Por Agustina Sucri – La Prensa

Parece increíble que a casi dos años de haber irrumpido el covid-19 en nuestras vidas, gran parte de la población aún se aferre a la convicción de que un barbijo actúa como un verdadero escudo contra la muerte o a la falaz idea de que un pase sanitario ayudará a detener los contagios y ponerle fin a la enfermedad. Estas inconcebibles creencias podrían deberse no sólo a un profundo desconocimiento de la relación entre los microbios y los seres humanos, sino también a la “cultura de la seguridad” que se ha instaurado en las últimas décadas.

Tal es el análisis que realiza el doctor Steve Templeton, profesor asociado de Microbiología e Inmunología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Indiana y autor del libro “El miedo a un planeta microbiano. Cómo una cultura de seguridad germofóbica nos hace menos seguros”.

El catedrático desestima que exista un plan orquestado detrás de las pésimas políticas implementadas para hacerle frente a este coronavirus y, en cambio, evalúa que el problema de fondo detrás de la desastrosa respuesta a la pandemia en muchos países desarrollados es cultural, “una cultura que sitúa la seguridad como una de sus mayores virtudes, y el riesgo como su menor vicio”.

No obstante, reconoce que “hay un gran número de oportunistas que se han aprovechado de la pandemia para posicionarse como héroes de su propia película, para ganar poder político o simplemente para ganar dinero”, e insiste en que esas personas no son la causa de la enfermedad, sino simplemente un síntoma de su gravedad. “Nuestra cultura de la seguridad permitió plenamente su comportamiento destructivo, y ahí es donde radica el verdadero problema”, subraya.

Templeton recuerda que en marzo de 2020 trató de calmar el pánico masivo y el comportamiento irracional frente a la amenaza de la pandemia que se avecinaba a través de conversaciones con personas de su comunidad o en las redes sociales. Pero nada pudo detener la seguidilla de errores: medidas draconianas con el potencial de causar enormes daños colaterales sin beneficios claros, cierre de escuelas (incluso con los primeros informes de que los niños no eran susceptibles de padecer la enfermedad grave), gente que evitaba a sus familiares, especialmente a los ancianos.

“Hubo corridas para conseguir barbijos y otros equipamientos de protección personal a pesar de que los funcionarios de salud pública habían advertido de su falta de eficacia. Los periodistas, los médicos, los científicos y los políticos daban señales contradictorias, aumentando la incertidumbre y alimentando más el pánico. Los estudios científicos se estaban hiperpolitizando. La gente estaba aterrorizada, estaba perdiendo el control de sus vidas y de la sensación de seguridad, y estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para recuperar una apariencia de ella”, agrega.

El profesor de Microbiología e Inmunología no tardó en advertir queal mismo tiempo muchos carecían de un conocimiento básico del mundo microbiano que les rodeaba. “Algunos actuaban como si incluso salir al exterior, o estar en habitaciones que habían sido ocupadas por otras personas días antes, o manipular cualquier objeto tocado por otra persona fuera peligroso”, relata y luego añade que “muy pocas personas entendían conceptos como la estratificación por edad de la enfermedad grave, la inmunidad cruzada, la inmunidad de rebaño o las tasas de letalidad de los casos o de la infección, y casi nadie aceptaba el hecho de que el SARS-CoV-2, altamente transmisible, ya estaba presente y se estaba propagando con una frecuencia y velocidad que lo harían prácticamente imparable. No tenían ni idea de la historia de las respuestas pandémicas ni del consenso previo a la pandemia sobre lo que se podía conseguir y lo que no”.

En esa misma línea enfatiza que vivir en el mundo moderno ha dejado a la mayoría de la gente, incluidos periodistas, políticos, médicos e incluso muchos científicos, con poca o ninguna apreciación de lo importante que es su relación con los microbios para su salud general. No sólo las bacterias y los hongos, sino también los virus.

“Muchos piensan que las únicas bacterias, hongos o virus buenos son los muertos. Eso simplemente no es cierto, porque las personas necesitan estar expuestas a estos microbios, ser colonizadas por ellos e infectadas con ellos para desarrollarse adecuadamente, porque somos organismos antifrágiles. Necesitamos ser desafiados por nuestro entorno para sobrevivir y prosperar en él”, resalta Templeton quien considera que el concepto de antifragilidad en la salud humana se ha erosionado con el paso del tiempo en un mundo moderno de abundancia y avances tecnológicos sin parangón que ha llegado a un punto en el que muchos creen que un mundo limpio y sin riesgos de enfermedades infecciosas está al alcance de la mano.

