Por Ángel Manuel García Carmona – El American
En diciembre, el empresario Elon Musk, quien es tanto CEO de Tesla Motors así como cofundador de PayPal, hizo una serie de vaticinios sobre el futuro de la sociedad que, independientemente de nuestras posturas, merecen ser muy tomados en consideración (estos se enunciarán a continuación).
«Si la gente no tiene más hijos, la civilización se va a desmoronar, recordad mis palabras». De esta forma, en un consejo anual del diario Wall Street Journal, Musk recalcó que la caída de la natalidad es un grave desafío y peligro para el futuro de la civilización, de la humanidad en su conjunto.
A su vez, desmontó por completo la lógica y sentido que pudiera tener la teoría sobre la “sobrepoblación”. Me refiero con esto a quienes siguen la corriente del neomalthusianismo, en el cual “habría un exceso de población” en nuestro planeta, aludiendo a una falsa “necesidad” de combatirlo.
Unos días más tarde, apostó por la Inteligencia Artificial (IA) como factor “revolucionario” (en el sentido más positivo de la palabra) de la mayor parte del tejido productivo a escala global, dado que no sería necesario mantener muchos puestos de trabajo cuya ejecución actual depende de la mera acción humana.
Además, dijo que era necesario que hubiera una amplia cobertura de mano de obra para el diseño e implementación de la lógica y la composición física de las distintas soluciones que requieran de la Inteligencia Artificial (ingenieros de software, programadores e ingenieros en electrónica y telecomunicaciones, inter alia).
Es normal, por ende, que áreas tecnológicas relacionadas con el Big Data, el Machine Learning, el cloud computing y el Internet of Things estén en auge (recordemos que las circunstancias sanitarias y no tan sanitarias aceleraron tanto para bien como para mal el potenciamiento de las mismas: teletrabajo, telemedicina, comunicaciones remotas, etc.).
Ahora bien, hay un temor que sigue instalado entre muchos de nosotros, que no necesariamente tiene que ver con el neoludismo que ya en su día fue la oposición a las máquinas industriales y agrícolas que utilizamos en el día de hoy. Tiene que ver con un dilema ético y humano que acuña el término de “transhumanismo”.
Trascender el homo sapiens
Entiéndase el transhumanismo como una apuesta por un individuo que vea superados todos los límites naturales y espontáneos (al menos naturales) que se le pueden imponer a día de hoy. La interpretación que se puede hacer sobre esto es ingenua, pero no tiene nada que ver con una mera mejora de la productividad o de nuestra calidad de vida.
Los postulados tienen encaje con la apuesta posmodernista de muchos hombres, basadas en erigirse en el Homo Deus. Más allá de una mera actitud egocéntrica, que puede darse o no darse, hay quienes niegan la posible creencia en el más allá y consideran posible la eliminación de cualquier obstáculo.
No es suficiente decir que se trata de un mero miedo a la muerte (es cierto que a día de hoy esto se da incluso entre gente de profundas convicciones religiosas), sino de contribuir a la subversión del ordenamiento natural que quienes somos cristianos interpretamos como un fruto de la Creación.
Como advierte el profesor, veterinario y académico Miklos Lukacs, es posible que llegue un momento en el que la algoritmia informática pueda “desprenderse de la intervención humana”, de modo que no sería necesario que ninguna persona humana diseñase nuevos diagramas de flujo. Siguiendo esta visión, veríamos máquinas tanto autónomas como autorreplicativas.
Una motivación para el escepticismo hacia la tecnología
Hablemos de una participación en un debate científico-tecnológico que dé el merecido protagonismo a varias consideraciones de índole ético. Precisamente hay quienes que por estos temores consideran que hay que poner límites no solo a la creatividad intrínseca a la acción humana y, en consecuencia, a la espontánea libertad de mercado, sino también al desarrollo tecnológico en sí.
Hay preocupación sobre el deterioro de nuestra dignidad e integridad humana así como de las libertades concretas que, por ordenamiento natural, le corresponde a cada uno de nosotros, como seres humanos que somos. Se abre, mejor dicho, un interrogante discutible al cual responder (participaré de ello en el siguiente apartado).
La tecnología es buena siempre y cuando ayude
Estoy convencido de que la tecnología puede seguir ayudando a mejorar nuestra productividad, así como a romper barreras físicas, geográficas y temporales que puedan complicar la convivencia amistosa en la distancia o la conciliación familiar con niños pequeños, enfermos o personas de avanzada edad.
La productividad puede ayudar a que cobremos más y a que podamos dedicar más tiempo al descanso, a la profesión de la fe y a la convivencia familiar (en resumen, sería necesario invertir menos tiempo en el trabajo, pudiendo hacer más cosas, en mejores condiciones, en el menor tiempo posible).
Del mismo modo, podemos vaticinar un desarrollo científico-tecnológico que, al impulsar la telemedicina, facilite la precisión del diagnóstico clínico y permita evitar cuadros patológicos tanto fisiológicos como mentales en la totalidad o en gran medida. Igualmente, podría haber mayor factibilidad en ciertas investigaciones biológicas y farmacológicas.
Hay más ejemplos positivos, pero solo he querido citar los que pueden ser más interesantes a priori. Si acaso, podría añadir que no veo ningún problema en ayudar a una persona en la medida en la que, por ejemplo, pudiera recuperar la visión o las capacidades auditivas, o poder ser físicamente independiente.
Dicho esto, el problema es cuando de la IA se quiere intentar sacar ventaja para trabajar en una nueva cosmovisión al compás del proceso revolucionario definido por Plinio Correa de Oliveira. Lo mismo cuando se buscan aplicaciones de monitorización y control ciudadano como las que durante años ha estado explorando el Partido Comunista chino.
Ya concluyendo, podemos decir que no debe de preocuparnos que el futuro siga dependiendo del legítimo progreso tecnológico. Lo que nos ha de preocupar es que los enemigos de la libertad que se instalan en las instituciones no cesen en sus actitudes coercitivas bajo ciertos pretextos (ecologismo, “covidianismo”, etc.). Ciencia, razón y fe sí; cientifismo y Revolución no.