Fuente: Raul Tortolero – Panam Post

Mark Zuckerberg hace movimientos con la mano, en el aire, y así escoge la ropa que está usando su avatar, una suerte de caricatura de sí mismo, que entra luego a una oficina en la que sus compañeros de trabajo lo esperan. Son de razas diversas, e incluso un gran robot con gorra, alguno de ellos flota dando vueltas en el aire.

La presentación del metaverso hecha por el propietario de Facebook, que ahora llama Meta, es todo un manifiesto de ideología progresista, representa una fuerte imposición de valores, en donde la convivencia no sólo es multicultural, transgénero o acaso transexual, sino incluso transespecie o transhumana.

Los avatares son la representación digital de las identidades líquidas posmodernas, algo que no imaginó siquiera el filósofo Zygmunt Bauman, pero tan serios como para usarlos en el trabajo sin que nadie pueda criticarlos.

Porque llegará el momento en que, como ahora sucede en Canadá, hay peligro de prisión si los padres no admiten que la identidad de su hijo es transexual, según no su opinión, sino la de alguna ideologizada autoridad escolar.

Recordemos que un avatar, en su acepción original, dentro del hinduismo, es nada menos que un dios en alguna de sus encarnaciones terrestres. Tal es la genealogía de la palabra, que hoy describe una identidad creada ex profeso para proyectar nuestras fantasías ególatras y narcisistas, y ocultar nuestros traumas y defectos.

El anuncio del metaverso no va “en frío”, sino respaldado por una inversión de Zuckerberg por 18500 millones de dólares en investigación y desarrollo, mucho de lo cual ha sido destinado para realidad virtual y realidad aumentada, en el centro de Facebook Reality Labs.

Si a esto apostó todo Zuckerberg, seguro lo hace para ganar mucho dinero. Claro. Pero no sólo eso. ¿Para qué nos quiere meter en su metaverso este tío? ¿Por qué es tan importante gastar tantos millones de dólares en tal proyecto?

El metaverso es el opio virtual del pueblo. Y de facto ha de funcionar como una droga muy adictiva. Ya era difícil alejar a los teenagers de ser gamers o de estar todo el día inmersos en sus redes sociales, y ahora viene este gran remate. Es la zombificación de la conciencia. Y quien se aleje luego de haber sido adicto, sufrirá un síndrome de abstinencia nada virtual.

Un invento de Mark Zuckerberg, todo un concepto de “realidad virtual” o “virtualidad”, presentado en una conferencia de Facebook Connect hace unas semanas, el 28 de octubre. Tan importante es, que el multimillonario progresista incluso estuvo dispuesto a dejar atrás su marca de cabecera, Facebook, para echar toda la carne al asador con su novedoso y radical proyecto.

De esa envergadura es Meta, un universo virtual al que se podrá acceder para convivir con otras personas en tiempo real, o más exactamente, con sus avatares. Quienes entren en este “metaverso” podrían hablar, jugar juegos, trabajar, hacer deporte, viajar, y obvio es decirlo, tener encuentros eróticos. Pero el “sexo virtual” merece un capítulo especial aparte (revisen en tanto “Striking Vipers”, de Black Mirror).

El 25 de noviembre 2016 las acciones de Facebook en el índice Nasdaq se situaban en sólo 120,38 dólares, creciendo hasta 207,32 dólares hacia el 13 de julio de 2018. Pero luego hubo un desplome hasta registrarse en 124,95 dólares el 21 de diciembre de 2018, tras la comparecencia de Zuckerberg en el Congreso y el tema de las filtraciones de datos a Cambridge Analytica. Sin embargo, el 10 de septiembre de 2021 Facebook alcanzó su mejor puntaje histórico en menos cinco años, cotizando en 378,69 dólares.

Hoy, 20 de noviembre de 2021, ya como “Meta Platforms” se coloca en 345,30 dólares, con estabilidad, luego del anuncio de renombrar a Facebook como Meta.

