Por Marcelo Duclos – PanAm Post
No hace falta indagar mucho para llegar a lo que podría interpretarse como el mensaje marxista que prima en el argumento del Juego del calamar: unos ricos inescrupulosos, que, con todas sus necesidades más que satisfechas, se dedican a divertirse viendo como personas necesitadas de recursos van siendo eliminadas en el marco de un juego mortal.
Las sanguinarias competencias, que entretienen a los multimillonarios de la ficción, también divierten al público en general, que repudia a los malvados de la historia, avala el mensaje fácil, pero disfruta sin culpas la morbosa temática.
El consentimiento para la arbitrariedad
Es claro que la organización que desarrolla los juegos opera en la clandestinidad y la ilegalidad. Los participantes, para arribar al sitio donde son hospedados, son drogados y puestos inconscientes. Ya para el primer juego, es evidente que están en una circunstancia que no avalaron, a pesar del contrato que les hacen “firmar”, luego que cada participante llama al número de la tarjeta.
La organización podría secuestrar a los participantes sin mayores inconvenientes pero la historia (y el morbo de los millonarios enmascarados) parece requerir un consentimiento absolutamente ilegítimo. Aunque parezca algo lejano y distante, el Gobierno argentino apeló a un argumento semejante a la hora de justificar a los varados por el mundo durante la pandemia.
“Esas personas firmaron la Declaración Jurada al salir aceptando las eventualidades”. Esa era la frase que repetían los voceros kirchneristas, cuando los periodistas los increpaban por la pesadilla de miles de personas que no podían regresar, luego que el mismo Gobierno no autorizara los vuelos de regreso.
La democracia falible, imperfecta y violatoria de derechos individuales
Aunque, como dijimos, el argumento general se lee en clave marxista, el Juego del calamar también tiene bemoles de interpretación o argumentación libertaria. La posibilidad que los organizadores le dan a los participantes de votar para salir del juego, solamente alcanzando una mayoría simple, ejemplifica a la perfección la imperfección de la democracia.
Aunque esto también parezca lejano y distante, las preferencias de otros afectaron la vida, la libertad y la propiedad de millones de personas, que vieron arruinadas sus existencias mediante los suicidios colectivos de gobiernos autoritarios que llegaron por la vía democrática.
En muchos casos, las pesadillas políticas ni siquiera necesitaron de mayorías: el Nacional Socialismo de Hitler se impuso de la mano de una primera minoría y el desastre de Salvador Allende en Chile jamás pudo haber tenido lugar en un escenario de balotaje, ya que se impuso por muy poco a las otras fuerzas del centro moderado, que fueron separadas a la elección.
Dentro del autoritarismo, florece la corrupción
Otra cuestión interesante, que también podría leerse en clave liberal, es la corrupción que tiene lugar dentro de los juegos. Aunque algunos corruptos fueron ajusticiados y exhibidos a modo de disculpas por la organización, lo cierto es que, si existe un esquema abusivo y autoritario, los jefes deben delegar grandes porciones de poder y arbitrariedad a los subalternos para el funcionamiento de la organización.
La información sobre las consignas de los juegos siguientes y el mercado de órganos son el resultado inevitable de los incentivos del sistema. Aquí también hay una perfecta analogía con la política y los gobiernos del mundo. No hace falta ir al extremo de China y el tráfico en cuestión, que abastecen las pobres víctimas del régimen. La corrupción, en los niveles que tenga lugar, tiene una vinculación directa a la arbitrariedad que se le otorga a los funcionarios de los Estados abusivos, que se exceden de las funciones básicas de cuidar la libertad, la propiedad y garantizar la justicia.