Por Carlos Esteban – gaceta.es

Xi rebajó el tono, habló de paz, abandonó el tono agresivo de las últimas semanas para hablar de las tensiones en torno a Taiwán durante un discurso en Pekín para celebrar el 110 aniversario de la Revolución de Xinhai, que depuso a la última dinastía imperial y dio paso a la república en China… Pero no por eso fue menos claro: Taiwán se unificará totalmente con la China continental.

Por medios pacíficos, subrayó, pero China está absolutamente decidida a lograr la plena integración de la isla aliada de Estados Unidos con “la madre patria”.

Un mensaje marcadamente distinto del de julio, cuando repartió advertencias ominosas a diestro y siniestro sobre el mismo asunto, pero con igual objetivo: Taiwán caerá como fruta madura en manos de Pekín. Xi dijo que “definitivamente” se aplicará a Taiwán en algún momento en el futuro cercano el modelo de “un país, dos sistemas”. “Debe y puede conseguirse”, afirmó.

La consigna de “un país, dos sistemas” trae recuerdos ambiguos a quien haya seguido la realidad geopolítica de las últimas décadas. Se acuñó durante las conversaciones para la cesión de Hong Kong, antaño colonia británica, en manos del gigante chino. El temor de los británicos y, más aún, de los habitantes de la ex colonia era que el régimen comunista convirtiese lo que llevaba tanto tiempo siendo una comunidad democrática y muy próspera, con amplias libertades políticas y una economía libre, en una empobrecida y oprimida provincia china.

Pekín, en ese tiempo, todavía en los inicios de su despegue económico, se comprometió a mantener las condiciones políticas y económicas de Hong Kong, alegando que, por lo demás, le convenía tener un centro económico que emular, una especie de laboratorio de su capitalismo incipiente. El experimento tuvo, en un sentido, un éxito espectacular, tanto que ha logrado su objetivo y Pekín ya no le ve sentido a continuar con él. Si Hong Kong podía entonces mirar por encima del hombro a la economía de su nuevo amo, ahora abundan las ciudades chinas del interior que la superan en dinamismo económico y financiero.

Y, a medida que las ventajas del modelo de “un país, dos sistemas” se desvanecieron, también lo hizo el deseo de Pekín de mantenerlo. Así que el centro ha ido reprimiendo las protestas democráticas de los habitantes de la ex colonia e imponiendo un gobierno cada día más afín en todo a los dictados de Pekín. Eso, previsiblemente, es lo que le esperaría a Taiwán.

Pero el obstáculo en este caso no es un país que apenas puede vivir de glorias pasadas como Gran Bretaña, sino un imperio que todavía supera a todas las potencias juntas en poderío militar, al menos en teoría, Estados Unidos. Por eso la estrategia china hasta ahora ha sido de puro desgaste, incremental, gradual, sin dar ningún paso que el gigante norteamericano no pueda pasar por alto. Combina la concentración en el desarrollo de su poderío comercial con acciones puntuales de control del Mar de China, cuyas islas, naturales o artificiales, ha llenado de bases militares.

Por otra parte, Estados Unidos no vive sus mejores días como potencia. La economía da señales de crisis sistémica, Pekín se ha infiltrado con enorme éxito en los centros financieros, culturales y académicos del país y la moral de su población ante la hipotética necesidad de “morir por una isla en el Mar de China” es bastante cuestionable.

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