Los avatares y la ideología de género

El metaverso es el sueño de todo progresista, donde el marxismo posmoderno se “coagula” (Baphomet dixit), se hace realidad, así sea virtual. ¿Por qué? Porque cada usuario podrá crear el avatar a su gusto, el que prefiera, y darse a conocer por los demás únicamente a través de esa personalidad alterna, erigida en un muro para ocultar el humano que uno realmente es.

Si una persona realiza la mayor parte de sus actividades dentro del metaverso, su vida psicológica se desarrollará más tiempo en su avatar que como el humano que se supone es. O era.

El avatar puede ser hombre, mujer, de cualquier edad, raza, peso, estatura, o ser animal, insecto, robot o quimera, unicornio, ángel o demonio. Y los amantes de la teoría Queer se pueden dar vuelo en presentarse con uno de los más de 100 géneros que han inventado para su propio consumo y de paso exigir a los demás que acepten lo que ellos presenten como legítimo.

¿Género no binario? ¿Género fluido? ¿Identidad fluida? No hay problema: el avatar puede ser distinto cada día y aun así representar a la misma persona, cuyos defectos, dicho sea de paso, no serán dados a conocer. Y cuyas imperfecciones físicas, enfermedades, o problemas de la vida real, serán parte de una vida oculta, que a nadie le importará. Ha sido creado un universo virtual en el que nunca conoceremos la realidad profunda del otro, sino sólo un producto de su imaginación, el avatar.

Por delirante que hoy nos parezca, en su momento se podrá obligar al Estado a expedir a los avatares actas de nacimiento, o bien, credenciales de identificación personal, o de ciudadanía, que les brinden toda legitimidad y personalidad jurídica.

No hay límites en la personalidad que uno asume en el avatar del metaverso: “Soy el que yo mismo percibo que soy”, ya que la identidad es una simple construcción social, siguiendo la ideología de género. Por tanto, en el avatar es donde yo expreso quien realmente soy, los demás deben aceptarme tal cual, y el Estado otorgarme documentos legítimos de identidad.

Hoy en día 2740 millones de personas en todo el mundo tienen una cuenta de Facebook. Como previsiblemente también se contarán por miles de millones los usuarios del metaverso, y como será empleado para trabajar, en algún momento el Estado se verá compelido u orillado, no a gobernar, no a regir, lo que ahí dentro suceda, sino a simplemente validar lo necesario, a dar fe.

Por ejemplo, un médico que opere a través de esa plataforma a una persona en un país muy distante. El paciente necesitará que el Estado le brinde ciertas garantías. Acuerdos a los que se llegue en empresas durante reuniones virtuales, proyectos que sean ahí presentados, necesitarán en algún punto el aval del Estado.

Si algo fallara en una cirugía ensayada dentro del metaverso, ¿a quién se denunciaría? ¿al médico con su nombre y apellido? Tal vez para evitar problemas opere con un avatar, que no es él, pero… sí es él. Lo que sucede en el mundo virtual no sucede del mismo modo en la realidad que decimos compartir socialmente.

La deconstrucción del Estado-Nación

La realidad virtual del metaverso hará ver al Estado como una estructura, un oxidado y añoso armatoste, que ha perdido por mucho su posición de vanguardia social, y ahora es sólo el abuelo en silla de ruedas que mira a los niños jugar, con una supervisión cansada, lenta, y que no entiende bien qué es lo que está sucediendo.

Esto será una consecuencia de que las reglas dentro del metaverso no las determina el Estado, sino un muy poderoso conglomerado empresarial.

Ya desde hace meses hemos escrito de qué manera las compañías del Big Tech, pero señaladamente Facebook y en menor forma Twitter, han “privatizado” por ejemplo la libertad de expresión, y cómo sus “normas comunitarias” han ido reemplazando los derechos humanos, su carácter universal, así como las libertades, en tanto bienes públicos, degradándolas en sujetos de reglamentos empresariales.