Asimismo, aclara que efectivamente hay algunas infecciones o exposiciones microbianas que pueden y deben evitarse, pero esto no cambia el hecho de que también hay algunas que no pueden o no deben evitarse, o que hay ventajas y desventajas en los tratamientos individuales o en la mitigación a nivel de población que no pueden ignorarse, pero que claramente se han ignorado. “Nuestra relación con los microbios es un acto de equilibrio que se ha vuelto decididamente desequilibrado”, reflexiona.

Al detallar los orígenes de esta “cultura de la seguridad” como base de las infundadas medidas aceptadas y puestas en práctica por la mayoría de las personas, Templeton menciona el libro “The Coddling of the American Mind”, de Jonathan Haidt y Greg Lukianoff, quienes acuñaron el término “safetyism” para describir un cambio cultural que ha colocado la evitación de la disonancia cognitiva por encima de la búsqueda de la verdad. “Un cambio que ha sido dolorosamente evidente en las universidades estadounidenses en las últimas dos décadas”, dice el académico, que considera que esto ha dejado a las universidades y a los graduados universitarios completamente incapaces de funcionar en un mundo pluralista lleno de matices e incertidumbre.

“Después de muchos años de educar a los estudiantes para que se vean a sí mismos como víctimas frágiles, no debería sorprender que este sistema de creencias se haya infiltrado en el público en general, dando lugar a una ola de polarización política sin precedentes. La autosegregación de las personas en burbujas virtuales y reales, en los círculos de las redes sociales y en las comunidades urbanas y rurales es cada vez más evidente”, destaca.

Pero Templeton hace hincapié en que los seres humanos y sus ideas necesitan ser desafiados por otros, especialmente a una edad temprana, para que puedan desarrollarse como adultos racionales, tolerantes y bien adaptados. Explica que Haidt y Lukianoff utilizan el sistema inmunitario como claro ejemplo de sistema antifrágil, ya que tiene memoria y responde rápida y específicamente a las reinfecciones tras la infección o la vacunación, y confiere protección con menos daños colaterales. El sistema inmunitario no puede aprender si no se le desafía, como tampoco pueden hacerlo las personas si están amparadas en sus prejuicios.

En la misma línea, el académico pone de relieve cómo incluso nociones básicas de inmunología se han desechado durante la actual situación sanitaria, según él, por intereses políticos. “El conocimiento de que la inmunidad es protectora y duradera tras la recuperación de la infección en la mayoría de las personas es la base de todos los libros de texto de inmunología y epidemiología, pero desde principios de 2020 esta verdad se ha desechado por conveniencia política. Como resultado, el sistema inmunológico ha recibido una mala reputación. Al igual que nuestro entorno microbiano, la reputación del sistema inmunitario necesita una seria rehabilitación”, remarca.

Todos estos conocimientos, nuestra relación antifrágil con los microbios, la politización de la ciencia de las pandemias, el pánico masivo destructivo y la respuesta que pretende ofrecer seguridad, son los que analiza Templeton en su libro, que será publicado a fines de 2022.

“Algunos pueden pensar que la importancia de este mensaje disminuirá cuando la pandemia llegue a su fin. Pero es fundamental recordar que, para los partidarios de los confinamientos y los mandatos, éste es ahora un libro que sirve de guía para cualquier crisis futura”, sostiene.

El profesor de microbiología e inmunología advierte que los políticos y funcionarios de salud pública están desesperados por desfilar victoriosos y seguirán escribiendo libros autocomplacientes sobre cómo su acción decisiva y su valiente liderazgo salvaron al mundo. “Eso significa que están comprometidos con su propia versión distorsionada de la historia, y también están condenados a repetirla. La única alternativa es expresar la verdad en voz alta y repetidamente, en tantas formas accesibles y visibles como sea posible. Y eso tiene que ocurrir, porque no puede haber una vuelta triunfal”, finaliza.

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