Por Emmanuel Alejandro Rondón – elamerican.com

Cuando el socialista Hugo Chávez llegó al poder, en 1999, Venezuela era un país rico en recursos naturales y con relativa prosperidad si se comparaba con el mísero contexto regional, pero también existía una sensación de inestabilidad económica importante. La clase política tradicional, es decir los partidos Acción Democrática (AD) y el Comité de Organización Política Electoral Independiente (COPEI) cometieron muchos pecados durante la era democrática que desató, con justa razón, un palpable descontento en la sociedad civil.

Por ejemplo, si bien Venezuela era la cuarta economía más grande de la región para finales de la década de los ochenta, situación que se mantuvo durante casi toda la década de los noventa, la inflación se disparó alcanzando picos anuales entre el 80 y 90 por ciento durante esos años. La pobreza era alta también, para 1999 alcanzó la alarmante cifra de 49,4 %.

Era un proceso de desaceleración económico lógico. Luego del boom petrolero durante la “Venezuela saudita”, una bonanza petrolera ficticia que inició a principios de los años 70 y terminó el “viernes negro” de 1983. Venezuela necesitaba pasar de un Estado de bienestar social a una liberalización económica para reestructurar y sanear su alicaída economía. El país sudamericano, básicamente, necesitaba implementar las reestructuraciones que llevaron adelantes países como Polonia o Estonia.

El expresidente Carlos Andrés Pérez intentó hacerlo en su segundo mandato presidencial, anunciando una serie de medidas económicas que incluían todo un paquete de desregularizaciones, privatizaciones y también una importante reducción del gasto público a través de políticas austeras y medidas liberales.

Sin embargo, ocurrió algo que siempre sucede en Latinoamérica cuando un presidente se anima a anunciar un paquete económico austero y liberal: revueltas civiles violentas.

“El Caracazo” fue la reacción social y política contra el “paquetazo” de Carlos Andrés Pérez. Las consecuencias para el país fueron devastadoras porque no solo se dejaron de aplicar las necesarias medidas económicas que necesitaba Venezuela, sino porque, al mismo tiempo, se abrió la puerta para radicalizar un modelo político que, en definitiva, no estaba funcionando del todo bien.

Hugo Chávez, el padre de la crisis

Después del Caracazo la relación entre la clase política tradicional y la sociedad pendió de un pequeño hilo. Un militar golpista, infiltrado por La Habana, de corte socialista, irrumpió como el líder demagogo que aprovechó el descontento social para acabar con el sistema democrático.

Hugo Chávez, el padre de la revolución socialista, llegó al poder con un discurso revanchista de outsider político. Le gente lo apoyó como una alternativa a la política tradicional y lo pagaría muy caro en el futuro.

Como buen socialista, Chávez, en lugar de hacer los pasos necesarios para reestructurar la economía, radicalizó el Estado de Bienestar a través de los planes sociales, al punto de ser insostenible para las finanzas del país.

Al difunto dictador —porque Chávez se hizo con el control de todo el aparato estatal venezolano, incluyendo el poder electoral y las fuerzas armadas— le sonrió la fortuna, pues hubo otra bonanza petrolera, incluso más grande que en la era de la “Venezuela saudita”, que permitió al chavismo no solo subsidiar a niveles obscenos, sino pagarle deudas externas a “países aliados” como Argentina y Bolivia; inyectarle dinero a todas las empresas expropiadas que no fueron autosostenibles luego de que el Estado las tomara; robarse todo el dinero que pudieran y dar la sensación de tener una mejoría económica disminuyendo el número de pobres por unos años mientras el PIB aumentaba a medida que los precios del crudo subían alocadamente.

Venezuela, bajo la gestión chavista, se dedicó a despilfarrar dinero y endeudarse. Solo para poner en contexto, “durante el mandato de Rafael Caldera, quien gobernó Venezuela entre 1993 y 1998, el ingreso promedio del país por exportación de petróleo fue de US$ 15,217 millones anuales” —según datos de la BBC—, durante la era Chávez y el inicio de la administración Maduro, entre 1999 y 2014, Venezuela recibió hasta US$ 960,589 millones para un promedio de US$ 56,500 millones anuales durante 17 años. Todo ese dinero se fue a la basura.

