Por Carlos Esteban – La Gaceta de la Iberoesfera
Los maltusianos obsesivos que constituyen la creme de la creme de la élite globalista, gente como Bill Gates o George Soros, se está saliendo con la suya sin que la pandemia tenga nada que ver. Según un estudio de la Universidad de Washington publicado en la revista médica británica ‘The Lancet’, la población mundial se contraerá para finales de siglo sin que haga falta ninguna catástrofe, cambio climático apocalíptico o guerra mundial. Sencillamente, el mundo entero está dejando de reproducirse.
La caída de la fertilidad mundial tiene asombrados a los demógrafos. De 1950 a 2017 se ha reducido a casi la mitad (de 4,7 a 2,4 hijos por mujer). Para final de siglo prevén que caiga por debajo de la tasa de remplazo (2,1 hijos por mujer, el mínimo para que la población se mantenga igual) a 1,7.
En Occidente estamos ya hechos a esas cifras suicidas. España, por ejemplo, es uno de los 23 países que, por crecimiento natural, vería reducirse a la mitad su población para 2100. Con una media de edad de 45 años, España se encamina a un envejecimiento difícilmente reversible, que es precisamente el que justifica todas las políticas migratorias, el plan ya en marcha de inundar nuestros países con enormes contingentes de población procedentes de culturas con una visión del mundo, creencias y lealtades completamente ajenas a las nuestras.
Es como si el Primer Mundo hubiera contagiado al resto del planeta un virus mil veces más dañino que el que ahora nos tiene a todos sin vivir: el envejecimiento demográfico. En la fecha tope del estudio, habrá tantos recién nacidos como octogenarios.
No es una noticia que vaya a rivalizar con las otras para copar portadas y, sin embargo, es mucho más importante que cualquier otra, porque la demografía es destino, y prácticamente no hay aspecto del panorama social y geopolítico al que no afecte, por lo común de manera negativa, desde la religión a la economía, desde las estructuras políticas a la innovación científica.
Naturalmente, aún hay clases y el que da primero da dos veces, así que los países que, como el nuestro, están entre los que se reproducen poco, van camino de ser los que más vean envejecer y contraerse sus poblaciones. Según el estudio, la población de Japón pasará de los 128 millones de 2017 a menos de 53 para finales de siglo, una contracción sin precedentes en ausencia de una catástrofe humana o natural de dimensiones colosales. A Italia le espera una caída no menos asombrosa, de 61 a 28 millones en el mismo periodo. China, el país más poblado del mundo, alcanzará su máximo, 1.400 millones, dentro de cuatro años, antes de reducirse a casi la mitad, 732 millones, para 2100.
Esto es una catástrofe sin precedentes, incluso para quienes aplaudan una reducción radical de la población del planeta. Porque la caída de la natalidad no se limita a reducir la población, sino que lo hace invirtiendo la pirámide, ya que la gente vive cada vez más años. Es decir, veremos cada vez menos jóvenes trabajando para alimentar a cada vez más pensionistas.
Pero Hungría se equivoca, según Bruselas, por sus políticas centradas en fomentar la natalidad. Porque cuando los dioses quieren perder a un pueblo, primero lo enloquecen.