Por T. K. Coleman – Fee
Primero te convencen de que la libertad es impracticable.
“Es bonita en teoría, pero no es realista”.
Luego te convencen de que la libertad es insensible.
“Yo también amo la libertad, pero también amo a la gente”.
Luego te convencen de que la libertad es inmoral.
“Estás siendo egoísta al anteponer tus derechos individuales al dolor de esta persona”.
Luego te convencen de que sacrifiques tu libertad en favor del bien común.
“Danos el poder de legislar tu comportamiento y dictar tus decisiones. Prometemos utilizar ese poder de forma que beneficie a todos. Puedes confiar en nosotros. Sabemos lo que es mejor”.
Luego destruyen el mundo y te echan la culpa a tí.
“Esto nunca habría ocurrido si hubieras renunciado a tus libertades antes. Es tu culpa por ser tan egoísta”.
Y el ciclo se repite de época en época, con cada nueva generación siendo engañada con la creencia de que el autoritarismo era el tipo de cosa que sólo podía fallar en las épocas más primitivas.