Se perdió en planes sociales ineficientes, en obras y proyectos abandonados, en los bolsillos de los políticos y en regalos para los gobiernos de la comunidad internacional que decidieron apoyar a Chávez diplomáticamente.

Venezuela no solamente despilfarró el dinero de la bonanza petrolera, sino que además cometió el grave error de endeudarse durante la administración Chávez.

“La experiencia de Venezuela en la mesa de negociaciones puede llegar a ser muy difícil. En total, el país debe cerca de 65.000 millones de bonos denominados en moneda extranjera, principalmente en dólares, según la firma de investigación Capital Economics. Venezuela también le debe a China, a Rusia, a proveedores de petróleo, aerolíneas y a un montón de otras entidades”, se lee en un artículo de CNN, publicado en 2018.

Para octubre del 2020 algunos analistas sugirieron que la deuda venezolana rondaba los US$ 136,000 millones que equivaldría al 289 % de su PIB. Esa cifra puede que se haya reducido un poco porque, de acuerdo con información de EFE, “Venezuela redujo la deuda pública externa tras vender, por 88,1 millones de dólares, todas las acciones de la Refinería Dominicana de Petróleo (Refidomsa) que tenía en su poder —el 49 %— al Gobierno dominicano”.

El legado de Chávez: socialismo puro

Cuando Hugo Chávez llegó al poder hizo una promesa: una Venezuela igualitaria. El hombre, en reiteradas ocasiones, dijo que quería gobernar hasta el 2021, pero un cáncer se lo llevó muchos años antes. Aún así, su legado perdura.

Hoy más del 75 % del país vive en la extrema pobreza y el 94,5 % vive en la pobreza, de acuerdo con los datos publicados por la nueva Encuesta de Condiciones de Vida, presentados el pasado martes 28 de septiembre por la Universidad Católica Andrés Bello. Podría decirse que es la única promesa que el tirano socialista cumplió: hacer que casi todo un país sea igualmente pobre.

Pese a que el PIB venezolano aumentó raudamente durante la época de Chávez a raíz de la bonanza petrolera, el espejismo se fue diluyendo paulatinamente durante la administración Maduro a medida que los precios del petrolero iban cayendo. El PIB venezolano llegó a alcanzar los US$ 334,100 millones para 2011, pero tal y como indica el Fondo Monetario Internacional, la economía del país bajará a US$ 42,530 millones en el 2021 y la inflación terminará en 2,348 %, cifras mucho peores con respecto a la década de los noventa cuando el precio del petróleo era bajísimo.

Si bien gran parte de esta crisis hay que atribuírsela al tirano Nicolás Maduro, quien asumió las riendas del país tras la muerte de Chávez, la situación que hoy vive Venezuela es gracias a su predecesor y el sistema socialista.

Para el que no lo sabe o recuerda, fue Chávez el que instauró el más largo sistema de control de precios en la historia de Venezuela en 2003, una medida que desalentó la inversión, el ahorro, el flujo libre de capitales, generó inflación y provocó exclusiva dependencia de la renta petrolera.

Chávez, también, creó el Fondo Nacional para el Desarrollo Nacional (Fonden) donde se despilfarraron hasta US$ 1,000 millones de las reservas internacionales de Venezuela.

Fue Chávez quien destruyó el sector privado con la ola de nacionalizaciones y expropiaciones. Por si fuera poco, fue Chávez quién creó la ley de precios y ganancias justas que generó una “economía fantasiosa” donde el precio de los productos era impuesto por el Estado y no el mercado. Como resultado, “los precios justos”, más baratos que en el mercado, destrozaron a las pequeñas y medianas empresas que no tenían la capacidad de reinvertir o generar ganancias.

Esto es, apenas, la punta del iceberg. Pues el socialismo chavista es mucho más que un simple modelo económico fracasado y corrupto que saqueó y destruyó todo un país. Pero estos datos y malas políticas sirven para recordar una cosa: el socialismo mata. Los americanos deben recordar esto cuando políticos como Alexandria Ocasio-Cortez, Bernie Sanders o, por qué no, la actual administración Biden-Harris, quieran imponer alguna política similar a la venezolana. De momento, Estados Unidos ya sufre las consecuencias de la inflación y la deuda pública, a cuidarse.

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