Fuente: rfi.fr

En Francia, alrededor del 10% de la población rechaza la vacunación contra el Covid-19. Coincidiendo con el aumento exponencial del número de casos estos últimos días, el gobierno de Emmanuel Macron quiere hacer obligatoria la vacunación para acceder a lugares públicos.

Dentro de unas semanas, ya no será suficiente presentar una prueba negativa de Covid-19 para ingresar a gimnasios, restaurantes, etc. Una eventualidad que reactivó el descontento de un sector de la opinión francesa opuesta a las medidas sanitarias.

Si bien el 80% de la población esta vacunada contra el Covid-19, la nueva variante ómicron, ultra contagiosa, pone de nuevo a prueba los hospitales, sobre todo con el ingreso de pacientes no vacunados. Una situación que ha llevado al presidente Emmanuel Macron a criticar duramente a los no vacunados afirmando que los iba a ‘joder hasta el final’, con más restricciones.

El 8 de enero de 2022, más de 100.000 personas salieron a protestar en varias ciudades francesas para responder al presidente Macron.

En las calles de París, a pesar de la lluvia y del frío, Lionel marcha en la protesta. “No estoy vacunado. Simplemente estaba esperando la vacuna Valneva, una vacuna podemos decir convencional, no de ARN mensajero, es un sucedáneo de vacuna. Y vemos que lamentablemente vamos con la tercera o cuarta dosis y no funciona”.

Brigitte, por su parte, ha venido del norte de Francia con un grupo de amigos no vacunados. “Cuando Macron dice que nos jode, que sepa que nosotros también le jodemos a él. Por eso estamos aquí. Además, hay casos particulares. Yo tengo una esclerosis múltiple y no tengo ganas de inyectarme una dosis. El problema es que no reconocen mi estado de salud. No soy antivacunas, pero no me fío”, dice.

¿Cómo viven a diario los franceses no vacunados? Un franco-peruano de 38 años que quiere permanecer en el anonimato aceptó hablar con RFI. Lo llamaremos Alejandro. Afirma que hace una prueba de anticuerpo cada tres meses tras haber superado el Covid-19 en 2020 y que el test “dice que tengo inmunidad”.

Considera innecesario vacunarse con un producto que le genera “recelo” por los efectos secundarios”.

Alejandro, como muchas personas no vacunadas, asume su condición y ha reducido sus actividades sociales. Pero admite también utilizar puntualmente el pasaporte sanitario de un familiar que se lo prestó.

RFI recogió otros testimonios de franceses que compraron su pasaporte sanitario en redes sociales, mientras que algunos consiguieron un certificado de vacunación gracias a la ayuda de un médico complaciente. El ministerio del Interior francés estima que circulan alrededor de 180.000 códigos QR falsos. Una tendencia en aumento y que ha llevado el gobierno a endurecer las penas por tráfico de pasaportes sanitarios: van de 135 euros de multa hasta 5 años de cárcel y 75.000 euros de multa en caso de venta de códigos QR.

En realidad, muchos franceses no vacunados optan por renunciar a las actividades donde el pasaporte vacunal es obligatorio, y se quedan en su casa.

Joseph, un informático de 31 años nos recibe en su departamento de la periferia de París. Su nombre es un pseudónimo ya que no quiere que sus colegas se enteren de que no está vacunado. A pesar de las temperaturas negativas, abre las ventanas para ventilar la sala. Joseph no está vacunado, pero dice tomar todas las precauciones para evitar los contagios. Utiliza un detector de concentración de CO2 que lleva consigo cada vez que toma los transportes, va al trabajo o sale a ver a sus amigos.

“Esos aparatos detectan la tasa de CO2 en el aire. Si alguien tiene Covid y emite partículas en un aire muy concentrado de CO2, puede ser peligroso, hay que ventilar. Hace año y medio que sabemos que son particular aéreas suspendidas que nos contaminan, entonces es fundamental ventilar. Observando la concentración de CO2 en el aire, sabemos cuándo hay que ventilar”, explica.

Joseph considera que la vacuna es “una falsa protección. No pretendo tener razón. Pero no me vacuné porque soy joven y no tengo ningún problema de salud particular que me llevaría a desarrollar una forma grave con el Covid.”

Desde la instauración de las restricciones sanitarias, Joseph admite que su vida ha cambiado. “Es cierto que, con mi novia, hemos reducido mucho nuestra vida social en lugares cerrados. Antes hacíamos pruebas con frecuencia para tomar el tren. Pero ahora ya no vamos a los cafés, ni los bares, nada de restaurantes, cines o teatros. Y veo menos a mis amigos, sobre todo si hacen reuniones. Antes, el pasaporte sanitario me permitía salir durante tres días si tenía una prueba negativa. Ya no podré hacerlo, con las nuevas reglas. Quizás me vacunaré. No soy antivacunas”.

Agnès es otra francesa reticente para vacunarse, también aceptó hablar con nosotros a cambio de no revelar su nombre real. Tiene 47 años y vive en el norte de la región parisina.

“Ya antes de la epidemia, no era una adepta absoluta de la vacunación. Tengo tres hijos que tienen sus vacunas obligatorias para acceder a la guardería y la escuela, pero no los vacunamos contra la rubeola y las paperas”, dice a RFI.

“Considero que las vacunas deben ser dirigidas a las personas frágiles. Yo tuve Covid en marzo de 2020. Y desde entonces me protejo, no quiero contagiar a mi mamá.  Pero vemos que la vacuna actual no protege contra la variante ómicron. Las personas que tienen dos o tres dosis pueden infectarse y contagiar a otras personas. Entonces soy dubitativa. Por precaución, no me vacuno”.

“Lo que sí me dificulta es limitar las actividades con mis niños: no los pude llevar al restaurante para Navidad”, se lamenta.

En los sectores antivacunas, muchos dudan de la necesidad de vacunar al 100% de la población contra el Covid-19, como lo busca el gobierno francés.

En las próximas semanas, las autoridades francesas aumentarán la presión contra los no vacunados con la instauración de nuevas obligaciones para acceder a lugares cerrados y transportes.

Con la campaña electoral que se acerca, el presidente Macron, probable candidato a su reelección, hizo también de su política de vacunación masiva un argumento político. Mientras que varios partidos de oposición tratan de recuperar el descontento.

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