Por Gabriela Moreno – PanAm Post

El prometedor lanzador Brian Chi, primero en el cuerpo de abridores del equipo cubano en el Mundial sub-23 de béisbol en México, desertó del equipo y se convirtió en el noveno pelotero en unirse a la estampida de jugadores que dice adiós al castrismo. Su salida es parte del “mayor episodio de fugas registrado en la historia de la pelota cubana en un torneo en el exterior”. Algunos medios reportan que la cifra podría llegar a once.

El abandono de Chi, de 22 años, integrante del team Cuba al Preolímpico de este año en Florida, forma parte de la lista en la que también figuran el bateador Miguel Antonio González, los lanzadores Luis Dannys Morales, Ubert Mejías, Dariel Fernández y Yeiniel Zayas, el receptor Loidel Rodríguez y los jardineros Reinaldo Lazaga y Dismany Palacios.

La Federación Cubana de Béisbol (FCB) admite la baja en su selección que partió de la isla a Hermosillo, México, con 24 jugadores, pero regresará con varios asientos vacíos. Hasta el momento le quedan 15 peloteros a la representación cubana. El número de deserciones confirmada se ubica en nueve, pero algunos medios hablan de que podrían ser 11. Además, no se descarta que antes del regreso a La Habana aumente la cantidad de jugadores que decidan quedarse en tierras aztecas. La FCB dice que los jóvenes han «flaqueado sin respetar la misión del equipo».

Es un manejo discreto del nuevo récord de abandonos masivos en la pelota cubana que duplica a la registrada en 1966, cuando cinco jugadores del equipo Industriales abandonaron el plantel en el torneo de Clubes Campeones, también en México.

Pelotas con grilletes

Estas “fugas permanentes de las selecciones cubanas y la ineficacia de las medidas represivas para detenerla, indican la existencia de una causa profunda, cuyo denominador común es la imposibilidad de los atletas de realizar sus sueños en Cuba”, afirma el Diario de Cuba.

En ello se resume. No hay más explicaciones cuando además el salario promedio de un deportista cubano en la isla es de 39 dólares mensuales desde 2014 porque el castrismo impide el profesionalismo deportivo bajo la premisa de la no mercantilización y el “enriquecimiento de unos pocos”.

Esas restricciones desatan las estampidas de los deportistas, incluso señala el medio cubano que “con el sistema totalitario comenzó el declive de la pelota” a raíz de “la decisión cubana de prohibir la pelota profesional y calificar como traidores a los desobedientes”.

De esa manera, el régimen estableció una “supremacía en las competencias amateurs centroamericanas, panamericanas y mundiales” con la controversia de la «pelota libre» sobre «la pelota esclava».

Un dilema que sigue vigente y seguirá estando, según los pronósticos del Periódico Cubano, que antes de la clausura del torneo –donde Venezuela alzó la copa de la victoria– espera más deserciones.

Una decisión con consecuencias

Huir de las selecciones cubanas tiene consecuencias. Si bien los mueve el anhelo de libertad y logros profesionales en su área, el precio que pagan es alto. Las nuevas precisiones de la política migratoria de 2017 ratificaron el castigo a los atletas cubanos que abandonan delegaciones deportivas: ocho años sin entrar al país.

La legislación conserva la restricción del “exilio forzado” o prohibición de reingreso al territorio durante ese periodo a quienes emigran «de modo ilegal», incluyendo a los deportistas de alto rendimiento.

La “prohibición de los ocho años” es calificada como una “ley fantasma” en violación de elementales derechos humanos. Al igual que otras normas relevantes, su texto íntegro no aparece publicado en sitios oficiales del régimen cubano ni en la reciente Constitución de la República de Cuba.

Aún así, les espera el exilio. Una “dolorosa opción que provoca un fuerte impacto al desarrollo de la carrera de un deportista. Un antes y un después porque los éxitos deportivos no alcanzan siquiera a disimular el perdurable estigma del desarraigo”, asegura Daniel Roberto Viola, director para Latinoamérica de Iusport.

Traumas psicológicos, incertidumbre y angustia serán desde ahora una constante en el estado de ánimo de los deportistas que convirtieron a una competencia internacional en un pasaporte a la libertad. Eso les espera, sin mencionar el impacto para sus familiares que quedan la isla.

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