indígenas oprimidos por la herencia colonial; los inmigrantes discriminados por nuestra sociedad xenófoba…

El Islam representa a estos dos últimos grupos. El islamismo exterior, en el extranjero, viene a ser una revuelta marxista de los desheredados con un pintoresco disfraz religioso; el interior, es la reacción contra la opresión xenófoba. Los musulmanes son, en fin, una potente internacional proletaria que aún no tiene la conciencia correcta, pero es solo cuestión de tiempo.

Basta con observar una lista parcial de intelectuales de izquierdas que mostraron una actitud ambigua, justificaron o incluso celebraron públicamente el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York de 2001 para hacerse una idea de la amplitud del fenómeno: Jean Baudrilliard, Damien Hirst, Norman Mailer, Dario Fo, Nelson Mandela, Harold Pinter, Arundhati Roy, Jose Saramago, Susan Sontag, Karlheinz Stockhausen, Oliver Stone, Hunter S. Thompson, Ted Turner, Desmond Tutu, Peter Ustinov, Gore Vidal…

Sí, el islam parece representar todo lo que la izquierda aborrece, pero eso es solo producto de la ‘falsa conciencia’. El enemigo es el de siempre, Occidente, y muy especialmente su herencia cristiana. Explica perfectamente el periodista y autor británico Peter Hitchens:

“La hostilidad de la izquierda hacia el cristianismo es específica, porque el cristianismo es la religión de sus propios hogares y de su tierra. El Islam ha sido un credo distante y exótico que nunca se les ha enseñado como una fe viva y probablemente nunca se les ha propuesto en la práctica como opción de vida. Por tanto pueden simpatizar con él porque es el enemigo de su monocultura y como un factor anticolonialista y, por tanto, progresista. Algunos marxistas formaron alianzas con los musulmanes británicos pese a sus muy reaccionarias actitudes con respecto a las mujeres y los homosexuales. Otros prefieren vivir en un estado de doblepensar no resuelto”.

La izquierda está atrapada en una prisión conceptual marxista que la obliga a ver el mundo bajo un prisma simplista, el de opresor/oprimido, ciega para cualquier realidad que no quepa en ese esquema aunque le golpee en la cara. Como resume el periodista americano Dennis Mitzner, la izquierda pasa por alto la religiosidad islámica porque ve a los musulmanes como parte de su propia lucha contra la hegemonía occidental. «El islam no parece a la izquierda una amenaza en el mismo sentido que el cristianismo o el judaísmo. Miran a cristianos y judíos y ven riqueza; miran a los musulmanes y ven pobreza». Siendo hijos de Marx, «ver el mundo bajo el prisma de las condiciones económicas es perfectamente lógico».

En Occidente, el islam se deja querer. Vota a esa misma izquierda sin dios porque es votar concesiones, sin más. Pero la ironía es que la victoria total de cualquiera de los dos aliados es el exterminio absoluto del otro. Si la izquierda triunfa absolutamente, impondrá un régimen en el que no habrá lugar para la discriminación de los homosexuales, la discriminación de las mujeres o, ya que vamos a ello, la religión, mucho menos una que pretenda imponerse políticamente. Si, por el contrario, los islamistas se salen con la suya, la izquierda sufrirá el mismo destino que el resto de los infieles, multiplicado. Los cristianos tienen un lugar, subordinado y servil, en la cosmovisión islámica. Los ateos, en cambio, son reos de muerte. De la independencia de la mujeres o de la ‘visibilización’ de los homosexuales, mejor nos olvidamos.

Para los izquierdistas más perceptivos, los que advierten estas irreconciliables diferencias -igual que para los islamistas más astutos-, se trata de una carrera. La izquierda confía en ‘domar’ a los islamistas, que a corto plazo suponen, sin más, un contingente añadido de votos. Confían en que nunca lleguen a imponerse numéricamente o que, cuando lo hagan, ya hayan sido convenientemente secularizados por la influencia de la vida occidental. En su cosmovisión, la religión no es más que «superestructura». Su ignorancia sobre los siglos de historia musulmana suele ser total.

Para los islamistas, en cambio, la izquierda occidental son traidores útiles en Dar al Herb, la Tierra de la Guerra, de los que han encontrado muchos a lo largo de la historia. Fenómenos pasajeros que serán absorbidos y sometidos a su tiempo sin problemas. Y que, si se obstinan en sus ideas seculares y nefandas, ni siquiera obtendrán el magro consuelo de los dhimmis y su destino será la espada.

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