Es la crisis del Estado-Nación y la hegemonía del Big Tech, de las empresas transnacionales que están por encima de leyes nacionales, y cuyos deseos son obedecidos por presidentes títeres y cómplices, que si se oponen, son enviados al “limbo” digital, castigo serio en un mundo donde las redes sociales reinan y son la principal influencia para conseguir votos, casi a la par del asistencialismo.

Leprosos de la sociedad del conocimiento
El mejor ejemplo ha sido el “destierro” digital del entonces presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, a quien los millonarios del Silicon Valley no sólo le suspendieron todas sus cuentas, sino que se las cancelaron.

Esto es una seria advertencia de lo que podremos vivir cuando el metaverso sea el espacio indispensable para convivir y trabajar, y el Estado se vea forzado a cobijar jurídicamente una realidad que no puede evitar.

Los “cancelados” de una virtualidad “tan real” como la del metaverso, tan intensa y socialmente influyente, serán los leprosos de la sociedad del conocimiento, los apestados de la realidad en la que todos desean estar y seguir sumergidos.

Ahora bien, para entrar en el metaverso se necesitan unos lentes especiales, y eso representa un gasto. No todo el mundo tiene internet, ni luz eléctrica siquiera en algunas zonas aún.

La necesidad de estar en el metaverso generará desigualdad social, ya que aquí la capacidad de ser competitivos en cualquier área (trabajo, deporte, entretenimiento, ligues) no se basa en el ser, sino en el poseer.

Los más pobres se verán rezagados y serán vistos como pertenecientes a la prehistoria, a las cavernas, mientras que los más acaudalados podrán contar con las tecnologías más innovadoras que serán usadas para empoderamientos políticos y sociales.

Ahora que Trump finalmente se había decidido a lanzar Truth Social, una plataforma nueva generada por sus empresas, con el fin de contrarrestar a Twitter y Facebook, y para ofrecer un espacio sin censura por ideas políticas de derecha, será necesario que sus desarrolladores avancen mucho más y se dispongan a crear también una competencia razonable para Meta. Lo mismo para GETTR, tendrán que caminar más lejos si desean ofrecer una virtualidad útil también.

Un universo virtual totalitario

Zuckerberg cuenta con un plan estratégico que no es ningún juego ni puede tomarse a la ligera. No sólo ya era demasiado influyente con Facebook, con la data que acopia todos nuestros datos personales, y con la interacción de todas sus redes (Facebook, Instagram, WhatsSpp, Messenger), y ahora con el metaverso, sino que además cuenta con una moneda propia, el diem, que está respaldada en la interactividad económica de particulares, no en el “tesoro” del Estado nacional, ni en el banco central, lo cual abona a poner en jaque al Estado.

Estos punks de Silicon Valley son cosa seria: construyen nuestro futuro, sin invitarnos a participar, a votar por él. Crean redes sin tomar en cuenta a los usuarios, pero vivimos encadenados a su social media. Crean un mundo virtual cuyo uso pronto será obligatorio para todo el que no desee quedar fuera del mercado, se dedique a lo que se dedique. Y crean una criptomoneda, una stablecoin, que todos habremos de acabar usando.

Habrá quienes hoy extrañen a Theodore Kaczynski, el Unabomber, pero no por sus atentados, sino por su manifiesto antitecnología: “La sociedad industrial y su futuro”, en el que advierte que nadie controla el rumbo final de los avances de la ciencia, que nos deshumanizan, son causa de sufrimiento, y que la sociedad tecnoindustrial no puede ser reformada.

Bienvenidos al metaverso, ecosistema donde dios es un empresario de izquierda posmoderna, sentado en un cofre con 73200 millones de dólares, su fortuna personal.

Envía tu comentario

Subscribe
Notify of
guest
3 Comentarios
Más antiguos
Recientes
Inline Feedbacks
Ver todos los comentarios

Últimas