Por Carlos Esteban – gaceta.es

Nos tienen cogida la medida. Hace unos pocos años, la Unión Europea tuvo que pagar un gigantesco ‘pizzo’ -el ‘impuesto de protección’ de la mafia- a Turquía para que dejara de mandarnos ‘refugiados sirios, y ahora son los talibán afganos quieres se valen de la misma amenaza para que los países occidentales dejen de castigarles con sanciones económicas.

La retirada emprendida por Joe Biden de Afganistán fue el desastre esperable: después de 21 años de ocupación y en cuestión de días el gobierno afgano prooccidental salió corriendo (con todo lo que pudieron sacar de la caja) y los talibán se hicieron cargo, se quedaron con miles de millones de dólares en flamante material bélico americano y convirtieron el país en una república islámica, con lo que todo ello lleva aparejado de ejecuciones, desaparición de la mujer de la esfera pública y purgas de colaboracionista.

Los países occidentales, recordarán, pusieron el grito en el cielo, especialmente por todo lo relacionado con la mujer y los LGTBI, pero no estando por la labor de volver a ocupar el intratable país, recurrieron al socorrido expediente de las sanciones económicas.

Pero Afganistán, que nunca ha sido un país rico, está hoy asfixiado, así que los talibán, que mantienen conversaciones con los países occidentales en Ankara, la capital turca, han amenazado con su arma más poderosa: anegar nuestros países con olas de refugiados. Después de que Occidente haya ido a Afganistán, Afganistán vendría a Occidente, pero para quedarse.

El mensaje se lanzó en el sitio adecuado, Turquía, que es precisamente el eje entre Oriente y Occidente, guardián de la puerta por la que nos puede entrar la nueva avalancha.

Una avalancha de la que ya tenemos, por así decir, el aperitivo, especialmente Estados Unidos, que fletó los primeros aviones de huida, no con los estadounidenses que quedaban allá, sino con los ‘aliados’ afganos y sus numerosas familias. Algunos demócratas quieren que la cifra supere los 200.000.

El ministro de Asuntos Exteriores en funciones de Afganistán, Amir Khan Muttaqi, dijo a sus homólogos occidentales que “debilitar al gobierno afgano no conviene a nadie porque sus efectos negativos afectará directamente al mundo en el sector de seguridad y en migración económica desde el país”. Este es el equivalente, en lenguaje diplomático, del viejo: “tiene usted un bonito continente ahí; sería una lástima que alguien llegara y lo llenara de yihadistas. ¿no cree?”.

Europa tiene todavía muy viva en la memoria -y en la experiencia de sus calles y sus servicios sociales desbordados- el recuerdo del ‘verano de la avalancha siria’, que ni era exclusivamente siria ni estaba formada necesariamente por refugiados, como para querer dos tazas del mismo arroz. Sabiéndolo, Muttaqi añadió: “Urgimos a los países del mundo a poner fin a las actuales sanciones y a permitir que los bancos operen con normalidad, a fin de que las sociedades de ayuda, las organizaciones y el gobierno pueda pagar a sus empleados con sus propias reservas y con asistencia financiera internacional”.

Por lo pronto, ya han conseguido que la Administración Biden anuncie que Estados Unidos retomará las ayudas humanitarias “al pueblo afgano”, a condición de que los talibán cooperen, entre otras cosas permitiendo que los extranjeros puedan salir libremente del país. Sin embargo, Estados Unidos se ha abstenido de reconocer el régimen talibán.

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